¿Qué hay antes de una revelación?
Existe un tiempo de expectativa, de espera, de incertidumbre. Si algo se revela es porque estaba oculto, fuera de la vista, o de la razón, o del entendimiento. Se revela para exponerse, darse a conocer. ¿Pero qué pasa si esa revelación sigue siendo invisible? Eso es Pentecostés, una revelación invisible para la mayoría. ¿Y de qué manera esa revelación se hace visible? Es como el viento, lo vemos a partir de lo que genera, de una hoja de una planta moviéndose, de las aspas de un molino girando, de una cara sonriendo con los ojos cerrados en medio del calor…
Bueno, eso es Pentecostés. Es el espíritu actuando. Haciendo mover la vida, dándole sentido a nuestra fe, permitiéndonos ser libres en un mundo hostil, refrescándonos en el agobio de la jornada. No lo vemos, pero sabemos que está, que actúa en nosotros y nosotras de maneras tan diversas como inimaginables. Y no viene por medidas, puede ser poco o mucho, pero es, y cuando se siente es maravilloso. No esperemos a sentir o ponernos a prueba para ver si el espíritu actúa en nosotros, más bien pensemos en lo que hemos hecho y nos daremos cuenta de que, aunque sea alguito, está. Y lo más importante, no hay que pedirlo o merecerlo. En su amor Dios nos lo ofrece. Lo único que debemos hacer es dejarnos llevar. La iglesia nos necesita, “ven hoy a nuestras almas, infúndenos tus dones”. (Canto y Fe, n° 75)
Brian Tron, miembro laico Mesa Valdense