Leemos en nuestras Biblias: Lucas 4:21-30
La expresión precedente ha sido trasmitida por generaciones en diferentes ámbitos de la sociedad. Nuestro texto de Lucas tiene varios aspectos a considerar que, obviamente, no pretendemos aquí abordarlos con la seriedad que merecen. Por ello, nos detendremos en el versículo 24: «Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su propia tierra”.
En nuestros estudios bíblicos, catecismo y otras oportunidades de reflexión, cuando nos dedicamos a los Profetas, que como sabemos son protagonistas fundamentales en la Biblia, surgen interpretaciones confusas. En efecto, parecería que los profetas bíblicos, para muchas personas son adivinos, clarividente, agoreros. Jesús irrumpe en nuestro texto con una manera de vivir y comprender lo que significa ser profeta. No solo su interpretación de las escrituras cuando asume la “dirección” del Evangelio en favor de los oprimidos (pobres, presos, ciegos…), sino proponiéndose como aquel a quien Dios envía para anunciar, proclamar la Palabra de Dios. Esta Palabra por su trascendencia y encarnación en la historia humana, pocas veces es aceptada. Más aún el auditorio elegido – el mismo pueblo de Israel – y en particular los habitantes de Nazaret, pueblo que vio crecer a Jesús, rechaza y expulsa a Jesús. En su tierra, Jesús no es querido, su conducta y palabras, provocan rechazo.
El mensaje de los profetas es del Señor. Puede ser un mensaje de esperanza, juicio, castigo o salvación, pero en todo caso nos confronta con nuestra manera de vivir la fe, el significado de cada paso que damos en la vida. Quiera el Señor darnos siempre la apertura para escuchar su Palabra y ponerla en práctica.
Pastor Miguel Ángel Cabrera