Una fogata en las montañas de los valles valdenses, allá por la mitad del siglo XIX, fue la señal de que algo había pasado. Luego de varios siglos de opresión, persecuciones y martirios, los valdenses conseguían su ansiada libertad, aunque les devolvieron solamente la civil. La libertad religiosa era para ese entonces mucho más peligrosa (era y es) y por eso quedó guardada en un cajón. El recurso del fuego fue determinante a la hora de hacer correr la noticia. La necesidad de contar que eran libres era tal que no se podía esperar. A la noche y con fuego, la noticia corrió por los valles. Y si, fueron muchos años y pasaron muchas cosas.
Hace unos días tuvimos la bendición de poder encontrarnos, después de dos años, como comunidad reunida en un Sínodo y eso para muchos significó algo así como una liberación. En estos dos años aprendimos mucho de tecnología y de hacer fogatas cibernéticas para comunicarnos. Sufrimos encierros, perdidas, grietas, divisiones, peleas, discrepancias y enojos. La falta de vernos cara a cara nos potenció la lengua y la habilidad de decirnos cosas, de las buenas y de las malas. Así y todo nos encontramos y nos abrazamos. Durante dos años sentimos que hubo un momento en el que fuimos dueños del mundo y la verdad.
Cada 17 de febrero reflexionamos sobre la libertad. Hay quien dice que para crecer y avanzar no hay que mirar atrás. Pero para eso se necesita madurez. Lo de “caminante no hay camino, se hace camino al andar” no es para cualquiera. Si bien somos lo suficientemente grandes, siento que tenemos mucho por aprender. Pero no de nuestro pasado histórico sino del reciente. La sociedad entera debe revisar lo vivido en este último tiempo. Se habla de transición, de cambios de paradigmas y de estilos de vida. Apelamos a caminar juntos y juntas en la construcción de un nuevo modelo de iglesia para salir de ese encierro que nos impuso la pandemia y no hemos resuelto en su totalidad. Para eso es que la reflexión debe pasar por nuestro corazón. Debemos entender que si tenemos un norte no es solo nuestro, es comunitario, y la comunidad somos todos, todas, y si no se entiende es porque no aprendimos nada del pasado cercano, el que acabamos de vivir y seguiremos viviendo. Hoy nuestra fogata es por la inclusión, la tolerancia, el entendimiento, la vergüenza, el arrepentimiento, el perdón….. sigan aportando palabras que nos dignifiquen, que nos hagan ver lo que realmente somos. Una Iglesia que brilla en las tinieblas. Una fogata prendida que comunica y da esperanza.
Brian Tron
Miembro de la Mesa Valdense