Leemos en nuestra Biblia: Marcos 6:1-13.
Había una vez tres árboles que tenían un sueño, una aspiración, un anhelo.
Los tres estaban plantados y crecían a la orilla de un cristalino arroyo.
Uno dijo: “Cuando el hachero me corte, quiero que el carpintero haga con mi madera lujosos muebles, lindos cofres, alejaros llamativos donde guardar hermosas joyas, puertas talladas por artistas que guarden valores”.
Otro dijo: “Quisiera que mi madera se transformara en lujosos yates, amoblara grandes transatlánticos y cruceros que naveguen los mares llevando solventes turistas y gente ‘importante’ que despreocupadamente anden por el mundo”.
El tercero dijo: “a mí en cambio, me gustaría permanecer en pie, luciendo mi esplendorosa copa y firme tronco sobre poderosas raíces, mostrando así mi firmeza y valor”.
Llegado el momento en que culminan las vidas de los árboles, fue posible saber qué pasó respecto a los sueños de los tres:
El primero fue talado por un humilde granjero, que con sus escasos conocimientos de carpintería y herramientas sencillas, elaboró un pesebre para que comiera su ganado.
Nos viene a la memoria que un pesebre sirvió de cuna al niño Jesús, aquel niño que es nuestro Señor y Salvador. En ese pesebre hay “comida” espiritual, alimento de salvación y no lujos ni riquezas materiales.
Al segundo árbol le pasó algo parecido: al ser talado, su madera se convirtió en la barca de un pescador artesanal y no en ninguna de las suntuosas naves soñadas. Barca en la que nuestro señor Jesús navegara, calmando tempestades, serenando a sus discípulos y predicando enseñanzas de vida abundante. Lejos estaba Jesús de viajar en poderosa nave y acompañado por selectos viajeros. Humilde barca y humilde pescadores, pero que fueron predicadores de su evangelio.
Finalmente, el tercer árbol fue abatido con hacha y machete, perdiendo la hermosura de estampa, y la fortaleza de su tronco y raíces. Y con su madera solo se hicieron unos rústicos tablones para encofrado de materiales de construcción.
También rústicos maderos fueron usados en la cruz en la sucumbiera nuestro Señor Jesús, para resucitar al tercer día, para demostrar su poder ante la muerte y para brindarnos una gran esperanza de vida.
Cuántas veces nosotros tenemos sueños y anhelos, confiando en nuestras propias fuerzas humanas para obtener riquezas, ficticios logros y valores caducos y no permitimos que nos acompañe nuestro hermano fuerte: Jesús. Y así quedamos desolados con frecuencia, pero no debemos olvidar que con él a nuestro lado saldremos adelante. Ya lo dijo y nos lo enseñó: Dios siempre estará a nuestro lado.
Por tanto, uno de los resultados de esta reflexión es pedirle humildemente a nuestro Dios que nos fortalezca y promueva nuestras aspiraciones, que si están alineadas con el plan divino, las viviremos en plenitud.
Construir un edificio no es una obra sencilla. Se necesitan constructores y arquitectos. Pero también ellos dependen del humilde trozo de barro que es el ladrillo, el cual es elaborado por un sencillo trabajador.
Entonces, pensemos en “construir un ladrillo antes de elevar un edificio”.
¡Que nuestro Dios nos de la sabiduría para vivir según sus planes y la fuerza para ser humildes y confiar en ella!
Mabel Rivoir
Bellaco, Río Negro, Uruguay