Leemos en nuestras Biblias: Mateo 10:40-42
Y cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa.
Mateo 10.42
El agua no es solo agua. Aunque ya de por sí, el agua es importante, ¡vaya si lo es y lo será! Sin agua nadie vive. Pero el agua es más que sólo agua cuando es agua compartida.
El agua brindada a los pequeñitos, a los débiles, los olvidados, los que no cuentan, es mucho más que agua. Es símbolo de humanidad. Es reconocimiento de que nada me pertenece, de que nada es mío, que el agua que doy es don que de Dios he recibido, agua provista generosamente por el Creador. El agua compartida es símbolo del reconocimiento de que esa agua que somos, es pura gracia, bendición de Dios que nos deja ser, existir, beber, comer, dormir, y todavía más, nos impulsa con su ejemplo a ser testigos y militantes del amor. Porque es el amor el que da sentido a la vida, el que da sentido a la existencia, y remite a lo más sagrado y precioso que tenemos, la vida, pero la vida compartida, la vida que cuanto más se enciende en generosidad, más crece en virtud y calor de hogar, la vida que cuanto más se despoja, más rica se hace.
Tal vez algún distraído piensa que la recompensa está en el futuro. Pero no, la recompensa es vivirlo hoy, practicarlo hoy, sentirlo hoy. El agua compartida no es un depósito a futuro, es una convicción puesta en marcha, disfrutada y sentida hoy y cada día. Que el agua compartida sacie la sed compartida, sed de sentido, de coherencia, de autenticidad, de sinceridad, de humanidad. Que el agua compartida sacie la sed de los que reciben y de los que dan, y les haga ver que nadie da sin recibir y que nadie recibe sin poder dar, aunque sea un vaso de agua fría. El agua compartida es vida enriquecida. ¡Gracias, oh Dios, por permitirnos este mojado milagro que riega nuestras vidas!
Pastor Marcelo Nicolau