Leemos en nuestra Biblia Lucas 15:1-10.
Está de moda hablar de “grieta”. En toda América Latina se abrieron grietas que parecen insuperables. Es más: se agrandan cada vez más por el fanatismo ideológico. Por ahora no hay ninguna superación a la vista.
Las grietas no son novedad de nuestros tiempos. Siempre existieron grietas políticas, económicas, sociales, étnicas, culturales, religiosas. En la época de Jesús, hubo una grieta especialmente dolorosa y era la que se extendía entre personas que se creían perfectas y puras, especialmente los fariseos y escribas; y aquellas que no lograban tal supuesta perfección y sufrían el menosprecio o incluso desprecio, recibiendo el calificativo de “publicanos y pecadores”. Pero precisamente varias de estas personas encontraron en Jesús a alguien que las tomaba en serio, las aceptaba y con ello cambiaba de alguna manera su vida. Experimentaban de manera palpable el amor y el perdón de Dios en la persona y la actitud de Jesús.
Pero eso les molestó a quienes sostenían que vivían en estado de perfección. Entonces Jesús les propuso un ejercicio durísimo: debían pensar. Siempre es más fácil dejarse guiar por los prejuicios que pensar y evaluar seriamente. Jesús hace su propuesta en forma de dos breves parábolas y luego una mayor. Pero no solo quiere ayudar a superar una dolorosa grieta. Aprovecha la ocasión para indicar también que es errado considerar que la cantidad siempre equivale a la calidad. Claro, esta idea de creer que una cantidad mayor también significa una superior calidad es inherente a muchas afirmaciones ideológicas retorcidas.
Las dos parábolas forman una hermosa dupla construida sobre experiencias comunes de pastores de ovejas y amas de casa de la época de Jesús. Luego de una pérdida, viene la búsqueda –precisamente para no dar por perdido a nadie–; y luego del encuentro, estalla una alegría inmensa que se comparte con personas allegadas. Así, dice Jesús, se alegra Dios cuando alguien considerado perdido cambia su vida. Una persona pecadora que por la intervención de Jesús queda transformada produce más alegría que noventa y nueve que no tiene necesidad de ningún cambio. Pero, atención, ¿realmente no tienen necesidad de cambiar nada? Aquí el texto parece contener una picardía, pues si Jesús está enseñando una grandiosa verdad con estas parábolas, también quiere que cambien esos noventa y nueve y acepten con alegría la transformación de quienes habían quedado al otro lado de la grieta.
Para empaparnos con este mensaje de Jesús, es importantísimo leer también la tercera parábola, comúnmente llamada “la del hijo pródigo”. Las dos parábolas menores son una preparación para el “plato principal” que viene con Lucas 15:11-32. Así que me permito invitar a volver a tomar la Biblia y disfrutar del texto entero. El hijo pródigo, derrochón y perdido pasó por una profunda conversión; ahora le toca el turno al hijo mayor. ¿Aceptará el cambio de vida de su hermano menor y se alegrará por su regreso?
René Krüger
Pastor emérito de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata