NOTA PRINCIPAL – Edición julio 2020
«El Señor es mi pastor y sabe que soy gay…»
El 7 de Octubre de 1968, en la sala de un pequeño departamento, en la ciudad de Los Ángeles, se reunían por primera vez, para celebrar la fe en Cristo, un pequeño grupo de disidentes sexuales; convocados el Rev. Troy Perry, quien luego de haber salido del armario y expulsado de su denominación a causa de su homosexualidad, no se sometió a la idea de ser excluido de la Iglesia de Cristo y se abrió camino convocando a otras personas en su misma condición para adorar y seguir cumpliendo con la gran comisión.
Este acto tan simple y deliberado a la vez, permitió que surgiera la primera denominación en el mundo occidental que le dio la bienvenida a la disidencia sexual rechazada por la homofobia tradicional cristiana: la Fraternidad Universal de Iglesias de la Comunidad Metropolitana (ICM). Aquél día, Troy tituló a su mensaje: El Señor es mi pastor y sabe que soy gay. Troy no podía aceptar que Dios le hubiese creado defectuoso, inferior, denigrado por su homoerotismo… Tenía 28 años y hasta entonces había vivido según los preceptos de la iglesia, estaba casado, tenía hijos; pero su naturaleza sexual, erótica y afectiva hacia los varones, le presentaba un conflicto que lo llevó al borde del suicidio… ¿Cómo podía ser posible que convivieran en él la «homosexualidad» y la «fe cristiana»? Esta tensión se tornó cada vez más angustiosa hasta llegar al límite. En ese límite, Troy percibió la voz de Dios en su interior que le rescataba del dolor y la angustia dejándole saber su infinito amor por él y le animaba a vivir en la verdad, su propia verdad.
¿Cómo es posible que algo tan simple y básico, como el ilimitado amor de Dios por toda su creación, pueda verse tan complejizado por la estrechez de la doctrina humana?
Troy descubrió, que su conflicto interno no se resolvía buscando las respuestas en su naturaleza homosexual, sino buscando profundizar en el conocimiento de la naturaleza divina. Y esto solo puede ser una experiencia de desierto y entrega total a la fe. Su camino interior para encontrar a Dios, le dieron las respuestas que trajeron paz a su corazón, liberándolo del peso de la doctrina, y una misión que lo llevó a anunciar esa liberación a los demás.
¿No fue éste –salvando las diferencias específicas- el conflicto de Jesús con las leyes y tradiciones de su tiempo? ¿No fue el Espíritu quien lo guió en la experiencia del desierto y le permitió conocer su naturaleza propia y la de su misión? Y después, cuando anunció su evangelio al pueblo, cuando mostró los signos de su naturaleza de hijo de Dios ¿no lo llevaron a la cruz por desobediente, por transgresor de la doctrina tradicional del Templo? Acaso, ¿no murió en la cruz por incomodar el orden establecido por la Ley? ¿No fue el amor de Dios lo que lo salvó y a su vez lo que lo enfrentó a la estrechez de la doctrina?
Yo creo que este es el gran punto del conflicto: la experiencia humana y espiritual del amor de Dios versus el pretendido control de la doctrina por sobre el gobierno del Espíritu. Y el conflicto siempre se resuelve en la experiencia humana de Dios y no en los preceptos doctrinales.
La sexualidad, como otros grandes temas de la humanidad, confrontan permanentemente al orden establecido por la doctrina, y ésta no siempre se encuentra en franca sintonía con la superioridad establecida por el Espíritu de Dios. La doctrina no deja de ser una herramienta, un instrumento y, como tal, frágil ante el deseo de poder y dominación. Yo creo que el cuestionamiento, la duda, el planteamiento de la incomodidad ante los presupuestos doctrinales, son la base para permitirle al Espíritu hablar y guiar a las personas y a las comunidades.
El mundo sigue cambiando… no hay nada fijo y establecido para siempre como regla o normalidad. La fe tampoco es estática, fluye en la experiencia humana y se mueve. ¿La doctrina no debiera acompañar esos movimientos de la historia y del Espíritu con humildad? ¿La Iglesia no debiera respetar la experiencia radical entre Dios y una persona? Entonces ¿Por qué no aceptar la verdad establecida por las personas que viven en su verdad y afirman su dignidad? ¿Es válido imponer el cuestionamiento a lo diverso sin escuchar la experiencia del cuestionado?
El Señor es mi pastor y sabe que soy trans, lesbiana, bisexual, gay… ¿lo sabe la doctrina?
Rev. Fernando Frontan