Leemos en nuestras Biblias: Marcos 10.35-45
Siempre pienso que los discípulos de Jesús, aquellos doce que los evangelios nos presentan, son como un reflejo de nosotros mismos. Sabemos bien que había muchos/as otros/as discípulos/as. Pero estos doce son como un resumen, un pequeño catálogo de nuestro discipulado, lleno de errores, de egoísmos, de preconceptos, de humanidad, en suma.
¿Qué nos cuenta el relato? Unos que piden privilegios, otros que se enojan por eso. Nada nuevo bajo el sol. Pura Humanidad. Pero también nos muestra a Jesús aprovechando la ocasión para enseñar, para hacernos ver más allá, para darnos la oportunidad de crecer en un espíritu distinto, superador, con los ojos del corazón abiertos al cielo, y las manos listas a una práctica coherente.
¿Qué el mundo funciona en base a diferencias y privilegios? Y sí, lo sabemos. Pero en medio de ese mundo viejo aparece Jesús, para sembrar la semilla de una vida diferente, donde el “orden” del mundo se pone patas arriba en la palabra y en la acción del Hijo de Dios. “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir”. Resulta entonces, que ese orden, al que estamos acostumbrados, el que conocen los discípulos y en base al que se mueven y actúan, resulta en realidad ser un desorden para la mirada de Dios, para la práctica de Jesús. Total que, como discípulos, vivimos siempre en esa tensión, que no es otra que la que existe entre la mirada que sólo ve lo inmediato, y la del ojo largo, que percibe los aromas del Reino, aunque no los vea en plenitud, pero que los disfruta en los pequeños milagros cotidianos cuando, como seguidores/as e imitadores/as de Cristo, servimos por amor al prójimo, y disfrutamos la grandeza de la humildad, la inmensidad de lo pequeño, la relevancia de lo insignificante, la importancia de lo que pasa desapercibido para los hombres, pero no para Dios. Es ni más ni menos que un cambio revolucionario de las estructuras del sentir, pensar y actuar, lo que el evangelio nos propone.
En nuestra actitud está la clave para dejar que ese Espíritu de Dios nos transforme para hacernos protagonistas de su plan de vida, que es pan de vida para todos/as. ¿Estaremos dispuestos/as a aceptar el desafío que Jesús pone a nuestra acción, pensamiento, comprensión y sentir? Ojalá digamos que sí.
Pastor Marcelo Nicolau
Iglesia Evangélica Valdense de Paysandú, Uruguay