La Secretaría de Comunicaciones dialogó con Claudia Tron en calidad de directora del Departamento de Mujeres y Justicia de Género de la Alianza de Iglesias Presbiterianas y Reformadas de América Latina (AIPRAL), quien nos compartió sus impresiones y vivencias en el último Encuentro Regional y Asamblea General de AIPRAL “ACCRA +20” que se llevó a cabo entre el 18 y el 21 de febrero en San Salvador, El Salvador.

Una de las cuestiones interesantes de este encuentro fue la muy buena convocatoria que hubo y, sumado a eso, el nivel de reflexión, de producción durante esos días. Sin dudas que hubiera varias personas de la Comunión Mundial de Iglesias Reformadas (CMIR) también fue algo importante, porque pudieron ser parte del proceso reflexivo de la región.
Participé como directora del Departamento de Mujeres y Justicia de Género, y compartí un breve aporte para la reflexión.
- ¿Cuál fue el eje central de tu aporte?
Mi presentación tuvo que ver con enseñanzas y desafíos de la confesión de Accra desde la perspectiva de las mujeres. Si bien la confesión, que ha cumplido 20 años, podríamos decir que no incluye la perspectiva de género tal y como la entendemos desde un tiempo a esta parte, sí lo que denuncia y anuncia está pensado desde y para toda la humanidad y toda la creación. En tal sentido, decíamos que tenemos el desafío hoy de ver cómo la categoría de género nos permite percibir e identificar que la matriz que sostiene el patriarcado, que justifica las violencias de géneros y diversidades, es la misma que sostiene la manera en cómo violentamos y violamos a la creación entera cuando sostenemos un modelo económico extractivista, inequitativo y que deja personas afuera.
A partir de ahí, reflexioné sobre la importancia de que nuestras comunidades trabajen las categorías de géneros y la noción de patriarcado, y de esta matriz como una lógica de pensamiento que sostiene no solo las inequidades de géneros y la violencia hacia las mujeres sino un modelo económico: el capitalismo.
La confesión de Accra tiene una frase muy significativa: no podemos callarnos frente a la realidad. Entonces usé esa frase porque no podemos callarnos frente a las injusticias, desde una mirada específica de los feminismos y diversidades.
- Mencionas que el nivel de reflexión fue muy bueno, ¿cuáles son los desafíos de las iglesias y comunidades en este sentido?
Sin dudas, la elaboración de la Carta Pastoral a las comunidades de la familia de AIPRAL y la Declaración de la Alianza de Iglesias Presbiterianas y Reformadas de América Latina (AIPRAL) dan cuenta de lo efectivo que fue este encuentro. Y también nos pone una línea de continuidad con la confesión de Accra, una actualización de la confesión a la luz del contexto actual y de las situaciones que el continente atraviesa.
Sigue habiendo un compromiso con transformaciones necesarias y urgentes de la realidad. El desafío es cómo logramos que nuestras comunidades, desde los territorios más cercanos hasta las estructuras más grandes, podamos tener esa capacidad de transformación y de incidencia pública. La realidad, sin duda, nos plantea varios obstáculos. A veces tenemos la voluntad, tenemos la vocación, pero después hay que tener tiempos disponibles para articular la incidencia, porque la incidencia justamente tiene sentido o tiene fuerza cuando se hace junto con otros grupos, con otras organizaciones.
Esas bases, comunitarias y ecuménicas, se van a ver fortalecidas también en ese recorrido, pensando la crisis del ecumenismo en su totalidad, por ejemplo. En este sentido, es indispensable pensar que las crisis pueden representar oportunidades.
Tal vez el modelo de ecumenismo que veníamos sosteniendo, que nos formó, nos contuvo, nos sostuvo, requiere de otras formas que atiendan a los grandes cambios que estamos viviendo como sociedades, como iglesias, como humanidad. Esta transición nos está costando, pero será hasta que encontremos la manera, hasta que nos sintamos también contenidos-as y fortalecidos-as.
Aquí es donde los espacios de formación, de construcción de acuerdos, de análisis son indispensables; porque frente a las urgencias tenemos que tener momentos donde parar para mirar el recorrido, para resistir colectivamente, y ver en qué punto tenemos que fortalecernos.
Es un tiempo complejo que requiere decisiones estratégicas que las iglesias tenemos que seguir consensuando, y si lo podemos hacer junto con otras, tanto mejor, porque finalmente son las mismas realidades y amenazas que nos están asediando en el continente. Por un lado el sistema que deja cada vez más personas fuera del alcance de sus derechos; y los fundamentalismos que permean nuestras propias lógicas denominacionales y a pesar de ser presbiterianos-reformados, quedamos muy expuestos-as a que los discursos y las prácticas fundamentalistas se vayan colando en nuestras membresías. Muy lejos del Dios amoroso, del Dios del amor que está en los cuadros de toda nuestra iglesia, las prácticas y los discursos de odio entran muy fácil y ayudan a justificar cualquier cosa. Es un tiempo complejo que requiere formación y acción. En ese camino andamos.