La participación de las mujeres en el primitivo movimiento valdense, «los pobres en Espíritu», fue decisiva para la expansión del grupo de seguidores de Valdo.
Varios historiadores dicen que la difusión de la herejía dependió de las mujeres. También los inquisidores católicos lo reconocen abiertamente. Les llamaban «sorores» que quiere decir hermanas.
Pero el pueblo les llamaba «mulieres valdenses» o «mulieres pauperis». Hay que recurrir a las actas de la inquisición para saber quiénes eran, porque no hay muchos datos sobre sus actividades. En los registros de penitencias de 1241 se menciona el trabajo que ya hacían veinte años antes de esa fecha.
De dos en dos salían estas «mulieres valdenses» predicando el Evangelio de pueblo en pueblo, como lo harían los «barbas». Vivían de la caridad y se hospedaban en casas de amigos. Era una misión arriesgada que las llevaba a enfrentar serios peligros.
Los hombres podían disimular su verdadera actividad haciéndose pasar por comerciantes, peregrinos, artesanos ambulantes, pero estas mujeres recorriendo calles y pueblos en parejas, levantaban las sospechas de ser herejes, prostitutas o brujas.
Muchas pagaron con su vida el coraje de ser predicadoras itinerantes de la Palabra de Dios. Su mensaje tenía un buen contenido doctrinal, explicaban el sentido de la celebración de la Santa Cena, la negación del juramento, el derecho de hacer justicia, no mentir, no matar, combatir el falso testimonio.
Tuvieron que pasar a la clandestinidad confinándose en lugares seguros para protegerse, pero la predicación femenina nunca pudo ser completamente neutralizada y se extendió hasta la adhesión del movimiento valdense a la Reforma.
Practicaban la pobreza y poseían solo lo indispensable. Vivían de las limosnas y desarrollaban sus actividades en casas de amigos. Se dedicaban a cuidar enfermos y ancianos. Las que practicaban la medicina eran muy apreciadas por su capacidad para curar enfermedades. La mayoría sabía leer y escribir.
Cuando la inquisición las descubría las encarcelaban, y la casa que habitaban era demolida y convertida en basurero para escarmiento de muchos.
De las «sorores» aprendemos que el ministerio de la mujer, en la Iglesia Valdense, nunca estuvo subordinado al hombre. Siempre se desarrolló sin divisiones jerárquicas y en un plano de completa igualdad.
En los tiempos de las dictaduras militares, algunos pronosticaron el fin de las Uniones Cristianas de Jóvenes, al que seguiría el fin de las Ligas Femeninas. El Señor que es quien guía a su pueblo, levanta testigos y transforma instituciones en todas las épocas según su sola voluntad. A nosotros nos corresponde ser fieles a su llamado y las «sorores» pueden hoy también renovar nuestra fidelidad.
Carlos Delmonte
Pastor emérito de la Iglesia Valdense e historiador
Fuente: Edición de julio de 2013 de «Cuestión de fe», boletín de las Iglesias valdenses del Presbiterio Colonia Sur.
Bendiciones y saludos desde México!! muy edificante artículo. me hace conocer aún más sobre su iglesia. y es un privilegio conocerles y contactarles por este medio. tendrán un sitio donde pueda conocer más de la iglesia y contactarles?
Hola, Margarito:
Dentro de nuestra página web puede estudiar sobre la historia y actualidad de la iglesia valdense. Lamentablemente, en México no hay sedes pastorales de nuestra iglesia. Antes cualquier consulta, estamos a su disposición.
Saludos.