Leemos en nuestra Biblia: Mateo 10:24-39
Recuerdo a Judith, una amiga y compañera que conocí en ISEDET en el 2011 mientras cursaba la Maestría en Sagradas Escrituras con enfoque en VIH/Sida. Yo atravesaba un momento especial en mi vida, de gran tristeza e incertidumbre. Judith fue una tarde a mi casa, y me contó que en momentos así, ella tomaba la Biblia, abría al azar una página y leía lo primero que veía, y a través de esa lectura intentaba reflexionar con lo que le pasaba en cada momento.
Entonces cuando abrí el libro de Mateo y leí el capítulo 10, los versículos 24 al 39, lo primero que pensé es en comentarlo con distintas personas e ir buscando puntos de vista, posibles interpretaciones, entendiendo el contexto y lo que venía pasando en el relato.
Y me siento a escribir este texto entrando en el mes de junio, mes en el que se marcha bajo el lema Ni Una Menos desde hace cinco años, tanto en Uruguay como en Argentina. Y pienso en los relatos que se cuentan en Mateo, en épocas de persecución, donde Jesús les dice a sus discípulos que cuenten sus verdades, que se sientan respaldados en su amor. Pienso entonces que, como sociedad, es momento de acompañar a todas las mujeres que tengan algo que denunciar, que se sientan perseguidas o acorraladas; hacernos fuertes como comunidad y sostén de cada persona en situación de vulnerabilidad a causa de la violencia machista. Es una problemática que cada vez se hace más visible, y son muchas las mujeres que atraviesan estas situaciones, entonces es urgente que sus voces sean escuchadas, y ellas protegidas. Ofrezcamos nosotras y nosotros, un refugio seguro.
“No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada.” Marchar, gritar, cantar, protestar, pintarnos la cara, llevar pañuelos que nos identifiquen con causas que creemos justas… hacer ruido es nuestra manera de usar esa espada, en defensa de esta causa que oprime y mata, siendo voz de las que ya no están, mostrando nuestras caras para que aquellas que nos necesiten nos busquen.
Y no es fácil pedir que no teman, como en el relato, pero sí que sepan que les creemos, que las escuchamos y acompañamos.
Todas y todos somos iguales ante los ojos de Dios.
M. Lis Rivoira
Lic. en Comunicación Social