REFLEXIONES – Página Valdense – Edición junio 2021

Mujeres haciendo comunidad

En el final del capítulo 15 (vs 36-41) del libro de Hechos de los Apóstoles (Hch) se menciona que Pablo y Silas inician el segundo viaje misionero a distintas ciudades. Luego, suman a Timoteo para que les acompañe. Ellos tres son los que llegan a Filipos y saliendo de la puerta de la ciudad se dirigen al lugar de oración. Allí encuentran reunidas a un grupo de mujeres a las que les predican el Evangelio.

En el capítulo 16 (vs 11-15 y 40) solamente se registra el nombre de una de ellas, el de Lidia. Además, se nos cuenta que era vendedora de púrpura, oriunda de la ciudad de Tiatira y que adoraba a Dios. Estos pocos datos de una de esas mujeres, nos puede ayudar a ampliar nuestra mirada e imaginarnos cómo eran las personas que se reunían junto al río para orar juntxs.

Lo primero que se dice de Lidia es que era vendedora de púrpura, este era un trabajo muy desarrollado en la ciudad natal de aquella mujer y también en Filipos. Todo el proceso de extracción del color púrpura de los calamares o de los vegetales, la tintura para las lanas hasta la producción de los tejidos, mantas, vestidos, etc., llevaba su tiempo de trabajo, considerando también que era bastante desagradable por los olores que emanaban las tinturas y conllevaba mucho esfuerzo físico. Tanto era así que en la alta sociedad romana se lo consideraba un trabajo «sucio», indigno para cualquier ser libre. Aunque sí gustaban de lucir las telas finas de púrpura.

Además de la procedencia de Lidia, el texto agrega que adoraba a Dios. Ésta es la manera en que se denominaba a las personas que eran de origen gentil, que asumieron en parte el judaísmo y que practicaban la religión judaica.

Es probable que el resto de las mujeres reunidas allí fuesen también trabajadoras junto a Lidia, ya que era muy común que pequeñxs artesanxs y comerciantes se asociaran ya que viajaban mucho, nunca solxs y varixs tenían casas en las ciudades por las que andaban. Y también es probable que fueran adoradoras de Dios, puesto que por aquella ciudad no se había misionado aún.

En el versículo 15 llama la atención cuando dice que Lidia insistió en que se quedasen en su casa, de hecho, dice «nos forzó». Esto se puede entender a la luz de lo que sigue en el relato donde Pablo y Silas son torturados y apresados a manos de las autoridades de Roma en la ciudad de Filipos. Lidia, y seguramente el resto de las mujeres también, conocían los riesgos que se corrían en una colonia romana porque sabían que judíxs y cristianxs no eran bien vistos. En realidad, esto valía para toda persona que desautorizara y no cumpliera con el culto al Emperador.

Pero a pesar de la solidaridad y el refugio que se les brindó a Pablo y a Silas, de todas maneras, sucedió lo que temían y los apóstoles sufrieron mucho bajo las autoridades romanas. Luego de que los liberaran de la cárcel vuelven a casa de Lidia para ver a lxs hermanxs y consolarlxs. En este último versículo del capítulo, ya no solamente son mujeres las que están reunidas allí, sino que hay hombres también, lo que da cuenta del crecimiento de esa comunidad, y fue a través del mensaje que multiplicaron las mujeres reunidas a orillas del río.

Esas mujeres trabajadoras fueron las que continuaron la misión que habían iniciado Pablo y los apóstoles. Ellas conocían la ciudad, a las personas con las que se vinculaban por sus trabajos y, sin dudas, su organización laboral colaboró en la gestación de aquella comunidad. La vida de estas mujeres, que, como Lidia, eran jefas de hogar no era algo común en aquellos tiempos y en este texto bíblico queda registrado como un dato al pasar. Pero queremos rescatar el valor fundamental y el rol que desarrollaron para ampliar el mensaje que los apóstoles habían llevado hasta aquel lugar. Es el compromiso de estas mujeres y de las personas que se fueron vinculando a la casa de Lidia, lo que permitió que la comunidad «creciera» y dio testimonio de lo vital de armar redes para resistir la opresión en sus múltiples formas dentro de un sistema político y económico para el cual muchxs son prescindibles y no importan. El testimonio de esta comunidad es esperanzador porque da cobijo y sostén a quienes son perseguidxs y porque nos habla de la resistencia pacífica de quienes buscan otras formas posibles de vivir colectivamente.

 

Yanina Vigna
Equipo Editor

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