Leemos en nuestras Biblias: Lucas 24: 13-35
“Teníamos la esperanza de que él sería el que había de libertar a la nación de Israel. Pero ya hace tres días que pasó todo eso. Aunque algunas de las mujeres que están con nosotros nos han asustado, pues fueron de madrugada al sepulcro, y como no encontraron el cuerpo, volvieron a casa. Y cuentan que unos ángeles se les han aparecido y les han dicho que Jesús vive”.
Duele la esperanza cuando el verbo que la acompaña se conjuga en pasado. La expresión tiene el peso de una lápida.
Imagino a aquellos caminantes que van a Emaús con la espalda encorvada por el peso de la esperanza que ya no es, ni será. “Teníamos esperanza” le dicen a Jesús cuando le cuentan la historia de quien camina con ellos y no pueden reconocerlo. En su respuesta a la pregunta de Jesús por la tristeza que no pueden ocultar, se advierte hasta un cierto reproche por haber alimentado esa esperanza que ahora duele, un enojo que no se sabe bien sobre quién descargar. “¿Eres tú el único que ha estado alojado en Jerusalén y que no sabe lo que ha pasado allí en estos días?”. Imagino los ojos de sorpresa y algún adjetivo que por delicadeza Lucas no incluyó en el relato.
La esperanza es la fuerza que mueve todo emprendimiento, activa el compromiso, fortalece la acción, da sentido al anuncio. Cuando sólo existe en el pasado, agobia.
Pero “algunas mujeres” cuentan otra historia. Es increíble pero movilizadora. “Algunos de nuestros compañeros fueron después al sepulcro y lo encontraron como ellas habían dicho”. “A Jesús no lo vieron”, dicen, pero da la sensación de que esa esperanza que pesa, lucha por encontrar algún resquicio para alumbrar en la oscuridad.
El camino sigue; sigue la historia que esos discípulos cuentan y la interpretación que oyen porque la tristeza no les permite hacerla. Sigue el reconocimiento de Jesús cuando parte el pan en la cena y aquella misma historia que contaban con desazón cambia de sentido. Vuelven a Jerusalén y a los otros les pueden decir: “de veras ha resucitado el Señor”. La esperanza deja de ser un peso, el verbo que la acompaña se conjuga en presente y lo que hay por delante no es pasado que no pudo ser, sino futuro que se abre con la certeza de que el reino que anunciaban, viene.
Hay tramos en el camino en los que la esperanza parece que pesara, pero siempre moviliza, aún cuando parece que no tuviéramos posibilidades de darle cabida.
La luz más importante no es la más potente, sino la que brilla en las tinieblas. Y tengamos la seguridad de que no hay ninguna que pueda apagarla.
Pastor Oscar Geymonat