Apuntes de la directora – Página Valdense – Edición agosto 2020
Construcciones
Cuando la comisión nos propuso esta temática, lo enunció así: «articulación latinoamericana, redes de trabajo que nos permiten una acción mayor para construir un mundo distinto».
En nuestra reunión del equipo editor para planificar el número, sin demora, surgieron palabras claves y también varios ejemplos de trabajo articulado que conocemos; de los cuales la Iglesia Valdense forma parte. La primera coincidencia fue qué no debía faltar, pero también nos animamos a ir más allá, pensar en las crisis que atraviesan algunas instituciones y qué relación tienen con el contexto; la importancia de las relaciones ecuménicas en toda Latinoamérica y el Caribe.
Ahora bien, ¿por qué creemos que es necesario el trabajo articulado? ¿por qué seguimos insistiendo en tender redes? Me animo a decir que, si todxs esbozáramos respuestas, encontraríamos muchos puntos en común; quizás uno de ellos sería el propuesto por la
comisión: permiten una acción mayor para construir un mundo distinto. En este sentido, el trabajo colectivo, comunitario, es indispensable; cómo decía Galeano «mucha gente pequeña en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas pueden cambiar el mundo», y cuánto más si estas personas pequeñas tejen redes, construyen puentes y achican distancias -no sólo geográficas-.
Siempre me gustó la idea de «construir» ese mundo distinto: con justicia y equidad, empatía y amor; hace muy poquito, hablamos de esto en la reunión de la Capacitación «Esfuérzate en la Gracia» cuando trabajamos sobre Apocalipsis. Recuerdo que una de mis respuestas decía algo así: «a diferencia del pueblo judío y sus narrativas apocalípticas, hoy, nosotrxs, estamos convencidxs de que ese futuro no sólo es posible por una intervención divina, a ese futuro lo construimos nosotrxs, aquí y ahora; y nos impulsa el ejemplo, las enseñanzas y el amor de Jesús.». Y aunque, hoy tenemos algunas muestras de ese futuro que queremos -lo que algunxs llaman ‘bocaditos del Reino de Dios’ o ‘chispas de esperanza’- sabemos que aún nos falta mucho y, por eso, es necesario nuestro compromiso y acción con el proyecto de vida buena y abundante, de vida plena, vida digna para todxs.
Como dice Dennis Smith en la página siguiente: «El mundo en que vivimos anhela satisfactores reales: la práctica palpable del consuelo y de la solidaridad, sistemas para garantizar la justicia y la paz en contextos de corrupción y de violencia sistémica. ¿Cómo proponemos aportar a la construcción de seres autónomos pero interdependientes, con criterio propio, capaces de integrarse con ternura y responsabilidad a una comunidad, capaces de enfrentar la inseguridad, la contradicción y la ambigüedad con creatividad?». Esta pregunta nos desafía, nos invita a ensayar respuestas con acciones concretas.
Las redes y el trabajo articulado, entre tantas otras cosas, nos permiten compartir el camino, encontrarnos y nutrirnos de esa confluencia; nos sostienen en los tiempos difíciles y nos animan a continuar trabajando en pos de ese mundo distinto que queremos. Pero también, como dice Claudia Tron, en una de las siguientes páginas: «frente a situaciones y temas relevantes, las voces y acciones unidas y armonizadas de nuestras iglesias pertenecientes a distintas familias confesionales, fueron testimonio de fe y esperanza (…), transformando realidades, potenciando capacidades.»
Entonces, estas redes de trabajo no sólo son espacios necesarios, también son testimonios, son señal de esperanza.
Que Dios nos acompañe en esta construcción colectiva.
Daiana Genre Bert