Lee en tu Biblia: Marcos 13:1-8
Para comprender mejor estas palabras de Jesús, es necesario vincularlas al pasaje anterior, acerca de una viuda que pone sus últimos centavos en las ofrendas del templo.
Si bien muchos han entendido esa acción como de suprema entrega, y ha elogiado la actitud de esa mujer, es necesario revisar esa interpretación: según las leyes del Pentateuco, las viudas (así como otros pobres) debían recibir su sustento de las ofrendas, no entregarlo. Lo que Jesús ve, más allá de la generosidad de la viuda, es un sistema de explotación que no se compadece de los pobres. Y ve que quienes administran ese régimen son ni más ni menos que los sacerdotes, quienes mejor debían conocer la ley y sus obligaciones. Pero que en lugar de compadecerse del necesitado, acaparan para sí las dádivas que son para el Señor y sus protegidos: los huérfanos y las viudas, los pobres y los extranjeros.
En ese contexto el anuncio de la destrucción del Templo no es un ataque a la fe de Israel ni una cuestión antojadiza de un Jesús enojado. Como cuando un día antes había expulsado del templo a mercaderes y cambistas, aparece como el juicio de Dios sobre un sistema injusto y el fin de un régimen de corrupción que usaba las ofrendas para embellecer las piedras y no para sostener a las personas que pasaban necesidad.
Frente a este templo condenado a la ruina (lo que efectivamente ocurrió 40 años después), Jesús habla de la realidad de un mundo de violencia, de hambre y desmanes, de fenómenos destructivos. Ese no es el fin, sino la triste realidad de la historia de los seres humanos. Guerras y destrucción, catástrofes que ponen en evidencia la fragilidad de los emprendimientos humanos, hambres injustificadas en un mundo de abundancia, conflictos y manifestaciones de los más diversos tipos conforman el devenir de nuestra especie. Pero el fin de la historia será otro, el que decida nuestro Señor, un fin de justicia y misericordia.
Y no solo eso. También advierte sobre quienes engañosamente se presentan como emisarios del Cristo, pero que en realidad no buscan sino engañar a las gentes. Así como Israel tiene un sacerdocio corrupto, también entre quienes se dicen seguidores de Cristo aparecerán quienes se hacen pasar por el Cristo mismo, o dicen tener mensajes en su nombre, solo para defraudar y enriquecerse.
El mensaje es duro, pero realista. Nos alerta sobre un mundo inmisericorde ante el cual tenemos que proclamar un mensaje que va a contrapelo de esa historia: el mensaje del infinito amor y la gracia divina.
Néstor Míguez