Leemos en nuestra Biblia: San Lucas 19: 1-9
Mira Señor, voy a dar a los pobres la mitad de todo lo que tengo; y si le he robado algo a alguien, le devolveré cuatro veces más.
El relato de Zaqueo se me viene a la memoria de la mano de una canción aprendida en la Escuela Dominical. Fue la primera vez que oí la palabra sicómoro. Y si la letra con música entra, ya es imposible olvidarla. Era bajito, cobrador de impuestos, quería ver a Jesús que entraba en la ciudad de Jericó, lo recibió en su casa y cambió su vida. Lo fundamental estaba dicho. Pero el episodio seguía guardando significados para que la invitación a releerlo tuviera siempre un nuevo sentido.
Sólo mucho más tarde reparé en que no sólo Zaqueo quiere ver a Jesús, Jesús tiene la sensibilidad suficiente para verlo, darse cuenta de su esfuerzo, sentir lo que para él significaba en medio de todo aquel desprecio bien habido que venía cosechando, la atención de Jesús. Sospecho que Jesús previó la reacción de “todos” los que empezaron a criticarlo porque se quedaba en su casa. Sospecho que la posibilidad de desafiar de esa manera a los prejuicios, incidió al momento de llamarlo.
Pero en lo que solamente de la mano de una niña asombrada de la Escuela Bíblica, cuando yo había dejado de ser alumno, pero gracias a Dios no había dejado de aprender, me hizo reparar en la magnitud del cambio de vida que está más allá de todo cálculo.
Le pareció un disparate inaceptable que devolviera cuatro veces lo que eventualmente hubiera defraudado a alguien. Encontraba razonable que devolviera aquello que hubiera obtenido con trampas. Era consciente que había incurrido en ellas, pero ¿por qué cuatro veces? Y la niña tenía razón. Incluso la antigua ley en el libro de los Números preveía que la “multa” por una razón como ésta equivaldría a un quinto del valor de lo retenido ilegítimamente. Cuatro veces era un disparate, estaba fuera incluso de la racionalidad de la ley. Sólo por una oveja o por un buey se exigía tamaña restitución. Zaqueo lo aplica a todo.
La conversión implica un cambio de vida radical que supera todo cálculo. Más que justas las palabras de la niña en aquella rueda de la Escuela Bíblica: un verdadero disparate. “Si me quedé con el lápiz de alguien, seguro que me arrepiento y se lo devuelvo”, me dijo. Hasta admitió que podría darle uno nuevo. ¿Pero cuatro lápices?
Aún para nosotros la reparación es comprensible, la conversión va mucho más allá y se expresa en una nueva forma de razonar, de vivir. Sólo ese profundo encuentro con Cristo lo hace posible.
Oscar Geymonat
Pastor de la Iglesia Valdense de Montevideo, Uruguay.