Amigos y amigas, hermanos y hermanas, en este nuevo aniversario del día de la Reforma Protestante nos parece trascendente recordar estas palabras del apóstol Pablo en la primera carta a los Corintios, 3.11 “Nadie puede poner un fundamento diferente del que ya está puesto, que es Jesucristo”.
Los seres humanos somos muy propensos a confundirnos con facilidad y poner patas arriba las cosas, hacernos un dios a nuestra imagen y semejanza, según nuestra conveniencia, interés o comodidad.
En Jesús, Dios nos mostró su rostro, nos hizo sentir su caminar, nos hizo latir con su pasión, nos hizo emocionarnos con su ternura, nos hizo asombrarnos con su osadía, nos hizo admirarnos con su agudeza, nos hizo sentir el calor de su amor, expresado en palabras y acciones de compasión, cuidado y transformación de una vida de penurias en una vida de plenitud, de una no vida de esclavitud a una vida verdadera, en libertad.
La afirmación del apóstol muestra la tendencia humana a querer manipular a Dios, inventando otros fundamentos que los que Él nos dio: Jesucristo, el único verdadero. El único que nos gana la libertad y nos da vida en plenitud. Los inventos humanos en cambio, legalizan la injusticia, legitiman la desigualdad, sacralizan la desdicha, aseguran la infelicidad. Solo si ponemos el fundamento correcto, Jesucristo, iremos por el camino cierto.
La reforma protestante es precisamente eso: la denuncia de los fundamentos erróneos con que el poder había corrompido a la iglesia y la búsqueda de la autenticidad evangélica para la vida de la gente.
No es un acontecimiento del pasado. La Reforma es un proceso y una búsqueda de todos los días. Hoy y aquí.
Marcelo Nicolau