Leemos en nuestra Biblia: Juan 10: 1-10
Pulso vital. Los takuapu hacen vibrar la tierra, la pacha. Se enciende el corazón, es hora de invocar: dancemos, dancemos, todas juntas. Acompasemos nuestros pies, agradezcamos a la divinidad que nos quiere unidas, rememorando a nuestras ancestras, haciendo correr la fuerza sanadora. Es otro paso más hacia “la tierra sin mal”: ese lugar donde seremos con Dios y Dios será en nosotras, sin cadenas innecesarias, sin órdenes ni altanerías, sin egos, más que alguna risa socarrona y las ganas de correr más que el viento. Ñanderu hizo la creación: trajo una pindó, la puso al centro de la tierra y empezó a caminar y a pisar la tierra, y generó la vida. Evoquemos y caminemos, dancemos hacia la tierra sin mal, trayendo vida, siendo vida. En armonía.
Hay un poder que nos ubica equidistantes y en la misma dimensión a todas las personas: es la presencia de la divinidad en cada miembro de la humanidad. Jesús, en un encuentro con poderes religiosos de su época, necesitó ser muy claro, no solo para las autoridades, sino para los corazones: organizarnos en sociedad es necesario y a la vez contingente. Pero organizarnos en base a su proyecto de vida y amor debe ser más amplio, más democrático, más inclusivo que las interpretaciones de entonces de la ley de Moisés. La única ley que se debe contemplar es la que contempla la vida en abundancia, y las que nos encuentra de la forma más humana posible: cuidándonos, compartiendo el amor y cultivando la confianza entre nosotras, para encendernos el corazón. Es el último poder que debemos reconocer y al que acudir, gozosas. Y danzar en plenitud.
Josué Charbonnier
Comunidad del Parque 17 de Febrero, Uruguay.
Gracias josu por traer imágenes de Dios mucho más cercanas al sentir de muchas. Dancemos!