NOTA PRINCIPAL – Edición junio 2020
El espejo de la peste negra
El espejo de la peste negra
Hoy transitamos por una pandemia que provoca un estado de alerta generalizado. Mientras los gobiernos ensayan estrategias, la población vive un clima de incertidumbre. En este caldo sube el fuego de viejas problemáticas sociales, que burbujean con tanto poder como el mismo virus. Parados en el presente, no sabemos en qué etapa estamos, cuántas muertes vendrán o qué tan grave será la crisis.
Me pregunto entonces qué podríamos aprender de esta pandemia si pudiéramos volver la mirada hacia atrás, para repasar las viejas pestes que nos han visitado. Tenemos ejemplos en los que podemos espejarnos, ver diferencias, anticiparnos. Son recorridos que nos ayudan a comprender nuestro presente para responder de forma más crítica.
La peste como fractura
En toda época han existido mecanismos que se activan cuando alguien enferma; aprendemos a cuidar, a delegar cuidados, sabemos a dónde recurrir cuando necesitamos atención. Esta dinámica se activa cuando la persona enferma y se mantiene hasta que se recupera o muere. El problema aparece cuando la enfermedad se convierte en epidemia, y se propaga hasta poner en crisis esa dinámica de cuidados. Esto se agrava cuando se trata de una enfermedad desconocida, porque la falta de explicaciones genera un vacío que se llena con temor.
Algo así ocurrió durante el siglo XIV, cuando la gran Peste Negra asoló el continente europeo, generando episodios que hacían que la población viviera literalmente entre un brote y otro. En Francia, por ejemplo, durante la segunda mitad de ese siglo hubo un brote
Vestimenta utilizada por un ‘médico de la peste’ (siglo XVII)
cada 8 años, por lo que la reposición poblacional era prácticamente imposible.[i] De todas las oleadas, la de 1348-1349 fue la más violenta, y se estima que hacia 1400 la peste habría matado a entre un 30 y un 50% de la población europea.[ii]
Si bien entonces existían enfermedades como la lepra, se mitigaba su propagación marginando a los afectados en leprosarios. Frente a otros brotes apareció la cuarentena, y quienes podían fugaban a zonas menos pobladas. Pero la Peste Negra puso en jaque estas prácticas.
Las epidemias pueden ser vistas como una fractura en el cuerpo de la sociedad, precisamente porque afectan la vida diaria, la manera en que las personas explican su presente y buscan soluciones. Entre ellas, la Peste Negra alteró ese mundo de certezas. Las respuestas fueron de todo tipo. Según Jacques Le Goff, la peste de 1348 volcó a multitudes a las calles, realizando procesiones de flagelantes que pedían perdón por los pecados, asumiendo la epidemia como acción divina. Otra respuesta fue la búsqueda de chivos expiatorios contra los que se producían linchamientos populares. Esta fue la suerte que corrieron muchos judíos, a quienes acusaban de «envenenar los pozos» para esparcir la peste.[iii]
Por eso podemos decir que las epidemias, más allá de su impacto demográfico o económico, representan una fractura a nivel psicológico y cultural, porque pone en crisis las formas de comprender el presente.
La peste en barco
Otro aspecto interesante tiene que ver con el itinerario que hizo la Peste Negra. Los primeros registros la ubican a orillas del Mar Negro en 1346, como una enfermedad de origen asiático. En 1347 ya está afectando factorías genovesas y sus embarcaciones en el Mar Negro, que pasan por Constantinopla y harán escala en Sicilia. A partir de allí la peste se reparte a todos los puertos del Mediterráneo, y aparecen los primeros focos en el interior de Europa. Así, para el verano de 1348 la peste llega a Burdeos, luego a Inglaterra, Normandía, Irlanda. En 1352 ya hizo estragos en Alemania, Polonia y Rusia.[iv]
Este itinerario no es casual y tiene algo que ver con su agente de contagio: las pulgas portadoras de la bacteria Yersinia Pestis, que parasitaban ratas. Pero ni pulgas ni ratas viajan tan lejos. Para que la epidemia fuera un hecho las rutas comerciales fueron un elemento clave. Por ellas se transportaba la mercadería que venía de oriente, y junto con ella llegaron los vectores de la enfermedad.
Un aspecto sorprendente es la relación que existe entre este itinerario y el que siguieron otras pestes. En general, la propagación de las grandes enfermedades ha seguido las rutas comerciales creadas por los seres humanos. En México, la viruela diezmó a la población indígena a partir de la llegada española. En el Río de la Plata, la fiebre amarilla llegaba en embarcaciones provenientes de Río de Janeiro, causando estragos hasta que el invierno liquidaba a los mosquitos. Hoy el nuevo coronavirus alcanzó escala mundial en cuestión de semanas, gracias ya no a los barcos, sino al tráfico aéreo de un mundo hiperconectado.
¿Qué haremos, Señor?
La actual pandemia ha potenciado diferentes formas de control social, ha instalado un clima de sospecha constante, con la consabida aparición de chivos expiatorios. También ha marcado los cuerpos y su expresión, reglando gestos, posturas, saludos, encierros. También nos agobia con mensajes ambiguos.
Si entráramos en la paranoia de las procesiones medievales pensaríamos que esto es castigo divino, pero la penitencia no terminaría con el virus. Si miramos un poco más allá e intentamos verlo en perspectiva histórica, veremos que detrás existen grandes desequilibrios ambientales, económicos, sociales, que crearon el escenario perfecto para esta enfermedad.
Por eso, si en el pasado la Peste Negra mató a una población debilitada por un ciclo de hambrunas, carestía y guerras, hoy sería bueno que pensemos qué factores están poniendo a nuestra cultura al borde de una nueva fractura.
Javier Pioli
Equipo Editor
[i] Verdon, Jean, Sombras y luces de la Edad Media, Bs.As., El Ateneo, 2006, p.17.
[ii] Wickham, Chris, Europa en la Edad Media : una nueva interpretación, Barcelona, Planeta, 2017, p.515.
[iii] Le Goff, Jacques, La civilización del Occidente Medieval, Barcelona, Paidós, 1999, pp.212, 282.
[iv] Itinerario tomado de Verdon, Op.cit, p.17.