El espíritu santo no se rinde ante nada

“Cuando llegó la fiesta de pentecostés, todos los creyentes se encontraban reunidos en un mismo lugar. De repente, un gran ruido que venía del cielo, como de un viento fuerte, resonó en toda la casa donde ellos estaban. Y se les aparecieron lenguas como de fuego que se repartieron, y sobre cada uno de ellos se asentó una. Y todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu hacía que hablaran” Hechos 2.1-4.

En estos días que vivimos, el hecho que nos cuenta la Palabra sería catalogado de “aglomeración” y sin duda censurado por su peligrosidad sanitaria. Por suerte, en aquellos tiempos no había pandemia y los creyentes se juntaron en una casa, en una fiesta tradicional, pero que muy pronto se resignificaría en la fiesta del Espíritu. Algo extraordinario sucede, viento, ruido, fuego, como las manifestaciones de Dios en el antiguo testamento, asociadas a fenómenos extraordinarios. Pero ese hecho tan especial no es para observar y maravillarse: transforma a los seres humanos. Hace hablar a los que estaban callados. Hace comprender a los que estaban en la oscuridad. Hace obrar a los que estaban paralizados. Hace revivir a los que habían perdido la esperanza. Hace que se renueve la vida, la fe, la energía, la esperanza. 

¡Cuánto necesitamos pentecostés! ¡Cuánto necesitamos ese espíritu de Dios que nos intercomunique rompiendo todas las barreras culturales, idiomáticas, sociales, prejuiciosas, étnicas, económicas, geográficas, sanitarias, espirituales! Porque eso somos, así estamos los seres humanos, llenos de barreras, muros y divisiones. El Espíritu no respeta nada, no se rinde ante nada, no se resigna ni se entrega ante los obstáculos que erigimos los humanos. Atraviesa todo, para llegar hasta cada uno/a y hacernos vivir, para empujarnos a una vida nueva. ¡¡Que así sea!!

Pastor Marcelo Nicolau

Miembro de la Mesa Valdense

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