Leemos en nuestra Biblia: Mateo 5:1-12
¿Qué hay de afortunado en ser pobre, adolorido-a, o hambriento-a?
A simple vista, es fácil descartar estas palabras de Jesús como banales, romantizando la compleja y cruda realidad vivida por tantas de las personas que nos rodean. Realidad que tampoco nos es ajena. Pero quizá Jesús nos está animando a fijarnos en la real situación de nuestros vecinos, visibilizando lo invisibilizado.
En un mundo que celebra el individualismo y la independencia, ¿somos capaces de hacer nuestro el dolor ajeno y cultivar la interdependencia? ¿Somos capaces de visualizar un mundo donde personas aplastadas por sus circunstancias tengan la posibilidad de verse en el espejo y reconocerse como personas dignas, como hijas e hijos de Dios?
Jesús nos propone un mundo más tierno y compasivo, pero también un mundo más solidario donde trabajemos en comunidad por la paz y la justicia. Y que no es fácil.
Hay en nuestro mundo poderes e instituciones dedicados a defender y justificar el imperio de la fuerza bruta, la manipulación, y la calumnia. Que son capaces de perseguir a los y las que defienden la verdad.
Es notable que Jesús habla aquí en plural – “los humildes”, “las de corazón limpio”. En la tradición reformada hemos aprendido que lo bueno se hace en comunidad, que no somos “llaneros solitarios” sino personas dignas – a pesar de todas nuestras contradicciones – llamadas a trabajar juntas y juntos por el bien común.
Pero primero tenemos que aprender a ver. Vernos en el espejo y ver alrededor nuestro. Y viendo, aprender a tener compasión. A abrazarnos. Llorar. Alegrarnos.
Aprender a ver a Dios en nuestro propio rostro y en el rostro de la otra persona.
Aprender a recibir y proteger como herencia la tierra.
Aprender a trabajar por la paz y anhelar la justicia.
No se trata, entonces, de formulas religiosas trilladas, sino de abrirnos a una forma de ser capaz de transformar al mundo.
Dennis A. Smith
Ex enlace regional de la Iglesia Presbiteriana de los Estados Unidos – PCUSA, en América Latina y el Caribe