Leemos en nuestra Biblia: Mateo 2:13-23
El evangelio de Mateo nos cuenta una y otra vez como en sueños Dios instruye, orienta, advierte y salva. El primero en tener un sueño fue José, donde descubrió lo que realmente se estaba gestando en el vientre de María (1:20). Entonces José cambió su decisión, fue transformado por ese sueño.
Los sabios de oriente, en sueño también fueron advertidos de no volver a encontrarse con Herodes (2:12). Cambiaron sus planes y lo esquivaron. En el texto de hoy descubrimos por qué debían evitarlo.
Otra vez José y nuevamente en sueños, es advertido de los planes de Herodes. Dios lo impulsa a tomar un nuevo camino: huir a Egipto (2:13). Egipto es un lugar lleno de complejidades para la memoria bíblica. No sólo es el lugar donde fueron sometidos los israelitas, sino que también es un lugar de refugio: lo fue para Abraham y Sara, para Jacob y su familia, ahora para José, María y Jesús.
Finalmente, y una vez más a través de un sueño, José recibe la información que ya puede volver (2:19-21). Pero los peligros todavía existen en Judea, se le informa otra vez en sueños, así que se retira hacia Galilea, a Nazaret (2:23).
Los sueños una y otra vez aparecen como una revelación que ilumina, que invita a transitar otros caminos. El recorrido conocido nunca lleva a nuevos destinos. No son necesariamente los caminos deseados o buscados sino los necesarios, los posibles. De hecho, José, María y Jesús son refugiados que migran para sobrevivir.
Son extrañas las formas que Dios utiliza aquí para comunicarse. Pero tal vez hace falta que la conciencia baje la guardia; como si con los ojos cerrados pudiésemos escuchar y ver mejor.
Nuestros prejuicios, miedos, cansancios, obsesiones, antojos, etc. se convierten en anteojeras que nos impiden ver más profundo, más allá, distinto. La visión periférica, el pensar fuera de los esquemas y el pensamiento creativo parecen estar más conectado con el sueño que con la vigilia.
En ese tiempo, dormidos o despiertos, en que nuestra conciencia afloja con el control, se hace un espacio para Dios. Allí irrumpe con su voz que descoloca y reubica (1:24), que nos hace tomar desvíos (2:12); nos advierte y nos lleva por nuevos caminos de salvación (2:14, 21,22).
¿Cerramos los ojos para que Dios nos hable? ¡Hagámosle un lugarcito a la voz de Dios!
Pastor Darío Barolin