NOTA PRINCIPAL – Edición agosto 2020

El fundamentalismo: Consideraciones históricas y contextuales

Para poder comprender mejor los desafíos que hoy enfrenta el movimiento ecuménico en América Latina, nos es útil revisar algunos rasgos y elementos históricos del fundamentalismo como movimiento religioso y social.

En el siglo 19 nos dijeron que la modernidad traería a América Latina todos los beneficios del raciocinio humano: la ciencia y la tecnología nos otorgarían el control sobre el medio ambiente y se acabaría con toda carencia, la pasión ciega cedería lugar al entendimiento, y nuestros demonios interiores quedarían apaciguados por las bondades del progreso.

Hasta la religión se convertiría en un vehículo para divulgar las bondades de la modernidad.  El movimiento liberal encontró en la empresa misionera protestante un aliado ideológico útil.  Las escuelas y los hospitales construidos por los protestantes, junto con el espíritu práctico y empresarial de sus misioneros, motivaría a importantes sectores de la sociedad latinoamericana (intelectuales, artesanos, comerciantes, empresarios) a acoplarse a las ideologías liberales y capitalistas provenientes de Europa y los Estados Unidos.

Pero el liberalismo nunca cumplió con sus promesas. Para la gran mayoría de las y los latinoamericanos, el legado dejado por la invasión europea, la época colonial y de los

estados nacionales liberales ha sido una cultura de violencia, de exclusión y de corrupción. El fracaso del proyecto liberal ha generado en la región una desconfianza profunda en las instituciones públicas y una búsqueda permanente de espacios de consuelo y solidaridad, de sentido último y de valores perdurables. Este es el contexto en que se ha dado la irrupción dramática de la religión carismática en América latina.

En las últimas décadas, se ha observado la consolidación de una economía de mercado y una sociedad de consumo, producto de la globalización económica, política y cultural. En esta coyuntura, han surgido nuevos actores religiosos. Las instituciones y denominaciones tradicionales han perdido fieles y experimentado diferentes niveles de fragmentación.

En el sector religioso ha surgido cierta competencia entre diferentes estilos de liderazgo, sectores ideológicos, visiones políticas y posturas doctrinales. Una nueva generación de empresarios religiosos ha descubierto como acceder a los recursos espirituales colectivos de la región, empaquetarlos en drama y presentarlos con la autoridad y fuerza del misterio. Estos traficantes de bienes simbólicos han forjado alianzas con la nueva derecha política e, incluso, con algunos sectores de la Iglesia Católica. In círculos progresistas – tanto del mundo religioso como del mundo político y académico – se ha vuelto común descalificar estos nuevos actores sociales como fundamentalistas.

 

Pero ¿qué es «fundamentalismo»?

Para responder, quiero referirme a un estudio sobre “Comunicación, política y fundamentalismos religiosos” que publicó la región América Latina de la Asociación Mundial para la Comunicación Cristiana, conocida por sus siglas en inglés, WACC. En esta investigación, entendimos a los fundamentalismos como movimientos sociales que se fundamentan en verdades incondicionales expresadas por líderes autoritarios y que justifican o validan sus posturas por medio de un discurso religioso, económico o político carismático.

Los fundamentalismos nos ofrecen una estrategia para convivir con la incertidumbre y la ambigüedad, especialmente en comunidades que se sienten marginalizadas o perseguidas y que buscan fortalecer su identidad y sentido de valor en momentos de cambio social profundo y rápido. Según el sociólogo brasileiro Saulo Baptista, el discurso fundamentalista ofrece a la gente un sentido de orden y significado en un mundo que no nos ofrece ninguno de los dos.

Como planteó el recordado sociólogo chileno Arturo Chacón, el fundamentalismo es un producto de la modernidad. Específicamente, es el producto de los profundos cambios culturales y de la dislocación social generada por la modernización, la industrialización y, más recientemente, por el neoliberalismo. Argumenta Chacón, si los protestantes hemos vendido nuestras almas al raciocinio frío y científico del liberalismo clásico, los nuevos líderes religiosos carismáticos, con tal de justificar su autoridad, han respondido creando sus propios mitos fundantes. De allí, buscan usurpar el control de instituciones religiosas existentes o crear instituciones nuevas.

En América Latina, donde predomina la violencia, donde el estado del derecho es precario, y donde cada día más personas se sienten alejadas de las estructuras sociopolíticas tradicionales, muchas personas buscan su consuelo en proyectos políticos o religiosos fundamentalistas como estrategia de supervivencia. El problema es que estas estrategias van socavando nuestro sentido de ciudadanía, de participación en el ejercicio del poder para la construcción del bien común. Los fundamentalismos promueven la negación del otro grupo o de la otra persona.

Construir un movimiento fundamentalista como sistema social requiere acceso al poder. Por eso, el tener acceso a una plataforma poderosa como un partido político, un púlpito, un periódico o espacios en los medios sociales permiten a uno multiplicar el impacto de su discurso.

Violeta Rocha, una teóloga nicaragüense, observó que el fundamentalismo florece en una cultura de consumo, una cultura del deseo que nos exige buscar satisfacción y demostrar nuestro estatus por medio de la acumulación de bienes materiales. Por la hegemonía de esta lógica consumista, estamos especialmente sujetos a la seducción de la teología de la prosperidad, la cual propone que la acumulación de bienes materiales es fruto de la bendición divina.

Los fundamentalismos van de la mano con el patriarcado en sus esfuerzos por controlar a los cuerpos de las mujeres, sea limitando su acceso a servicios de salud sexual y reproductiva, la negación del placer sexual femenino o las normas machistas que buscan mantener a las mujeres en una condición subordinada.

Rocha también insistió que no todos los pentecostales son fundamentalistas y no todos los fundamentalistas son pentecostales, rechazando la caracterización hecha por algunos académicos que los pentecostales son bobos intolerantes. Una revisión cuidadosa de la historia demuestra que los pentecostales son la primera iglesia de los pobres en América Latina. Muchos de ellos, en sus cien años de presencia en América Latina, han demostrado su compromiso con el pluralismo, la lucha por la justicia y la construcción del bien común.

En la década de los 90 en la WACC trabajamos en proyectos de lectura crítica de los medios. Se entendió que, con tal de asegurar la consolidación de estructuras democráticas, al pueblo le urgía fortalecer su capacidad de desmitificar a los medios y diferenciar entre la verdad y la mentira. En el contexto actual, vendría bien recuperar y actualizar estas técnicas.

Frente a los fundamentalismos contemporáneos no es suficiente aducir la superioridad de nuestro análisis. El mundo en que vivimos anhela satisfactores reales: la práctica palpable del consuelo y de la solidaridad, sistemas para garantizar la justicia y la paz en contextos de corrupción y de violencia sistémica. ¿Cómo proponemos aportar a la construcción de seres autónomos pero interdependientes, con criterio propio, capaces de integrarse con ternura y responsabilidad a una comunidad, capaces de enfrentar la inseguridad, la contradicción y la ambigüedad con creatividad?

El flagelo de la exclusión, la polarización social y la corrupción que atentan contra nuestro bienestar hoy demuestra, sin duda, una crisis ética y espiritual. No podemos dejar de denunciar estos males, pero tampoco podemos dejar de proponer y modelar los principios éticos vividos por Jesús, los cuales compartimos con muchas personas de buena fe, aquellas que participan de la religión organizada y aquellas que no.

Frente al cruel dominio del consumismo y del mercado, frente al consumo individualista e individualizante de bienes simbólicos, frente a los nuevos populismos autoritarios que van sembrando el cinismo en la ciudadanía, frente a la cultura de corrupción y violencia – ¿podemos discernir una agenda ética común para enfrentar a los fundamentalismos y orientar nuestro quehacer sociopolítico y espiritual hoy?

 

Dennis A. Smith

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