REFLEXIONES – Edición Febrero-Marzo 2020

El agua que brota para vida eterna

Era la hora del mediodía -con un sol que quemaba- cuando una mujer en Sijar fue a buscar agua al pozo al que habitualmente iba -esta era una tarea pesada, designada a las personas pobres o siervas-. De camino se cruzó con un grupo de varones judíos que ni la registraron, y al acercarse al pozo vio a otro varón judío que estaba allí. Para su sorpresa, sin preámbulos, éste le pidió que le diera de beber. Ella habrá pensado: «cómo son las cosas, no?», y le hizo notar que trascendía el prejuicio por necesidad, diciéndole «cómo un judío le pide a una samaritana que le de agua» -pues ni siquiera quieren tocar los utensilios que usamos-. La respuesta de Jesús fue como un acertijo. Le empezó a hablar en tercera persona como si no estuviera involucrado en la conversación, pero la mujer no entró en su juego de enigmas y hasta le increpó preguntándole

si se creía mayor que Jacob, quien les había dado ese pozo. Jesús continuó con su mensaje y la respuesta de la mujer fue contundente: «dame de esa agua para que yo no vuelva a tener sed ni tenga que venir aquí a sacar agua». La mujer mostró su inteligencia y perspicacia al mantener el juego de tensiones entre enigmas y realidad. Ella entendía ésta cuestión desde su propio mundo vital. Ella está allí y sabe el duro suelo que pisa, no la van a mover así nomás las extrañas adivinanzas de un forastero. Si no pueden cambiar su realidad del pesado trabajo de cada día, esos enigmas no sirven. Son las elucubraciones que pueden proponer quienes no tienen la dura tarea de buscar agua todos los días.

El diálogo continuó. Y Jesús volvió al lenguaje de las cosas llanas y le pidió que vaya a llamar a su marido. Ya debió haber pensado la mujer: «Claro, quiere hablar ‘de hombre a hombre’, no sabe cómo manejarse conmigo, no me pudo arrastrar con sus incógnitas y ahora está tratando de derivar hacia otro lado; al final se va a quedar con sed por mostrarse misterioso». Ella le respondió que no tenía marido y Jesús le dijo que era verdad lo que decía, que había tenido cinco maridos y que el hombre con el que vivía no era su marido. Y en este punto del relato, la mujer samaritana reconoció que Jesús ha dejado las abstracciones para hablar de sus relaciones vitales, de las injusticias que ella ha padecido y que aún sufre. Han sido cinco los hombres que la han buscado para luego repudiarla, que la han acusado y se han divorciado de ella, cinco veces pasó por esto y así la habían confinado a la desprotección, al desamparo, y la habían privado de una relación para la subsistencia -ninguna mujer en aquella época tenía la posibilidad de romper un matrimonio, esto siempre era decisión y potestad del varón-. Jesús había nombrado el lugar en el que ella había sido puesta, denunciado la exclusión a la que la confinaron sus sucesivos despreciadores y esto, a los ojos de la mujer, vuelve a este forastero un profeta.

Entonces ella, que conocía las condiciones y discusiones de su pueblo, nombró la injusticia a la que seguía siendo sometido su pueblo que era privado de un lugar de culto -el Templo samaritano del Garizim había sido destruido por los judíos en época de los macabeos. Si querían celebrar el culto debían hacerlo en tierra enemiga y bajo sacerdotes hostiles-. Ella ha llevado a Jesús a su terreno: debía aclarar sus dichos tomando en cuenta las realidades de vida: el duro trabajo de las mujeres aldeanas, de la exclusión de la repudiada, de la discriminación religiosa a la que ha sido sometido su pueblo. Jesús tendría que tomar estas situaciones para que sus palabras cobren sentido.

La respuesta de Jesús había comenzado a darle sentido a los enigmas anteriores. Estaban hablando de la realidad, pero de una realidad en sus dimensiones más profundas, de la realidad que le daba sentido a las otras realidades. Percibió esto y lo reconoció. Lo espiritual que Dios buscaba, y de quienes buscaban a Dios, estaba a su alcance. Se hacía persona: es el que hablaba con ella.

Entonces sí, ella, dejó el cántaro y fue a contar ante la aldea que una persona le había dicho verdaderamente quien era, que la ha reconocido como persona, que le había confrontado con el significado profundo de sus hechos.

Basado en el Evangelio de Juan 4:5-30

Yanina Vigna
Equipo editor

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