Lee en tu Biblia: Juan 16,6-19
En su oración a Dios, Jesús recuerda algo y entre otras cosas, pide una: Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. (vv. 14-15)
Porque el rechazo que van a encontrar por seguir a Cristo, va a hacer tambalear su fe disgregando las comunidades. Y la reacción lógica de las sobrevivientes va a ser el abroquelarse en sí mismas, huyendo y procurando apartarse del mundo.
Actualmente esa tendencia a la retirada, subsiste bajo diferentes formas. Por ejemplo: cuando algunas hermanas y hermanos piensan que la vida social y los problemas de la sociedad no conciernen a la comunidad de fe, a la iglesia, que sólo debe ocuparse de su propia existencia; incluso que no debe hablar ni inmiscuirse en determinados temas. Ocurre también con otros hermanos y hermanas que tan envalentonados con su fe entusiasta y voluntarista, se sienten elegidos como justos en un mundo lleno de maldad e hipocresía y por lo tanto demonizan y condenan irracionalmente todo aquello contrario a sus propias convicciones, ideales y antojos oportunistas.
En cambio, Jesús pide a Dios que a su iglesia no la quite del mundo, que no la aparte, que no la encierre, sino que la proteja del mal, porque en el mundo es donde deberá de dar testimonio de su amor que es verdad. Porque para salvar al mundo envió a Jesús. Y para ser testimonio de esa salvación ahora envía a quienes han creído y se han comprometido con él, dándoles su Espíritu.
No como mesías, sino como humildes comunidades servidoras, solidarias y abiertas. Que son capaces de reconocer en otras personas diferentes, de qué manera el Espíritu de Dios transforma, cambia corazones, cura heridas, da nuevas oportunidades, convierte dolor, sufrimiento y muerte en confianza, vida y esperanza, construyendo comunidad y convivencia cotidiana.
Uno de los males de nuestro tiempo es que cristianos y cristianas nos apartemos y nos desentendamos de los problemas de las personas más vulnerables, o incluso creamos que de manera solitaria y aislada, tenemos la solución, subestimando otras denominaciones, expresiones religiosas, espirituales y hasta la participación en las propias estructuras del Estado, sus partidos políticos y los mecanismos de entendimiento y negociación que nos hemos dado como sociedad plural y organizada.
¡Protégenos Dios de ese mal!
Hugo Armand Pilón, Pastor