La Semana Santa rememora los hechos fundacionales de la fe cristiana. Los cuatro Evangelios, Mateo, Marcos, Lucas y Juan, recogen la memoria de aquel último tiempo de Jesús en Jerusalén. Se inicia con la entrada en la ciudad montado en un burro y victoreado por una cohorte de desarrapados habitantes de extramuros que lo reconocen como “el que viene en el nombre del Señor”, “el hijo de David”. Continúa con el enfrentamiento en el templo, en el pretorio, en el palacio real, con los representantes del poder político y religioso de su tiempo. Siguen la soledad, la tortura, la muerte en la cruz y como corolario la tumba vacía de aquel primer día de la Semana que celebramos el domingo de Pascua de Resurrección.
Cada evangelista lo narra con una impronta particular pero claramente basado en testimonios de quienes lo vivieron. Para las comunidades cristianas la Pascua de Resurrección es su celebración fundamental. Es el triunfo de la vida sobre la muerte, de la esperanza más allá de toda evidencia, del poder de Dios que sobrepasa a todo poder humano.
Es la oposición de un reino a un reino.
“Mi reino no es de este mundo”, dice Jesús a Pilato en un diálogo que Juan, en el capítulo 18, desarrolla extensamente. Los demás evangelistas son mucho más escuetos al citarlo.
Pilato corre desesperadamente por los pasillos del poder imperial. Trata de salvar la vida de Jesús pero no entiende que en el reino del cual forma parte, es sólo un engranaje de la gran maquinaria de dominación. Allí el Evangelio tiene las puertas cerradas. En su desesperación no puede tampoco entender por qué Jesús entrega la vida cuando podía salvarla con su renuncia. Mucho menos puede sospechar que aquella muerte de la que a su pesar era cómplice, abriría la más grande muestra del poder de la vida. Él es un personaje trágico envuelto en los engaños del poder.
“Todos los que pertenecen a la verdad me escuchan”, le dice Jesús.
“¿Y qué es la verdad?” se anima a preguntar Pilato. A lo que no se anima es a escuchar la respuesta.
Semana Santa es el más claro llamado a reconocer que Cristo es el anuncio de una nueva vida que sólo es posible con la conversión que implica la renuncia total a la confianza en los poderes de este mundo y la lucha por alcanzarlos. La proclamación más contundente de que buscamos “el reino de Dios y su justicia”. Es para este mundo, pero no nace de él.
Pastor Oscar Geymonat