RELATO DE UN ENCUENTRO – Edición Abril 2020

Culto en Chapicuy

La última cuadra es el infierno. La nueva terminal de Paysandú, puro cemento y chapa, resplandece bajo los rayos inmisericordes de un sol de verano que explota el hormigón en oleadas de alta concentración calórica. Unos pocos arbolitos, recién plantados, languidecen en la resolana. El mediodía se siente. No hay sombras, el sol cae a pique sepultando cualquier vestigio de frescor. Por suerte llega el alivio. Una puerta que se abre y me golpea el frío del aire acondicionado. Debe haber como 20 grados de diferencia. ¡Una locura capaz de enfermar a cualquiera!

Lo demás transcurre con normalidad, sacar pasaje, buscar asiento. No hay. Bueno, acomodarse para viajar parado, adentro del ómnibus está fresco, pese al apretujamiento. Me acuerdo de Buenos Aires. Esto era moneda corriente. Hacer 90 o 100 cuadras, te podía llevar una hora. Aquí me llevará hora y 20 aproximadamente, pero voy a recorrer casi 90 kilómetros, hasta la norteña localidad de Chapicuy.

Me bajo en la ANCAP, le digo al guarda que ya sabe, pero igual, porque si llego a conseguir asiento es muy probable que me duerma y no quiero despertarme en la avenida de eucaliptos de la entrada de Salto, como me pasó una vez. Viaje tranquilo, con la consabida parada multitudinaria en Termas, aunque este turno no es el que más gente mueve para ese destino, igual siempre hay varios con sombrillas, reposeras y conservadoras que emergen de las entrañas del vehículo y lo alivian de considerable carga.

Finalmente aparece la antena, la loma, la curva, el montecito cercando al arroyo Carpinchury, donde antaño se hacia la fiesta de la cosecha. Desaceleración, freno y bajada. Esta vez el golpe térmico es al revés. Me aporrea un calor que parece hacer hervir las piedras del camino. La guitarra de sombrero y vamos. Son pocas cuadras.

A mitad de camino escucho el grito: ¡pastor! Es Miriam que me llama desde lo de Martita, justo a mitad de camino entre la ruta y el templo. Faltan como dos horas para el culto, es la hora de la sobremesa. Artigas y Enzo están contando cuentos de dudosa verosimilitud, pero los escucho con atención y una sonrisa, mientras doy cuenta de un asado con ensaladas y me pongo al tanto de las novedades de la zona. Que hay seca que terminará en lluvias e inundación, que se paralizó la obra de la avenida principal por diferencias con los vecinos, que fulano está enfermo, que pasó tal cosa con esto, con aquello, que se terminó la obra de reparación en la Iglesia, y tantas cosas más. Entre charla y postre, se pasa la hora y va siendo tiempo de acercarse al templo. Allá vamos, buscando la sombra de los árboles del parque que plantó Ribeiro, allá hace 50 y tantos años, cuando se construyó la capilla, a pulmón, igual que el saloncito adjunto que se está haciendo ahora.

En Paysandú hay un barrio humilde que se llama «los tatuces», porque son casas hechas con chapas curvas de fibrocemento, una solución barata para hacer galpones pero que se utilizó también para otros fines. El templo de Chapicuy tiene el mismo sistema constructivo, igual que el pabellón dormitorio en Palmares de la Coronilla. Tal vez por la forma tiene una acústica interesante, cualquier coro suena hermoso allí. Eso sí, térmicamente es la perfección al revés. Abro la puerta y compruebo que los bollos podrían leudar fácilmente allí, es más, casi que podríamos cocinarlos. Así que prudentemente sacamos los bancos para afuera, hacemos una linda ronda en el frente, donde las tipas, los fresnos, el ubajay y el roble nos dan su sombra benefactora. De tanto en tanto una brisa mueve las hojas y nos da sensación de alivio al calor norteño. De a poquito va llegando toda la gente. De Guaviyú, de la Meseta, de Salto. Los saludos, los abrazos, los pedidos de noticias, todo es parte de la celebración.

Cuando nos parece que estamos completos empezamos el culto, es una forma de decir, porque todo es culto. Pero con las palabras de invocación, se inaugura un momento especial, el motivo que nos convoca, un espacio donde ponemos nuestra atención en la comunión con el Creador, con ese Dios que nos acompaña y contiene siempre, y al que le queremos dedicar este tiempo especial. La ronda ayuda a que la celebración sea muy participativa, la reflexión se hace en comunidad, no nos importa que se alargue el culto, nadie mira el reloj, disfrutamos de un tiempo que nos damos y que nos es dado. Lo aprovechamos sabiendo que cada instancia es única e irremplazable. Cuando terminamos con el amén, entonces sí, se abre otro espacio, importante también. La mitad de la rueda desaparece por unos instantes. Entonces aparecen los termos y los mates, las tortas, las pizzas, los quesos, las galletitas. Por lo general, ya hemos orado por los enfermos, o por situaciones especiales, a veces es el momento de ampliar o solicitar detalles, no por simple curiosidad sino para ver de qué modo podemos ayudar. Pero también es un tiempo para deliberar y decidir. Futuras actividades, planificación de cultos, beneficios, tareas. También de informar sobre trabajos realizados o que se necesitan hacer. Y luego si, un poco de distensión, charla amena, compartir alimentos y noticias.

De repente alguien se da cuenta de la hora. ¡Mire que se le va a ir el ómnibus! Es cierto, son casi las 6. Hay otros más tarde, si amerita alguna situación me puedo quedar, pero hoy no es el día. Así que me despido y Enzo me arrima hasta la ruta. Después que pasan los directos, aparece, cansino y remolón, el coche de ruta que para en la entrada a la meseta, uno ya sabe que es ese y se prepara. Casi siempre algún conocido aparece y también allí es ocasión de conversar y ponerse al tanto de las novedades. Me despido con la mirada mientras el pueblo de poético nombre se queda en el horizonte que se va. Chapicuy significa «gotitas de rocío», bautizado por la imaginación de vaya a saber qué ignoto visitante o habitante de la región.

El viaje esta vez si es más agotador, sobre todo desde termas, cuando una multitud abigarrada espera a la orilla del camino. Esta vez son muchos más, las sombrillas, sillas y conservadoras se las traga la bodega con hambre inusitada. Es el tiempo de la lucha contra las tendencias claustrofóbicas, de respirar hondo y rogar que no se rompa nada, sobre todo la ventilación. Con suerte todo va bien y llego a Paysandú cuando el sol veraniego se está despidiendo. El calor se queda todavía un buen rato, cuando no se queda directamente hasta mañana, con pocas ganas de irse. En casa me espera el mate y la familia, ponerse al día y disfrutar los últimos ratos del día, si es que no me duermo en el sillón, o si es que no hay que salir de apuro a hacer alguna tarea, socorro o atender emergencias imprevistas. Otro domingo compartido. Otro domingo para evaluar. Otro tiempo más para recibir y dar bendición. Otro domingo para agradecer la vida y la alegría de los encuentros. Que todo sea para la gloria de Dios.

Marcelo Nicolau

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