NOTA PRINCIPAL – Página Valdense – Edición noviembre 2020
Del «quedate en casa» a «permiso, ¿puedo entrar?»
Apuntes pedagógicos y teológicos
Que esta situación de pandemia nos cambia la manera de ver el mundo y nuestro lugar en él, es un hecho indiscutible. Me pasa en lo personal al repensar mis convicciones pedagógicas, me obliga a reflexionar. Les propongo revisar una de ellas: siempre pensé que la mejor enseñanza es aquella que nos coloca en condición de hospedadores. Se trata de abrir nuestra casa, ya sea la escuela, el aula dominical, el patio de encuentros o la sala en la organización que nos reúne; los lugares que conozco bien y dispongo para la bienvenida. Y, además, abrir mi pensamiento, mis actitudes, mis sentimientos para recibir a los huéspedes que llegan o que invitamos para aprender juntos. Los filósofos y pedagogos hablan de la hospitalidad, acogida al extranjero[1]. Justamente es este uno de los mandatos bíblicos fundamentales, amaréis pues al extranjero porque extranjeros fuisteis en la tierra de
Egipto -Deuteronomio10:19 -. Los maestros y maestras se dedican siempre a preparar el espacio con elementos, recursos visuales y de mobiliario que tienen en sí mismos valor estético y pedagógico, y planean cuidadosamente actividades de inicio y recepción que permitan «romper el hielo» y lograr el conocimiento mutuo, confortable y amistoso.
Sin embargo, hoy se presenta la paradoja de que, al no poder recibir a los otros en nuestros espacios, debemos entrar en sus casas. La tecnología aparece entonces, como el medio para llegar y adentrarnos en esa intimidad del otro, de la otra, en su vida individual y familiar. Ahora somos nosotros los extranjeros que nos adentramos en su identidad personal. ¿Cómo ser respetuoso entonces, de quien nos recibe, y sostener nuestra apertura sincera al encuentro? ¿Cómo conocer su necesidad, su inquietud, su dificultad para ofrecer el conocimiento sin parecernos a una pantalla que repite contenidos con sentido para quien lo dice – o un címbalo que retiñe –, pero que no entra en diálogo con quien escucha e intenta comprender?
¡Sorpresa! Lo leí decenas de veces, pero hoy el Señor Jesús me ofrece una respuesta en los evangelios. Ahora, al volver a leer desde mi preocupación actual, resignifico la historia de Zaqueo – Lucas 19:1-10 -. El Señor entra a la casa de Zaqueo, come con él y enseña allí. Se acerca a ese personaje de dudosa ética para los judíos, lo conoce en su necesidad, entra a su intimidad y se produce la transformación completa de la vida del jefe de los publicanos.
También entra a casa de sus amigos Marta, María y Lázaro, y a la casa de Simón el fariseo, donde conoce a la mujer que enjuaga sus pies con el riquísimo perfume de nardos y los seca con sus cabellos. También entra a las casas de los samaritanos, que conoció luego del encuentro en el pozo con aquella mujer que lo reconoció como Mesías. Jesús se da el tiempo para llegarse hasta el otro y enseñar en su contexto. Se queda con ellos, comparte su vida cotidiana, y allí entrega su palabra y su bendición.
Uno de sus seguidores, Felipe, lo entendió muy bien – Hechos 8:26-40 -. Felipe sale al camino del desierto convocado por el Espíritu del Señor y se encuentra con un importante carro que vuelve de Jerusalém camino a Etiopía, y en él, un funcionario de la Reina de ese país que lee las escrituras. Y no tiene dudas, sube al carro que lo aleja de su lugar y establece con esa persona absolutamente distinta de él mismo – en nacionalidad, etnia, género y condición social y cultural – una relación que parte de la pregunta: ¿Entiendes lo que lees? Maravillosa actitud pedagógica, empieza con la pregunta, como nos recomendaba Paulo Freire. Y como el eunuco le dice que no comprende del todo y muestra su interés y necesidad, Felipe le enseña.
Esta pandemia nos enseña a los educadores que debemos disponernos humildemente a entrar sin invadir, al mundo de la otra persona para poder establecer una auténtica relación pedagógica. Y esta actitud, una vez asumida seguirá siendo un principio de nuestro trabajo educativo, aunque volvamos a recibir en nuestras casas con la mayor hospitalidad posible a aquél que llega. Mientras tanto, sigamos esmerándonos en preparar propuestas educativas que fracturen la soledad y el aislamiento con humor, empatía, juego, palabras y saberes que los destinatarios de nuestros desvelos esperan.
Como nos dice Philippe Meirieu.[2]: Reconocer a aquél que llega como una persona que no puedo moldear a mi gusto. Es inevitable y saludable que alguien se resista a aquél que le quiere «fabricar». Es ineluctable que la obstinación del educador en someterle a su poder suscite fenómenos de rechazo que sólo pueden llevar a la exclusión o al enfrentamiento. Educar es negarse a entrar en esa lógica.
Graciela De Vita
Profesora En Ciencias de la Educación
[1] Derrida, Jackes citado por Carlos Skliar en “La educación (que es) del otro. Argumentos y desierto de argumentos pedagógicos. Ediciones novedades Educativas – Buenos Aires – 2007
[2] Meirieu, Ph. Frankestein educador. Laertes Educación- Barcelona- 2007