Leemos en el evangelio de Lucas, capítulo 1, versos 39 a 44 que “por aquellos días, María se fue de prisa a un pueblo de la región montañosa de Judea, y entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Cuando Isabel oyó el saludo de María, la criatura saltó en su vientre, y ella quedó llena del Espíritu Santo. Entonces, con voz muy fuerte, dijo:
¡Dios te ha bendecido más que a todas las mujeres, y ha bendecido a tu hijo! ¿Quién soy yo, para que venga a visitarme la madre de mi Señor? Pues tan pronto como oí tu saludo, mi hijo se estremeció de alegría en mi vientre.
A pocos días de la Navidad este evangelio nos invita a introducirnos en una escena bien cotidiana, cargada de sentires y sentidos: dos mujeres se saludan en una lejana aldea de las montañas de Judá. Dos mujeres embarazadas celebran el sentirse alcanzadas por la gracia y la bendición de Dios. Ninguna de ellas pertenece a familias o grupos del poder político ni económico de ese momento.
Mujeres conocedoras de la promesa de Dios, mujeres con memoria, fe y esperanza, que fueron convocadas y decidieron comprometerse con el plan de Dios que traía esperanza de tiempos nuevos, de justicia y paz.
El de ellas fue un compromiso que fue más allá de las ideas y la razón, su compromiso involucró y transformó sus cuerpos, sus tiempos, su historia y hasta nuestra historia.
Ellas son María e Isabel. María, que después de recibir el anuncio del ángel que le dijo que sería la madre de Jesús, decidió salir y caminar hasta el lugar donde vivía Isabel, para visitarla. Isabel, que en el saludo del encuentro sintió cómo la criatura saltó en su vientre y la presencia del Espíritu de Dios iba llenando su vida. Ella lo expresó diciendo a María: ¡Dios te ha bendecido más que a todas las mujeres, y ha bendecido a mi hijo que se estremeció de alegría en mi vientre!
Ambas atravesaban un momento único en sus vidas, transitando sus embarazos, preparándose para la maternidad. Esa visita de algún modo fue un encuentro anticipado de Juan el Bautista y Jesús desde los vientres de sus madres.
El evangelio de Lucas, en medio de un contexto y cultura donde las mujeres no eran reconocidas, vistas ni oídas, pone la atención y la buena noticia en María e Isabel, y nos invita descubrir cómo la fuerza divina las transforma, las pone en movimiento, les permite decidir, expresarse en libertad y con alegría.
Que a pocos días de la Navidad, la fuerza divina también nos encuentre. Que su poder nos transforme y haga capaces de celebrar los abrazos, la memoria y la esperanza, de acompañarnos en las esperas, y de defender la justicia para que la paz pueda habitar nuestro tiempo.
Pastora Claudia Tron
Comunidad Valdense de Paraná-Santa Fe