Leemos en nuestras biblias Lucas 8: 26-39.
En este texto se relata la historia de un hombre de la región de los gadarenos, que vive poseído por demonios, y son tantos y tan malos que él ya no puede vivir entre humanos, en su casa, con su familia, sino que vive entre los sepulcros, entre los muertos. Legión se hace llamar debido a la gran cantidad de demonios que hay en él. Pero esos demonios conocen a Jesús, y saben que, si Jesús lo desea, los puede sacar de ese cuerpo y enviarlos de regreso a su morada infernal. Y le ruegan que no lo haga. Hablan directamente con él. Pero Jesús los hace “mudarse” al cuerpo de unos cerdos que luego, huyendo despavoridos, caen por un despeñadero a un lago y mueren, junto a los demonios. Así libera Jesús a este señor, quien en señal de agradecimiento y devoción le solicita que le permita acompañarlo en su viaje de ciudad en ciudad, pero Jesús le pide que se vuelva a su casa y cuente las grandes cosas que Dios ha hecho con él. El hombre obedece y toda la ciudad se entera de esas grandes cosas que Jesús ha hecho en esa vida.
Luego de leer este pasaje, y de dejar que mi imaginación hiciera de las suyas, imaginando un escenario muy inspirado en viejas películas donde el tema de lo demoníaco y las posesiones abundan, mi cabecita se pone a pensar. ¿Qué ha pasado con esos demonios “tortura humanos” de los tiempos bíblicos? ¿Ya no existen? ¿O se han resignado al poder de Jesús y se fueron a descansar eternamente? ¿O será que están acá, vivitos y coleando, habitando en medio nuestro, señoreando nuestro interior, llenándonos de dolores, tristezas, odios, rencores, y nosotrxs, muy inocentes, ni los registramos? Porque creo que, en el fondo, todxs sabemos los demonios que llevamos dentro. Los conocemos, los alimentamos con nuestras debilidades y, aunque sabemos que no nos permiten realizarnos totalmente como personas y ser felices, no sabemos o no tenemos el coraje de liberarnos de ellos. Terminamos incluso muchas veces caminando entre muertos, familia o amistades que dejamos fuera de nuestra vida, colegas de trabajo a quienes ignoramos, proyectos que duermen el sueño de los justos en algún recodo de nuestra memoria. Hablo de individualismo, de codicia, de envidia, de consumismo excesivo, de maltrato a la madre tierra, de desamor e insensibilidad. Y es acá donde el texto me interpela, al menos a mí. Porque este señor no libró su batalla solo, de hecho, ni batalló al final; simplemente dejó que Jesús en su inmenso amor hiciera lo que mejor sabía hacer: sanarlo, liberarlo, salvarlo. Y lo único que Jesús le pidió fue que ese acto de amor fuera conocido por la gente, y no para gloria de él acá en la tierra sino para que más personas supieran las grandes cosas que puede hacer Dios en sus vidas.
Es un hermoso texto que, al final, nos interpela como cristianos, ya que puestos en los zapatos de este señor que ha sido liberado por fin de la legión de demonios que lo habitaban, tanto a él como a nosotrxs nos cabe la misión de contar lo que ha sucedido, de ser testigxs del poder de Jesús, de que es este el hijo de un Dios que todo lo puede y todo lo hará, a su debido tiempo. Solo tenemos que permitirle que actúe en nuestras vidas, y nuestros demonios cotidianos perderán todo su poder, permitiéndonos acercarnos cada vez más a experimentar la libertad y la vida plena que desea Dios para nosotrxs. Que así sea para todxs, hermanos y hermanas en Cristo. Amén.
Miriam Brito
Comunidad Valdense de Paraná -Santa Fe