REFLEXIONES – Edición octubre 2020

La luz del mundo

Leemos en el Evangelio de Juan 9:1-12 el relato de la sanación de una persona con ceguera. Seguramente nos resuena el texto porque evoca a una de las tantas menciones de Jesús sanando, haciendo «milagros».

La particularidad de este Evangelio está asentada en la profundización de los relatos de los sinópticos (Mateo, Lucas y Marcos), haciendo un desarrollo teológico de lo que se relata. Si repasamos los versículos nos encontraremos con una densidad de conceptos y de alusiones a prácticas sociales justificadas por el legalismo religioso.

Veamos algunas cuestiones que aparecen en este fragmento de Juan. Al principio aparece el dato que nos presenta a una persona que nació ciega e inmediatamente la pregunta de lxs discípulxs nos anuncia la creencia imperante aún en aquel tiempo respecto a que la causa podía ser por el pecado de su padre, madre o de su propio pecado. Y la respuesta de Jesús niega cualquiera de esas posibilidades, pero además les afirma que es para que en él se demuestre el poder de Dios. Seguido de esto Jesús habla de la noche y el día, para luego anunciar «mientras estoy en este mundo, yo soy la luz del mundo» (vs. 5).

A continuación, se narra la curación de manera muy gráfica, los gestos son contundentes y además nos remiten al relato de la Creación en Génesis. Jesús escupe la tierra y con el barro que se forma unta los ojos de la persona con ceguera, luego lo envía a lavarse al estanque de Siloé. Al volver de allí, veía por primera vez. Había sido sanado por Jesús y se había hecho de día en su vida.

Es interesante notar cómo sus vecinxs que lo conocían se preguntaban si era él o no el que pedía limosna. Aquel que era ciego de nacimiento, ahora era otro a tal punto que no le reconocían al verlo. Además, ya no pedía limosna, por ende, no solamente había conseguido ver, sino que también podía vivir de otra manera. La curación no solamente cambiaba su capacidad física, sino que a su vez rompía con la forma de socialización a la que se marginaba a las personas de las que se sospechaba que lo que les pasaba era a causa del pecado (propio o heredado).

El Evangelio anuncia la buena noticia para quienes creen en Dios, para aquellxs que pueden ver más allá y comprometerse con el Reino. Pero en ese mismo acto también se deja en evidencia, se denuncia de alguna manera, que el legalismo religioso condena a las personas a vivir en condiciones de exclusión social y económica.

Aquel que solo recibía la limosna, lo que le sobraba o se le caía de los bolsillos a quienes estaban en otra situación, ahora es el que anuncia la sanación de Dios. No solamente es capaz de ver sino también de dar testimonio de la liberación, de gestar y construir otras relaciones, de dar cuenta que no se trata sólo de él sino de lo que somos como humanidad, como creación.

Reinterpretar este relato a la luz del anuncio de liberación y en perspectiva de «Re-Creación» nos posibilita soñar con otro mundo posible, con el Reino de Dios, con la reparación histórica de todas las relaciones de opresión y vulneración. No solamente de unxs humanxs para con otrxs, sino también los vínculos meramente utilitarios y extractivistas que reproducimos para con la naturaleza.

Es tiempo de comprometernos, de sanarnos como creación, de restablecer vínculos más justos y equitativos, de anunciar en los pequeños gestos cotidianos otras formas posibles de vivir. Por eso seguimos proclamando aquellas palabras del Evangelio:

«… pero yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.» (Juan 10:10)

 

Yanina Vigna

Equipo editor

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