Testimonio: El COVID-19 en Uruguay

Javier Pioli, secretario teológico en el Centro Emmanuel, nos relata su experiencia personal sobre la situación que atraviesa su país en esta crisis sanitaria. Esta nota fue realizada para la Asociación Valdense Americana.

Hace unos minutos que estoy pensando cómo empezar a escribir. Desde el 2 de marzo –fecha en que nació nuestra segunda hija- nos hemos acostumbrado a contar a familiares y amigos las últimas novedades de cada día; no solo en relación a nuestra hija sino en cuanto al avance de esta pandemia. Pero ahora me doy cuenta de lo difícil que es poner todo esto por escrito, porque sé que mañana seguramente algo cambie, quizá ocurra algo que modifique una impresión mía, que relativice una opinión, o que haga caer todas mis teorías por el suelo. Hoy me doy cuenta de que es más fácil enseñar Historia que hablar desde el presente, porque la Revolución Industrial o la Peste Negra son acontecimientos de los que podemos hablar sin la incertidumbre de quien lo vive en carne propia.

Dos semanas después del nacimiento de Julia, precisamente el día en que finalizaba mi licencia por paternidad, finalmente se anunció la llegada del COVID-19. Argentina, Chile y Brasil ya habían detectado los primeros casos semanas antes y Uruguay parecía una extraña isla. El 13 de marzo se anunciaron los primeros cuatro casos, y hoy alcanzamos los 400 casos confirmados, con 5 muertes. Si bien el número de casos no parece importante para un país de las dimensiones de Argentina o Brasil, sí lo es para Uruguay, con poco más de 3,5 millones de habitantes.

Aunque los casos no se han disparado de forma exponencial, ya existe una circulación comunitaria del virus. El gobierno no ha decretado una cuarentena irrestricta (como sí se hizo en Argentina), pero decidió cerrar todos los establecimientos educativos desde el día en que se anunciaron los primeros casos. También envió a muchos empleados estatales a trabajar desde sus casas, suspendió espectáculos públicos y promovió el cierre de clubes deportivos, museos, cines y teatros, centros comerciales.

En el caso de la Iglesia Valdense, cada comunidad suspendió todas las actividades presenciales (incluidos los cultos). Recuerdo varias conversaciones con personas que vivieron esa noticia con angustia y preocupación. ¿Cómo podremos sobrellevar esta situación si nuestra iglesia, el lugar al que vamos para encontrar coraje y acompañamiento, no estará con sus puertas abiertas? ¿Cómo haremos ahora, sin poder abrazar a nuestros amigos a la salida del culto? ¿Cómo podremos acompañar pastoralmente o pensar en una respuesta diaconal si ni siquiera es posible hacer una visita? Esto para nosotros representa un gran desafío.

Quizá para el mundo anglosajón o germánico el distanciamiento físico sea más fácil de sobrellevar. Pero no lo es en nuestras culturas, donde el abrazo y el beso son moneda corriente (hasta tres besos en algunas partes del norte argentino); donde la fiesta y la comida son espacios de verdadero intercambio, y donde el mate regularmente circula en rondas de 3, 4, 5 personas. En esta región, donde la fraternidad cristiana es una expresión que se vive con el cuerpo, donde hablamos moviendo las manos y tocando nuestro rostro para hacer gestos (¡paradójica herencia española e italiana!), aquí este nuevo Coronavirus podría hacer estragos. Más si pensamos que el invierno aún no ha llegado, y que en Uruguay la población anciana es muy grande.

Más allá de todo el embate mediático que genera el COVID-19, lo que hoy nos preocupa más es la situación de emergencia que esta pandemia ha generado en pocos días. Me refiero a las consecuencias económicas que una crisis sanitaria mundial causará en América Latina. Pienso en las inversiones extranjeras que se están retirando de la ciudad en que vivo; pienso en todos los hoteles, restaurantes, gimnasios, clubes, empresas de transporte y logística que están cerrando; pienso en los amigos y conocidos que se han quedado sin trabajo o que lo perderán muy pronto. En una ciudad que depende del turismo, la crisis mundial del COVID-19 ha tenido mucho impacto.

Pienso entonces en los jinetes del Apocalipsis dibujados por Durero: hambre y peste cabalgando a la par de la especulación y la crisis económica. Me pregunto si esos jinetes cabalgarán nuevamente. Veo que en mi barrio un vecino se ha puesto a vender tortas fritas en la puerta de su casa; otro se ofrece para cortar pasto. En las escuelas en que trabajo, algunas familias han debido repartir a sus hijos en otras casas para que tengan dónde comer. Colonia hoy es una ciudad vaciada, silenciosa, expectante. El COVID-19 no ha descargado toda su virulencia, pero empezamos a sentir el efecto de una crisis que nos recuerda momentos agónicos de nuestro pasado. Y eso sí nos hace sentir miedo.

Los cuatro jinetes del Apocalipsis es uno de los grabados más conocidos del Apocalipsis ilustrado por el pintor y grabador renacentista alemán Alberto Durero en 1498.

Personalmente, el nacimiento de nuestra hija fue una circunstancia que nos permitió estar algo aislados en un momento en que pudimos haber estado muy cerca de un posible contagio. Nos sentimos afortunados por tener un trabajo, un hogar pequeño en el que nos sentimos protegidos, redes familiares y de amigos que nos sostendrán. Hoy tengo la posibilidad de trabajar desde mi casa, aunque no sea fácil. Intento generar mi propia rutina, siempre interrumpida. Intento mantener el contacto con la gente querida, asegurarme de que están bien, compartir recursos cuando se puede. Intentamos pensar estrategias para sostener a nuestros estudiantes. La gente se ha organizado para armar canastas de alimentos. En el Centro Emmanuel intentamos sostener por videoconferencia actividades que antes teníamos en la calidez del encuentro. Intentamos muchas cosas, sin saber a ciencia cierta qué tendrá buen resultado, qué es correcto y qué es lo que no tiene sentido seguir haciendo. Es que el presente es más difícil que el pasado histórico, porque está cargado de posibilidades.

En este tiempo la gente en Uruguay oscila entre el descrédito inocente y el pánico. Algunos toman mate en la plaza mientras otros llevan semanas encerrados. Pocos pueden trabajar desde sus casas, muchos están obligados a ir a sus trabajos, otros viven el desempleo con angustia. El presente puede ser agobiante cuando el futuro más inmediato se vuelve difuso y borroso.

Pablo una vez dijo que “hoy vemos oscuramente”. Tiene razón. Pero creo que hay pequeñas señales que nos permitirán ver un poco más allá de esa imagen borrosa. Aunque no nos veamos cara a cara, debemos sostenernos mutuamente para no caer.

Juan Javier Pioli

Profesor de historia de secundaria y secretario teológico en el Centro Emmanuel en Colonia Valdense, Uruguay.

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