¿Sabemos gestionar adecuadamente los momentos de desacuerdo con los otros? Cuando hay una mala gestión las situaciones de tirantez pueden llevarnos a no movernos de nuestra posición y a no aceptar ninguna postura que no esté a nuestro favor o que no afirme lo que pensamos o que no esté del lado de lo que sentimos o necesitamos.
Para mucha gente el sentir que ganan una discusión es como una droga poderosa que eleva artificialmente su autoestima y los lleva a tomar el control y el poder frente a los otros. Es necesario generar recursos para comunicarnos de forma más eficaz y resolver los conflictos sin violencia ni coacción, expresando honestamente aquello que sentimos y necesitamos, y escuchando con empatía los sentimientos y necesidades de las demás personas.
Si queremos avanzar hacia un mundo más pacífico y solidario necesitamos crear un cambio en el interior de nosotros mismos que nos permita observar sin juzgar generando un vínculo con la otra persona que contribuya a mejorar nuestra vida y la del otro.
Vivimos en un mundo en que cada vez hay menos tiempo y paciencia para escucharnos o para realmente intentar comprender al otro ser humano. A menudo, nuestra forma de expresarnos contribuye a la violencia que hay en el mundo.
Cuántas veces decimos o escuchamos, en medio de un intercambio de ideas, frases como “no seas tonto”, “esto lo decís porque a vos nunca te pasó”, “deberías pensar antes de hablar” y otras frases que más que hablar del tema que se está tratando están dirigidas a juzgar, paralizar o imponerse frente a otro que de esta manera se transforma en un contrincante.
La “manía” de querer siempre tener razón se ha adueñado de muchas relaciones amorosas, parentales, sociales, empresariales, etc., y ha venido causando muchas peleas, conflictos, resentimientos y rupturas… y la infelicidad afectiva que genera la relación anda por ahí instalada.
El egoísmo es un gran interruptor de la conexión entre los corazones, rigidizando la sensibilidad, y haciendo imposible una percepción clara de la vida. Los “dueños de la verdad” tienen dificultad en observar y comprender diferentes puntos de vista, reconocer públicamente sus equivocaciones y aun pedir perdón cuando las circunstancias así lo indican.
Pueden incluso ser rápidos en la argumentación y exhibir gran elocuencia en sus palabras, pero esto no es necesariamente sinónimo de sabiduría o de inteligencia, como piensan algunos.
Si la decisión proviene de un corazón más amoroso, que está ocupado también en crear bienestar y felicidad para los demás, todo cambia. La felicidad está relacionada a la capacidad de amar. Y amar a los demás, hacer más cálido el corazón, desarrollar ternura, dulzura, amabilidad, tolerancia, aportan inmenso bienestar interior, aparte de crear nuevas estructuras emocionales modificando la forma de percibir la vida y de interactuar en ella.
Pasar nuestras opiniones por el tamiz de la afectividad, de la ética, de la justicia, de la responsabilidad, de la verdad, de la compasión y del no prejuicio, antes de manifestarlas, es igualmente importante.
Será fundamental crear situaciones de diálogo donde el otro se sienta incluído y valorado. Nos han hecho creer que el último que habla es el que de verdad tiene razón.
La subjetividad en el orden del saber y del poder
La opinión que vertimos sobre los temas que dialogamos dependen de la vivencia subjetiva de cada uno y siempre están filtrados desde nuestra particular perspectiva.
Podemos pensar que nuestro punto de vista es mejor o más verdadero que el de nuestros interlocutores, pero probablemente ellos estén convencidos de manera similar respecto a sí mismos, lo digan o no lo digan. Vamos por la vida dando por sobreentendido que el modo en que vemos las cosas corresponde exactamente a lo que realmente son.
Lo cierto es que no experimentamos el mundo directamente, sino que lo filtramos de forma subjetiva a través de nuestro “sistema de creencias”. Es decir, un conjunto de afirmaciones personales que consideramos verdaderas, y que configuran las matrices mentales con los que interactuamos con la realidad.
De ahí que, en última instancia, nuestro “mapa mental” determine cómo experimentamos nuestra vida. Sin embargo, este mapa no es estático ni inamovible. Está en nuestras manos verificar si es válido y, sobretodo, útil para gestionar nuestra vida de forma más eficiente y feliz. De este modo podremos comenzar a dejar de responder de forma reactiva e impulsiva.
El Apóstol Pablo decía: “lo que el Espíritu produce es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. Contra tales cosas no hay ley” (Gálatas 5: 22-23). Si podemos perfeccionar en nosotros estos valores cristianos estaremos más cerca de un compromiso con la verdad, de una relación más armoniosa con el otro y de un diálogo más enriquecedor y transformador.
Doctor en Psicología Hugo N. Santos
Nota publicada en el boletín: «Cuestión de Fe», edición marzo 2018.