Leemos en nuestra Biblia: Mateo 18:15-20
No existe una comunidad, no existe un ser humano ni ha existido, excepto Jesucristo, exenta del pecado. Quien cree que no ha pecado, miente y hace mentiroso a Dios, dice la primera carta de Juan. El pecado es entonces un compañero inseparable en la vida del mundo y en la vida de las/os creyentes. Debemos aprender a caminar con él.
Así como la comunidad cristiana no es una “comunidad de santos/as” tampoco puede ser una comunidad que sucumbe al pecado, que es arrastrada por éste, dominada, extorsionada, doblegada. La comunidad cristiana es un lugar donde abierta, paciente y tenazmente nos disponemos a proclamar que Jesucristo ha vencido al pecado para hacernos seres humanos capaces de recibirnos unos a otros en amor.
Entonces, si no somos una comunidad de pecadores y tampoco una comunidad de santos, ¿qué somos? Pienso que somos: “una comunidad en construcción”. Una comunidad que no niega el pecado, que no lo oculta, pero al mismo tiempo que busca que el amor, la justicia y el poder de nuestro Dios nos libere de él.
La iglesia no hace oídos sordos ni deja pasar la agresión. Pues este “dejar pasar” sólo hace que un pecado se convierta en un espiral de más y más dolor y violencia. La persona que sufre violencia de parte de otro/otra (“contra ti”, v. 15), necesita poder decirlo y al mismo tiempo la justicia deber ser restituida.
Mateo propone enfrentar el pecado, asumiendo que se trata de una comunidad de iguales. Es decir, la propuesta de Mateo supone que una hermana o hermano puede sentarse con otro hermano o hermana y expresarle su dolor, el daño recibido. Este es el primer momento (v. 15)
Debemos reconocer, no obstante, que en nuestras comunidades no somos todas/os iguales (lo que en sí constituye una manifestación de pecado). Hay diferencia de edades, de género, status, etc. que pueden hacer que algunas/os no nos veamos (o no estemos) en igualdad de condiciones para sentar a un/a hermano/a y expresar nuestro dolor.
Entonces, la comunidad cristiana es vital para empoderar a las/os hermanas/os de la comunidad, especialmente a aquellas/os más vulnerabilizadas/os. Este es el segundo momento (vs 16-17).
Finalmente, quien ha pecado contra su hermana/o debe comprender y reconocer que necesita de la Palabra de Dios que le es proclamada por sus hermanas y hermanos. Dietrich Bonhoeffer nos recuerda que “El Cristo en su propio corazón es más débil que el Cristo en la palabra del hermano/a; aquél es incierto; éste es cierto.”
Pastor Darío Barolin