Porque nos ha nacido un niño
Isaías 9: 6
Dios nos ha dado un hijo
No seamos realistas
En 2022 las botas de los soldados no han dejado de resonar y los vestidos manchados de
sangre no fueron quemados, pero “antigua y sin vejez”, la esperanza del profeta Isaías
atraviesa los siglos.
Hoy alimenta nuestra proclamación, debe alimentarla, porque su única base está en la
certeza absoluta de ese retoño del viejo tronco de Isaí. Aquél que “juzgará con justicia a los débiles y defenderá los derechos de los pobres del país.” Sólo esa esperanza, cierta y sin tiempo, puede alimentar un compromiso real por un mundo nuevo.
La bucólica imagen del lobo y el cordero viviendo en paz, el tigre y el cabrito descansando juntos, el becerro y el león marchando en armonía conducidos por un niño, es metáfora de la locura tan nunca vista como necesaria que hace posible pensar en una realidad distinta, la de una humanidad reconciliada con la creación. No hay una pregunta que diga cuándo el niño meterá su mano en la cueva de la serpiente y no habrá nadie que haga ningún daño. Hay una respuesta que dice: será así. Y para eso estamos llamados a vivir.
Adviento remarca con claridad que el binomio espera y compromiso, si se dividiera perdería sentido. Nadie se compromete si no espera y nada se puede esperar si no hay un compromiso que lo soporte.
El pueblo que andando en oscuridad ve gran luz, como dice Isaías, es la representación de esa esperanza capaz de ver lo que está oculto a los ojos del realismo tendenciosamente transformado en la única mirada con licencia para vivir.
El llamado del apóstol Pablo a los romanos a cambiar la manera de pensar para que así
cambie la manera de vivir y no se acostumbre a los criterios del tiempo presente, es el desafío inmenso a no naturalizar la violencia y la injusticia como forma de relación humana. Es la lucha contra el “aparato discursivo o simbólico destinado a legitimar y a naturalizar el mundo tal cual es”, como dice el filósofo uruguayo Sandino Núñez, “o a persuadirnos trabajosamente de que está bien que las cosas sean como son”. (1)
Anunciemos la esperanza
La Guerra en Ucrania, aunque geográficamente lejos, está muy cerca de América latina y en consecuencia del Río de la Plata; no sólo porque humanamente nada nos es ajeno, sino porque las consecuencias económicas son las que más hermanan al mundo con sus escandalosas asimetrías que no dejan de crecer. Panoramas políticos muy confusos con denuncias y acusaciones, casos de corrupción comprobados, o en análisis, o supuestos, contribuyen a un clima de inestabilidad y sobre todo de un peligroso descreimiento en las instituciones que rigen la convivencia ciudadana en unas democracias que como las definió un expresidente uruguayo “son la peor forma de gobierno excepto todas las demás que hemos conocido”.
Asistimos al crecimiento de una cultura de la desconfianza, de una violencia cada vez más generalizada y el crecimiento de búsquedas espirituales enmarcadas en el individualismo narcisista imperante; un clima muy poco propicio para el crecimiento fortalecimiento de comunidades. Sí tremendamente desafiante. La novedad del Evangelio ya no es costumbre, es la hermosa oportunidad de que muestre la diferencia siendo una luz que alumbra en medio de las tinieblas.
Como hecho absolutamente circunstancial Argentina vive la euforia de estar
futbolísticamente en la cima del mundo y para pueblos como los nuestros, esta alegría no transforma los dolores, pero los calma por un ratito aún a sabiendas de que son pompas de jabón.
En Uruguay el gobierno muestra con orgullo los números favorables de exportaciones
agrícolas y guarda cauteloso silencio de los recortes presupuestales en programas sociales, educativos, salariales, lo que crea un clima de conflictividad creciente propio de una economía que crece pero en lugar de distribuir, concentra cada vez más.
La bucólica imagen de Isaías de la humanidad reconciliada con la creación, sintiéndose parte de ella y abandonando sus soberbias pretensiones de dueña, dan un contenido a la
proclamación de las iglesias que pueden contribuir con ellas a quienes desde otras tiendas asumen su lucha por sostener un planeta habitable. Que el ser humano es tierra, que de ella lo hizo Dios, es mucho más que una hermosa metáfora, valiosa por sí misma; es además una realidad empíricamente comprobable. Esa certeza alimenta la vocación de cuidado que de Dios hemos recibido desde el momento en que fuimos creados, compromete y renueva la esperanza de un mundo nuevo que como en el pesebre, se anuncia en lo más humilde y a veces despreciado del mundo. Se muestra en aquello que debe buscar un lugar para nacer porque el mundo no se lo da.
Decir que el comercio se ha adueñado de la Navidad es un cliché que hacemos muy bien en no repetir. Comercialmente se le saca jugo al envoltorio, el verdadero mensa que esperanza y compromete, está tan escondido como el pesebre de Belén a los ojos de Herodes.
En lo pequeño radica su verdadera grandeza. Lo que sabemos y tenemos que reaprender
siempre.
(1) “Breve diccionario para tiempos estúpidos”
Oscar Geymonat
Publicado en Riforma, edición: ANNO XXX · NUMERO 49.