Lee en tu Biblia: Juan 12:8
Jesús pronuncia estas palabras como conclusión al episodio con el que María le rinde homenaje derramando un costoso perfume sobre sus pies. Ese acto provoca la crítica de un discípulo: ¿Por qué no se vendió ese perfume a fin de ayudar a los pobres con el dinero obtenido? El mismo relato evangélico muestra la “trampa” de Judas, el discípulo que hacía la crítica, porque su argumento no se basaba en la preocupación por los pobres, sino porque era ladrón. Puesta al descubierto la trampa, Jesús pronuncia las palabras citadas en el título.
La afirmación sobre la permanente existencia de los pobres no debe ser interpretada como un “decreto divino” y como un argumento al que recurren los ricos para pretender justificar la brecha con los pobres. En modo inconfundible, los pobres constituyen una lamentable demostración de las injusticias en las relaciones humanas.
La realidad de los pobres y el tema de la pobreza está presente en toda la Biblia; tuvo vigencia en el tiempo de Jesús, antes y después, hasta la sociedad de nuestros días. El creciente número de pobres en nuestra región y en todo el mundo no es fruto de un destino inexorable, sino de la avidez e injusticia de los poderosos que despojan y reducen a la miseria a sus hermanos.
La realidad del mundo actual y ciertamente, de la sociedad en que vivimos es tan evidente que no sería necesario abundar en la descripción. Sin embargo, la aparente conciencia sobre esa realidad no produce un cambio positivo y alentador, sino por el contrario, el cuadro revela una creciente y alarmante brecha entre pobres y ricos.
Ante esa realidad es imprescindible desarrollar las siguientes acciones, personales y comunitarias: En primer lugar, profundizar la toma de conciencia, personal y colectiva, sobre la trágica situación de indigencia en que se encuentra un inmenso sector de la humanidad.
A esa toma de conciencia debe seguir la adopción de un estilo y una sobria norma de vida coherente con los cambios que anhelamos se produzcan en la búsqueda de una sociedad más justa.
A la toma de conciencia de la situación y a la norma de vida adoptada, corresponde una actitud y una disposición a asumir las tareas tendientes a corregir tantas injusticias y sufrimientos sobre sectores de la humanidad.
Ante todo y por sobre todo, corresponde que nuestras palabras, actitudes y acciones se inspiren y fundamenten en la palabra de Jesucristo. Aunque físicamente ya no está en este mundo, se cumple el anuncio del mismo Jesús: “no los voy a dejar huérfanos, volveré para estar con ustedes”, promesa que se cumple con la presencia del Espíritu suyo.
Pastor emérito Delmo Rostan