RELATO DE UN ENCUENTRO – Edición agosto 2020

Encuentros, comunidad y percepciones

Hay encuentros y encuentros. Algunos son efímeros, pasajeros. Otros duran un tiempo. Y otros duran toda la vida. Siempre hay una dosis de misterio en cada encuentro, pero en todo caso, es una hermosa aventura descubrir cada página del futuro escribiéndola, en lo que nos toca, con la mejor letra. La historia de este encuentro es así, misteriosa y abierta, como una bandada de pájaros que vuela libre en busca de su destino. ¿A dónde llegarán? ¿A dónde irán? No lo sabemos, pero los miramos con esperanza porque tienen un destino, con alegría, porque están libres. Los miramos con los ojos llenos de luz.

El camino de regreso serpentea en abigarrada mezcolanza de niños, bicicletas, carros, motos y caballos. Volvemos de visitar a Estela, una hermana que hace poquito se ha acercado a la iglesia, sin poder concurrir todavía, porque la pandemia hizo suspender todas las actividades presenciales. Una pelota rueda en un campito, entre la orilla de una cañada y un montón de chatarra y autos despanzurrados. Barriada humilde y populosa, que se va tupiendo cuando nos acercamos a la ciudad. ─Estoy contenta ─dice Cecilia─ está mucho más fuerte, más segura. Con un poco de ayuda va a salir adelante. Asiento en silencio. ─Tanto en lo físico como en lo anímico y espiritual─ Agrega.  Y vos tenés mucho que ver en esa mejoría, pienso. Dicen que los valdenses antiguos andaban de a dos, el «barba[i]» viejo y el «barba» joven, el tiempo me ha puesto como al descuido en el primer papel, el de acompañar a esta «tía» joven que pone su trabajo y esfuerzo en ayuda solidaria y desinteresada.

Repaso mentalmente cómo empezó esta historia, y me maravillo de lo travieso que es Dios, como nos sorprende siempre, como nos desafía cuando menos lo esperamos. Hace algo menos de un año me llegó un llamado telefónico de Ana, de Quebracho. Que tenía una hermana internada, operada de la cadera y necesitaba un andador. No teníamos andador en la iglesia, pero gracias a los grupos de WhatsApp iniciamos una campaña de detección de recursos y conseguimos uno prestado. Fue llevarlo a la clínica y comenzar a conocer a Estela y a sus hijas e hijos. Ella tiene la mirada tranquila, una confianza que viene de la fe puesta en Dios. ─Con la ayuda de nuestro Señor─ dice con frecuencia. Pero su rostro también refleja los surcos de penas viejas, arañazos de desamores, silencios pesados, callados por años. Desde hace mucho tiempo, Dios ha sido su refugio, consuelo, ayuda y fortaleza para enfrentar situaciones difíciles. Me cuenta que quedó viuda, que tuvo que salir adelante sola con sus hijos, que después se casó nuevamente y tuvo otros hijos e hijas más, pero que las cosas no fueron bien, pero eso irá surgiendo después, despacito, porque no es fácil sacar afuera todo lo que se ha cargado por años.  Lo cierto es que en la clínica apareció otra necesidad, la de fisioterapia, para recuperarse de la operación. Ahí fue entonces que llamé a Cecilia que tiene esa profesión, y allí comenzó una relación entre ellas que va mucho más allá de lo profesional, que tiene que ver con un compromiso integral con el prójimo. Gracias a Dios en la comunidad de fe hay muchos dones, talentos, capacidades. Y gracias a Dios también, hay voluntad y decisión para que esos dones no sólo sirvan para el desarrollo y los ingresos personales o familiares, sino que también ayuden al prójimo, especialmente a aquel más necesitado. Así fue como el vínculo fue creciendo, donde la vida y sus problemas, como también la fe y sus fortalezas, pudieron ser compartidas. Los músculos se fortalecían con ejercicios físicos. El corazón se fortalecía con sonrisas. Los vínculos se fortalecían con confianza, con lágrimas a veces, con decisión de enfrentar las pruebas y problemas, siempre. Eso es la vida. Eso es ser comunidad. Compartir alegrías y tristezas.

Con ese camino andado llegamos a la casa de Estela. Hace frío y está todo el pasto muy húmedo. Atrás quedó la ciudad, cerquita está la ruta, el monte de álamos y fresnos cortina el horizonte, sobre un costado, marcado por grandes piedras, corre una cañada. Ahora parece linda, agua que corre entre los árboles, pero sé que si llueve fuerte se desborda, y la inundación arrasa todo a su paso. La casita de Estela está varios metros bajo el nivel del terraplén del camino, dentro del rango de alcance de la inundación, por lo que el peligro siempre existe y marca la existencia y la vida. La cañadita ya no me parece tan linda. ¡Como cambia la perspectiva, la situación vital desde donde se mira! Como decía el poeta: «una cosa es ver de lejos, la otra es vivir allí» [ii]

Estela nos recibe con alegría, nos hace pasar, hacemos rueda en la cocina. El fogón está prendido en un rincón, un gato blanco duerme manso al resplandor del fuego. La puerta permanece abierta, como obedeciendo un protocolo anti covid 19, pero es porque por ella entra la luz. Todo un símbolo, reflexiono. La luz entra en nuestra vida cuando nos animamos a dejar la puerta abierta. Jesús es luz que entra en nuestra vida cuando le abrimos y no nos quedamos encerrados en nuestros propios problemas, oscuridades y dolores, cuando nos animamos a abrir la puerta. Es un riesgo en cierto sentido. Pero es un riesgo peor quedarnos sin la luz. La charla trascurre lenta, como el agua de la cañada, Estela desgrana historias de a poquito, mechando siempre su visión signada por una fe en la compañía y ayuda de Dios aún en las más difíciles circunstancias. Su determinación es clara y fuerte, por eso ha dado un paso fundamental que es separarse, después de años de sufrir violencia. Sus hijos la apoyan, son una familia que quiere vivir en paz, trabajar, estudiar, compartir la vida sin extorsiones, maltratos ni abusos. La historia es dura, pero la solidaridad ayuda, y también la convicción de que Dios quiere lo mejor para cada ser humano. Nos quiere libres, dignos, íntegros, felices.

Claro que para llegar a la tierra prometida de la libertad no queda otra que atravesar desiertos de dificultades, privaciones, idas y vueltas, trámites y burocracias. Otra vez la comunidad sale en auxilio, porque consultamos a Mónica, que es abogada, para que represente a Estela en ese proceso judicial. Una vez más los dones y talentos puestos al servicio del prójimo. Una vez más, comunidad en acción. Silenciosa, sin carteles, sin anuncios, sin propaganda, sin autobombo. Simple práctica solidaria que sabe de la mirada amorosa de Dios y trata de actuar de la misma manera. La lectura de un salmo y la oración compartida son un fogón encendido en nuestros corazones, son calor humano y calor divino en milagro de comunidad. Este capítulo termina por hoy, nos tenemos que ir, otras obligaciones con horario avisan su presencia, pero la historia está abierta y tenemos toda la esperanza de que sea para bien, para mejorar, para vivir en paz y en libertad, con la bendición de sentirnos parte de una comunidad que vive haciendo oración de la acción y acción de la oración. Cuando nos despedimos un sol tímido asoma entre las nubes, un rayo acaricia las chauchas oscuras de los árboles, en los ojos de Estela brilla la gratitud. Ha dado pasos importantes y otros más vendrán en el futuro cercano. Cada uno es importante. Luego la agregaré al grupo de WhatsApp de la iglesia donde tendrá otras bienvenidas virtuales, hasta que sean posibles las otras.

Cuando nos despedimos con Cecilia aparece la yapa. Tengo otra cosa que contarte, me dice … silencio… Sé que muchas veces la realidad supera la imaginación, así que no quiero imaginarme nada.  ─¿Si?  ─ ¡vos que sos medio escritor por ahí te inspirás! Dice con una sonrisa pícara. ¡Es complicada, lo intuía! ─Tengo un paciente que…  Pero esa ya es otra historia.

 

Marcelo Nicolau.

[i] Barba. En el dialecto provenzal hablado por los valdenses significa «tío», era la forma en que los primitivos valdenses llamaban a los ministros en oposición al «padre» con el que se nominaba a los sacerdotes.

[ii] Aníbal Sampayo. «El río no es sólo eso».

 

 

 

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