1ª Juan 2.9-11 Si alguno dice que está en la luz, pero odia a su hermano, todavía está en la oscuridad. El que ama a su hermano vive en la luz y no hay nada que lo haga caer. Pero el que odia a su hermano vive y anda en la oscuridad, y no sabe adónde va, porque la oscuridad lo ha dejado ciego.
Vivimos en un mundo de oscuridad: un mundo lleno de ciegos. Aunque los ojos vean. Porque no hay peor ceguera que la que viene de tener nublado el corazón.
Hoy 15 de agosto, celebramos la fraternidad, la fiesta de la unidad en la diversidad. La fiesta donde nos alegramos de poder discrepar y que el amor que nos une sea mucho mayor que aquella opinión que nos divide. Celebramos la fiesta que nos hace recordar que somos hermanos, hermanas, todxs hijxs del mismo Dios.
Pero claro, existe una realidad innegable. Hay oscuridad en el mundo, hay tinieblas. Cristo sigue siendo humillado, despreciado, crucificado. En cada unx de esxs pequeñxs que sufre el atropello de otro más poderoso, está Cristo, dispuesto a mirarnos a los ojos, a desarmar las nubes que encapotan el entendimiento y abonan el desamor. Pero el mundo ciego y cegador está ahí, para impedirlo, para tratar por todos los medios de ocultarnos a Cristo, de confundirnos con preceptos y valores vanos, invocando vanamente el evangelio muchas veces, haciendo mal uso del sagrado nombre de Dios, que es lo que se hace cuando se es cómplice de injusticias, accionistas privilegiados de la bolsa del desamor. Porque lo que ciega es la falta de amor. Ciega la falta de empatía, de sensibilidad, de ponerse en el lugar del otrx. ciega la maldad. Ciega la mentira. Ciega la estupidez. Ciega el entendimiento estrecho. Ciega la comodidad de no querer pensar, de ansiar la receta mágica sin esfuerzo alguno, para tranquilizar la conciencia y cerrar el trato con un dios comerciante hecho a nuestra imagen y semejanza. Egoísmo proyectado. Egolatría. Y ciega también la violencia. Pero no solo la violencia física, desatada. Ciega también la violencia sutil y subterránea, normalizada, la indiferencia hacia el otro, el desprecio hacia el diferente, la diferenciación sexista, clasista, economicista, culturalista, etnologista, religiosista. Ciegan los fundamentalismos, los pensamientos absolutos. Ciega la pretensión humana de tener la verdad contratada para la causa de mi interés. Ciega la falta de humildad. Ciega el orgullo y la vanagloria humana. Ciega la pretensión de superioridad de unos sobre otros. Ciega la obstinación y la negativa a ver más allá del ombligo como si fuera el centro del mundo.
¡¡¡Uff!!! ¡Cuántas oscuridades! ¡Qué paciencia tiene Dios con nosotrxs! Por él, por su amor, por Cristo, es que tenemos esperanza, y hoy, reafirmamos su llamado a vivir una vida de viva hermandad.
Que en este tiempo de oscuridades no nos ciegue la oscuridad, al contrario, que nos alumbre Cristo. Luz que brilla en las tinieblas. Amén.
Pastor Marcelo Nicolau