RELATO DE UN ENCUENTRO – Edición octubre 2020
Del baúl misterioso a la evangelización y… el feminismo
Cuando recibí la invitación de Pagina Valdense para escribir esta columna, enseguida pensé en Noemí. Hacía rato le daba vueltas a la idea de conocerla un poco más. Había pensado hacer un reportaje para la radio, pero no tuve mucho éxito: «para hablar de educación hay gente más joven», me dijo. Como siempre, Noemí y su palabra justa, su inteligencia y su bajo perfil. Página me daba ahora la posibilidad de conocerla más y contarlo.
Pero claro, enseguida pensé que este no podía ser el ‘relato de un encuentro’ sino de muchos encuentros. Nuestros caminos se han cruzado en muchas oportunidades. Seguramente, para muchas de las personas que participamos en la iglesia, en las comisiones o en los Sínodos; Noemí no es una desconocida. Posiblemente, muchos y muchas han tenido oportunidad de escucharla en conversaciones en grupos chicos, mano a mano y mucho más raramente en plenarios.
Podría decir que uno de los cruces de nuestros caminos se dio en espacios muy queridos para mí: el campamento de Conchillas y la capacitación de líderes. Recuerdo que luego del taller, o curso como se llamaba por aquellos años; a la noche, se hizo un fogón y actuaron «lxs grandes».
Nunca me voy a olvidar de esa mujer pequeña, tan sólida en sus conocimientos y en su testimonio de fe; pero también con tanta posibilidad de reírse, de divertirse tan sencillamente y en forma tan contagiosa.
Otros encuentros tienen que ver con el Centro Emmanuel y algunos espacios de capacitación, fundamentalmente en el tema educación cristiana. Otros fueron aún más íntimos, en la casa en la que vivía con su papá y su mamá. Un papá muy anciano y con muchas ganas de conversar, Geymonat Artus, igual que mi abuelo, ¡así que somos todos parientes! Su mamá, una mujer atenta y dedicada, hablaba con admiración de Noemí. Siempre me emocionó eso.
Antes de contarles sobre nuestro encuentro, quiero dejar algo claro: yo admiro a Noemí, y la considero una de esas personas fundamentales para mí y para la comunidad. Quizás podría definirla como una mujer de bajo perfil, aunque después de nuestra charla, no me convence del todo. Dice que perdió el pánico escénico a los 3 años cuando dijo una poesía en un festejo del día de la madre, en la iglesia; porque tuvo que empezar dos veces la actuación debido a que el telón no se abría. Paradita sobre una silla, en el escenario. Si, siempre ha sido una mujer muy pequeña físicamente, no me imagino cómo sería a los tres años. Nunca sintió miedo de hablar en público, comenzó a dar clases de la escuela dominical siendo apenas una adolescente, pero… si está callada es porque no tiene nada que decir y no entiende a la gente que habla, aunque, justamente, no tenga nada para decir. Y vuelvo a algo que esta entrevista me confirmó: ni bajo perfil, ni timidez, ¡una mujer muy inteligente!
Vivió toda su vida en el campo. Nació en la casa en que había nacido también su papá. Es la segunda de 4 hermanas y un hermano. En su casa siempre vivió su abuela, que falleció con 97 años. La diferencia de edad entre lxs hermanxs y la presencia de las abuelas –presencia que ella define como fundamentales- hicieron que en su familia siempre hubiera niños y niñas, y personas ancianas. Mucha gente que acompaña y a la que acompañar. La entrevista se fijó para las 17 horas porque pasaría todo el día con su sobrina nieta, Noemí siente que esto es algo muy bueno para ella, estar en contacto con niñas y jóvenes la mantiene bien. ¡Angelina tiene 6 o 7 años y Noemí 78! Y no me puedo imaginar mejor compañía para ambas.
Ese lunes me recibió en su casa, en Valdense. Preparó té para las dos, y es emocionante la sencillez y calidez, no por la estufa que se apagó durante la charla de tan entusiasmadas que estábamos, sino por los gestos, las palabras. Estar allí, con Noemí es tener todo lo necesario para estar bien, no sé cómo se define eso… ¡Basta decir que antes de entrar ya tenía una planta de regalo!
Me podría quedar una semana escuchándola, cuenta su vida como una atrapante historia, con distintos tonos, con misteriosos silencios, bocadillos muy críticos del pasado y de la sociedad y hasta con mímica: se pone de pie para imitar a un alumno de la escuela dominical, ¡de quien recuerda el gesto y su nombre!
A los 6 años comenzó la escuela en Valdense –unos 4 kilómetros de su casa- iba caminando junto a sus hermanas, ya sabía leer y su abuela le había regalado un nuevo testamento, tan pequeño que cabía en un bolsillito. Recuerda especialmente que muchas veces aprendían con los alumnos y alumnas más grandes, me cuenta cómo le enseño la suma con dificultad a una compañera de 6to. ¡Recuerda su nombre y pudo comentárselo 50 años más tarde! Con 12 años empezó el liceo, ¡ahora en bicicleta! Y cuando terminó, fue anotarse en magisterio. El Instituto todavía no era oficial y los exámenes los tomaban profesores de Montevideo, para 12 materias venían dos días y ¡se enteraban por radio el día anterior qué materias debían rendir!
Me cuenta muchas cosas de ese tiempo de estudio, es una pena, pero no hay tanto espacio en estas páginas. Aunque sí les comparto que, como estudiante de magisterio, realizó un censo en el pastoreo para la práctica de sociología y, algunos años después, los datos sirvieron para el proyecto del Centro de Servicio Social.
A los 20 años se recibió de maestra y trabajó en Conchillas, en una escuela de la Iglesia Bautista por un año y allí recibe, vía Pastor W. Artús, una invitación para trabajar en Chile en un colegio de la iglesia Presbiteriana. Estuvo allí tres años, ¡con 23 años fue la directora de ese colegio! Por falta de fondos que venían de Estados Unidos, el colegio se cerró. Era el tiempo cuando Allende perdía las elecciones por tercera vez, a pesar de la gran movilización de la izquierda y también fuerte represión, según recuerda Noemí. En ese tiempo leyó a Makarenko y estuvo por revalidar el título para quedarse.
Volvió a Uruguay y trabajo durante 29 años en escuela pública. La dictadura fue un tiempo difícil, especialmente en los años 80 cuando los cambios de planes y los «ajustes» en la educación se hicieron sentir fuertemente. «Me enfermé», dice.
¡Concurre a la iglesia desde que empezó a caminar! Toda la escuela dominical, poesías incluidas, luego sin solución de continuidad: maestra. «Me encantaba, era muy chica pero ya podía ser maestra». Su papa les había hecho una suscripción de Arco Iris, leía también Mensajero Valdense, materiales del Ejército de Salvación… y las cosas que había en el baúl famoso.
Es interesante cómo vivían la fe en su casa. Las abuelas marcaron mucho, pero también una mamá que explica el símbolo del arco iris: Dios nos quiere y nunca va a hacer algo malo contra nosotros. ¡Doña Argentina haciendo teología bíblica!
Incluso lo administrativo de la iglesia era parte de la vida familiar: el papá era parte del consistorio y recuerda una discusión muy vívidamente: «Papá vino muy contento porque se había decidido conseguir el órgano, sin embargo, mamá creía que ese esfuerzo sería mucho mejor usarlo para hacer por ejemplo una casa a alguien que lo necesitara».
Cuando terminó el catecismo tenía muchas dudas, especialmente sobre la Santa Cena y decidió no confirmarse. Esto casi me pareció imposible, sin embargo, el pastor era un joven Wilfrido Artús y las dudas fueron aceptadas, luego confirmó su fe más adelante.
La dictadura fue un tiempo difícil también en la iglesia, Noemí siguió dando clases, experimentando con «las etapas de eduación cristiana» -ella fue parte del equipo que las realizó-, haciendo reuniones de maestras, el pastor Delmonte apoyando este proceso. La Escuela Dominical en el campo, la escuelita Félix fue también un respiro, una válvula de escape, ¡teníamos más libertad! Noemí me dice «y a los gurises si los dejas pensar y ¡hablar…! Era respirar aire fresco, aunque había que cuidarse… A veces, por ejemplo, saliendo de alguna reunión de consistorio pensaba: ¿volveré?»
Le pregunto por «los institutos de estudio en el Parque», y me dice «sí, claro, en algunos estuve. Eran muy discutidos, me acuerdo de algún viejo diciendo: “vos decís eso porque sos muy joven, vas a ver después… tata ta ta ta ta”».
La historia se va para otros lados, la charla sigue y de repente me sorprende una afirmación de Noemí: «yo todavía no descubrí bien como tenemos que evangelizar. Cómo hacer para trasmitir la fe y no una cultura, es la preocupación…» Noemí se sigue preguntando a los 78 años como respetar a las personas y trasmitir la fe. Se sigue preguntando… ¡y me deja pensando otra vez!
Para ir finalizando, le pregunto a boca de jarro: «¿sos feminista?» Y me dice: «Tal vez no me defino así, pero si adhiero y quizás si fuera más joven militaría mucho más. Ya no puedo oír hablar de los maestros o los niños. Le debo a algunas personas en la iglesia ver estas cuestiones, yo siempre trabajé en educación y allí, como somos mayoría, tal vez no lo sentí tanto. La importancia de educación para todos y todas, un importante número de mujeres haciendo cosas, como modelos nos ha permitido tal vez una iglesia un poquito menos machista, un poquito, ¡un poquito más evangélica!»
Es difícil conversar sobre la importancia de la fe en su vida. Pero siento que todo lo que ha hecho, y es mucho y muy importante, tiene que ver con la fe en el proyecto de Dios y en cómo ha vivido, y sigue viviendo, en medio «del mundo» para ese proyecto. Pero sí me dice que, aunque al principio no estaba muy claro, puede decir que ha recibido el llamado de Dios.
Blanca Geymonat