Leemos en nuestra Biblia San Mateo 22: 15-22.
“Entonces se fueron los fariseos y consultaron cómo sorprenderle en alguna palabra”
Otra vez la trampa, para Jesús escenario recurrente. La hipocresía enmascarada de alabanza para que sea él, “[…] amante de la verdad, y que enseñas con verdad el camino de Dios, y que no te cuidas de nadie, porque no miras la apariencia de los hombres.”, quien manifieste lo que ni fariseos ni herodianos se animaban a cuestionar: “¿Es lícito dar tributo a César, o no?”
Además de querer hacer a Jesús caer en el engaño, quienes lo ponen a prueba también están esperando una respuesta que los libere de la responsabilidad de sus actos. Nadie quería pagar impuestos, y si Jesús expresaba su desacuerdo, tendrían a quién echarle la culpa, poniendo como excusa que el propio hijo de Dios lo quiso así.
La respuesta del Mesías, primeramente, pone en evidencia a los aduladores hipócritas reprendiéndolos por sus malas intenciones; como buen cristiano, no deja pasar por alto la engañifa ni tiene reparo en juzgar el mal accionar de sus interlocutores. Después, con respecto a la pregunta, no niega el pago de los impuestos al César, pero tampoco afirma que su exigencia sea un acto justo, nada más se centra en un designio: “hay que darle a Dios lo que es de Dios”. Pero, ¿qué es «lo que es de Dios»?
Asumimos, desde siempre, que de Dios es el cielo y la tierra, la nada y el todo, la vida y la muerte; entonces, ¿qué podemos darle nosotras y nosotros que él no posea?
Comprendiendo la variedad de interpretaciones posibles a las que la Biblia está expuesta, mi lectura me lleva a pensar en un llamado que nos hace Jesús a ejercer la humanidad.
Una humanidad como la que usamos para adjetivar un acto hermoso, no la culpable de la destrucción del mundo. Una humanidad deseada, creada y surgida del amor y el anhelo de comunión.
El episodio de los impuestos no es más que una metáfora que traduce a la vida en la tierra como un escenario injusto, donde constantemente nos encontramos entre “el despotismo y la anarquía”, sin la existencia de una justicia como equilibrio. El mensaje de Jesús es claro: debemos ver más allá de lo mundano.
Tenemos compromisos sociales y compromisos con Dios, y ambos son caras de una misma moneda que representa nuestra vida. Jesús no busca aleccionarnos para que vivamos abstraídas/os de la realidad, sino que nos incita a concentrar nuestra energía en construir un mundo más misericordioso. Si se pagan o no impuestos no es el quid de la cuestión, sí lo es nuestro accionar humano.
Tenemos una sola cosa para dar, que somos nosotras y nosotros mismos; nuestra humanidad.
Jesús nos está aconsejando retomar este concepto y ponerlo en valor, sin dejar de reconocer y censurar todo lo que se le oponga. No es un mensaje de pasividad ante la injusticia -él mismo nos lo demuestra con la reprimenda que les da a quienes tratan de engañarlo-, es un mensaje que nos muestra la existencia de la misma y nos invita, en consecuencia, a dirigir nuestras intenciones hacia el bien, hacia lo que es de Dios.
Florencia Arias
Estudiante de Profesorado en Educación Primaria. Miembro de la comunidad valdense de Colonia Belgrano, Argentina.