Leemos en nuestra Biblia: Juan 17: 1-26
¡Gloria a Dios en el cielo y paz a los hombres! Este clamor de los ángeles también resuena en el tiempo pascual, porque Tú eres grande, Señor. Grande es tu poder. Tu sabiduría no tiene medida. Quiero alabarte y glorificarte con mi vida, especialmente en este momento de oración.
El Evangelio de hoy contiene un mensaje importante para todos nosotros. Jesús pide al Padre que nos consagre en la verdad y nos proteja del mundo.
Si alguna vez hemos dirigido a Dios una oración mientras pasábamos por un momento poco deseable, ¿cómo ha sido ese momento de unión con Dios? ¿Qué le hemos pedido, qué le hemos dicho? Lo más cierto es que hemos dejado desahogar nuestra alma contando a Cristo las penas que atravesábamos en estos tiempos de Pandemia.
Si cotejamos los versículos: 1 Juan 5:19; Juan 13:18-30; Juan 5:20-23; Marcos 9:38-41; Apocalipsis 18:4; 1 Juan 2:3-6. Vemos que estos capítulos describen la preparación de Jesús para la cruz. Empezó por lavarles los pies a los discípulos, demostrándoles el ministerio de servidumbre que él esperaba de ellos (13:1-20). Les dio su nuevo mandamiento de amor (13:31-35). Les prometió el regalo del Espíritu Santo (14:15-31). Capítulos 15-16 se componen de discursos (enseñanzas largas). Ahora, en capítulo 17, habiendo preparado a los discípulos, Jesús reza por ellos. Después de su oración, él y sus discípulos irán a un jardín en el Valle de Cedrón, donde Jesús será arrestado (18:1-11). Esta oración, entonces, sirve de transición entre los discursos del Cuarto de Arriba y la pasión de Jesús.
La respuesta más humana de nuestra parte debería de ser la de la gratitud. La de nuestra correspondencia a su amistad. Sufriendo un poco Él u ofreciendo el sufrimiento que estamos pasando en tiempos de pandemia. Pero también le agradecemos lo que hace por nosotros, y lo hacemos guardando los mandamientos, pero sobre todo custodiando el distintivo que caracteriza a todo cristiano. La caridad. Si Cristo pidió algo ardientemente a su Padre fue precisamente la unidad. «Cuida en tu nombre a los que me has dado para que sean uno» Unidad en la familia, en el trabajo. Unidad en cualquier grupo social en el que nos encontremos. Es así como podríamos consolar a Jesús y cómo podríamos agradecer lo mucho que se preocupa por nosotros.
PARA MEMORIZAR
“Mas no ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17:20, 21).
Hemos llegado a uno de los capítulos más extraordinarios en toda la Biblia, nos asombra y nos interpela la actitud de Jesús y lo hace delante de sus discípulos y nos introduce en la oración más larga de la Sagradas Escrituras.
Martin Lutero nos dice: «En verdad esta oración es sumamente conmovedora y entrañable. Nos abre la parte más íntima de Su corazón, tanto en cuanto a nosotros, como en cuanto al Padre. Es tan sincera y tan simple. Es tan profunda, tan rica, y tan amplia, que nadie puede sondear sus profundidades».
En el núcleo de esta oración está la preocupación de Jesús por la unidad entre sus discípulos y por los que más adelante creerían en él: “Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son, y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos” (Juan 17:9, 10).
Nos sentimos entera y totalmente incapaces de examinar esta oración. Es la intercesión de Jesús por nosotros, como Sumo Sacerdote. Nos revela la comunicación, que hay constantemente entre el Señor Jesús y el Padre allá en el cielo. Toda Su vida fue una vida de oración. Comenzó Su ministerio yendo a un lugar solitario para orar. Muchas veces subió a un monte para orar y pasó la noche en oración. Jesús es nuestro gran intercesor. Ora por usted y ora también por mí. Si a usted se le olvidó orar esta mañana, a Él no se le olvidó. El oró por usted hoy.
Leamos el versículo 6 de este capítulo 17 del evangelio según San Juan: «He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra.»
Entremos a meditar que Jesús dice a los que me diste:
En el versículo 2, encontramos esta expresión: «a todos los que le diste». Aquí en el versículo 6 hemos leído: «…a los hombres que del mundo me diste; y me los diste». Luego en el versículo 9 leemos: «. . . por los que me diste…». En el versículo 11 encontramos las palabras: «. . . a los que me has dado». Y en el versículo 12 leemos: «. . . a los que me diste…».
Hay una relación mística entre el Señor Jesús y los Suyos. Ellos pertenecen al Padre y fueron dados a Jesucristo. No nos es posible alcanzar el profundo significado de esta relación, pero sí podemos dar gracias a Dios por ella e invitar a otros como usted, estimado hermano/a, para que establezcan esa vinculación con Él.
Propósito
Para agradecerle a Dios su amor, aceptaré con alegría y confianza las dificultades de este día.
Diálogo con Cristo
Permite que esta oración, en la que doy gloria a tu presencia en mi vida, sea mi punto de partida para tener siempre esa sed de orar que me lleve a la convivencia plena y diaria Contigo y con mis hermanos.
Raúl Romero
Coordinador de la Junta Unida de Misiones (JUM)
Es muy difícil aceptar con alegría las dificultades que se nos pueden presentar en el transcurso del día, pero si puedo o intento tener confianza en que el señor Jesús me va a acompañar y me sentiré protegida. Suelo encontrar en simple hechos, actitudes de amor, de confianza, de esperanza. Una sonrisa, una buena actitud, el color de una flor, o ver cómo reaccionan los pájaros. Tal vez, en estos tiempos, lo que más me cuesta es brindar a los otros una sonrisa, un gesto de cariño, una linda actitud. Debo confiar en el Señor y empezar a cambiar mis actitudes para el otro.