Reflexiones sobre Mateo 18:15-20
Parece que nos acostumbramos a la idea de que todo tiene que ser instantáneo. Tenemos al alcance de la mano diferentes medios a través de los cuales podemos expresarnos, opinar, aprobar, criticar, y más. Bajo la fundamentación de la libertad, tendemos a llevar nuestras posturas a los extremos más lejanos sin dedicar demasiado tiempo a la reflexión previa, a menudo sin considerar a quienes están a nuestro alrededor. A veces incluso afirmamos cosas que serían más difíciles de expresar y sostener en una conversación cara a cara.
El Evangelista Mateo lejos está de conocer o intuir esta realidad. Sin embargo, aparecen algunos elementos básicos que dan un poco de orden y estabilidad en medio del desconcierto.
Jesús tiene una propuesta muy concreta sin verdades ocultas detrás de máscaras. Por el contrario, su propuesta comienza en el cuidado mutuo, basándose en el diálogo y en la interacción personal. Dependiendo del nivel de dificultad de este diálogo, surgen otras instancias de reflexión y observación comunitaria. Lo que prevalece no es el primer impulso, sino la capacidad de llevar a cabo un paciente proceso de diálogo, donde la escucha y el perdón parecen no estar condicionados. No existen límites ni especulaciones en cuanto a categorizarlos.
Podemos caer en la tentación de difundir rumores rápidamente o de emitir opiniones infundadas sobre los demás. Jesucritsto plantea algo renovador ante la ley vigente, apelando al diálogo entre hermanxs, siendo la escucha y el acompañamiento comunitario una certeza “en donde dos o más se reúnen, con ustedes allí estaré”. La propuesta de Jesús se basa en esa confianza y transparencia, en donde las cosas no se esconden por detrás o en palabras no dichas, sino que por el contrario se basa en relaciones y vínculos que se construyen de manera cotidiana.
En la actualidad, vivimos en un mundo exacerbado por discursos que alientan a descargar nuestros rencores y odios de manera virulenta, sin considerar las consecuencias, a través de palabras y acciones que pueden resultar hirientes. Jesucristo nos plantea una nueva manera de vivir en donde podamos tener ese intercambio genuino y en donde podamos reconocernos en nuestra humanidad. ¿Existen límites para esto? Parece que no, o al menos no existen límites para la abundante gracia que Dios nos regala.
La sanación va de la mano de la justicia. Jesucristo y su anuncio del Reino traen consigo una justicia que sana y comienza en algo tan sencillo y cotidiano como una conversación. Se manifiesta a través de gestos cercanos que transforman la vida.
Alfredo Servetti
Bachiller en Teología, Buenos Aires