Lee en tu Biblia: Lucas 16:19-31
En este pasaje, Jesús cuenta la historia del muy pobre y enfermo Lázaro, y de un hombre rico de costosos ropajes que hacía fastuosas fiestas. En el portal de su casa se ubicaba todos los días Lázaro, con la esperanza de saciar su hambre con las sobras de los manjares que se comían allí. Un día Lázaro murió y se fue al cielo, con Abraham. Luego murió el señor rico, pero él fue al infierno. Este señor, viendo a Lázaro junto a Abraham, intentó cambiar su situación argumentando que él era descendiente de Abraham, a lo cual este le responde que ser su descendiente no lo salva, y lo condenan las acciones y omisiones que realizó en su vida. Luego el hombre rico quiere que se envíe a Lázaro a hablar con su familia, para que sea advertida de que debe cambiar su forma de vida, para no terminar en el infierno como él. Pero tampoco eso será posible, según Abraham, ya que ellos tienen, y leen, la Biblia, y ahí está muy claro lo que deben hacer para salvarse. No serviría, dice Abraham, enviar a alguien que ya murió, a hablarles, porque no le creerían.
Se me ocurre pensar que en más de dos mil años la humanidad no ha cambiado tanto. La pobreza, esta situación humana que ha generado infinidad de análisis y explicaciones, resulta que no es porque las personas no quieren trabajar sino que es tan vieja como el mundo. También el trato cruel que los pobres reciben resulta ser histórico. La pobreza, no como resultado de malas elecciones personales sino como producto de sistemas sociales, políticos y económicos absolutamente injustos, explotadores de todo recurso, los naturales y los humanos, que se usan y desechan al ritmo que imponen los dueños del poder. Como una consecuencia, nuestra época está signada por el individualismo y la meritocracia; Jesús deja en claro que su proyecto no tiene nada que ver con esto. Acciones vacías de sentido, rituales vacíos de sentimientos, tradiciones que se sostienen porque «siempre se hizo así», la herencia de sangre y de bienes, no garantizan para nada una salvación que, aunque cueste creerlo, es un regalo. Y es para cualquier persona que decida creer en el proyecto de vida buena de Jesús y actuar en consecuencia. A esa salvación que Dios nos envió encarnada en un hombre llamado Jesús, no accedemos por el número de domingos que vamos a la iglesia, cuánto dinero tenemos, cuánto nos esforzamos para progresar ni por la herencia familiar de una fe. Esa salvación será para quien pueda verse a sí mismx en el otrx y en ambxs, a Dios. Y pueda amar a Dios al amarse y al amar al otrx.
Miriam Brito
Comunidad Valdense de Paraná – Santa Fe