RELATO DE UN ENCUENTRO – Edición noviembre 2020

Resiliencia, una palabra que ilustra una historia

Corría septiembre de 1997 cuando una socia de Liga Femenina de Aráuz nos llama para hacernos saber que, aquí en San Martín, una joven mujer había perdido a su esposo quedando sola con varios niño/as y una beba recién nacida. ¡Imposible no sentirse movilizadas! Inmediatamente nos organizamos, compramos pañales varias cosas más que ya no recuerdo. Con todo esto, fuimos a su encuentro. Allí estaba Elvira, a quién no conocíamos -en ese momento, ni siquiera sabíamos su nombre- con su beba en brazos frente a la ventana y el resto de sus hijo/as alrededor que nos miraban asombrado/as. Una de ella era Carina, de tan solo ocho añitos -hoy tiene 31-, y es madre de cuatro hijo/as.

A ella le propuse ser parte de este espacio que nos brinda Página Valdense y aceptó de inmediato, intentando que su experiencia de vida sirva para entender que la palabra resiliencia no es una más en el diccionario. Pero también, es una muestra de que Dios escucha nuestras oraciones cuando lo hacemos con fe y esperanza. Así fue que nos

permitimos un recreíto para hacer memoria y por WhatsApp fuimos conversando sobre las distintas etapas de su vida, con tono sencillo y cordial, y la confianza que nos tenemos.

Empezamos sobre su niñez y esto nos decía: «Podría decir que hasta los ocho años fue de una forma, y después del fallecimiento de mi papá hubo muchos cambios. Hasta ese momento, vivíamos en el campo y sólo en época de clases en el pueblo; aunque los fines de semana lo pasábamos en el campo donde trabajaba mi papá. Jugábamos mucho con mi hermano y hermanas, salíamos a juntar piquillín con una carretilla, jugábamos a la casita, mi hermano se trepaba a los tamariscos y con unas bolsas blancas y varillas armaba una carpa hasta el piso ¡Era muy divertido! Teníamos vecinos, íbamos caminando hasta la casa de familia Rostán que vivían muy cerca. Mi papá conversaba largos ratos con el hombre… no recuerdo el nombre de la señora tendría que preguntarle a mi mama» No quise interrumpirla, pero es la misma señora de Liga Femenina de Aráuz que mencioné al principio del relato. Luego, le digo… esta sería la parte feliz de tu niñez, después de la falta de tu papá ya nada sería igual, ¿verdad? ¿Cómo fue a partir de ahí?

«Fue muy difícil, muy duro. Ver la desesperación de mi madre, con tanta tristeza. Yo me propuse ayudarla, iba en segundo grado. Recuerdo que mi maestra era Carlota, ella nos ayudaba mucho, nos traía unos postres riquísimos que nosotras preparábamos. No teníamos nada, a veces ni para comer. Antes de cumplir nueve años empecé a trabajar»

Enseguida me surgieron varios interrogantes, pero sólo pregunté cómo fue eso y qué tareas hacía; a lo que respondió: «cuando salía de la Escuela me iba lo de una Señora -que no tenía hijo/a-, dormía ahí, le hacía los mandados, limpiaba la casa, me pagaban cinco pesos el mes… recuerdo que la Señora era muy estricta, ¡tenía sus cosas! Igual yo la quería… me gustaba quedarme afuera sentada en el paredón, aunque enseguida me hacía entrar… no me trataba igual que a sus sobrinos-nietos que tenían la misma edad que yo, a ellos le hacía comidas especiales y a mí me daba lo que había sobrado del día anterior. Eso me dolía y a sus sobrinos también, no les gustaba esa actitud de ella. Sus sobrinas, mamás de estos chicos, eran muy buenas conmigo, me trataban como de la familia. Cuando la Señora falleció me regalaron muchas cosas de su casa. Ahora, cuando ellas vienen, siempre paso a saludarlas».

Trabajando siendo una niña, Carina terminó la escuela primaria. Hizo dos años más en el Instituto hasta que tiempo después dejó de interesarse en el estudio y abandonó, siendo ya una adolescente. Seguimos la charla y dejamos atrás su niñez. «Mi adolescencia fue muy linda, siempre fui muy independiente, andaba rodeada de amigas, muchas de esas amistades aun las conservo. Siempre me relacioné con chicas mayores que yo porque me aburría con las de mí edad» En silencio, pienso: ¡claro! ¡Es que te tocó ser grande siendo una niña!

Avanzamos en la conversación y empezamos a conversar sobre la vida de fe, y me cuenta: «fui bautizada en Iglesia Católica, tomé la comunión y me confirmé también. Hubo un tiempo en el que prácticamente vivía en el teatro de la Iglesia, en el convento con las monjas. ¡Me encantaba ir! ¡Siempre creí en Dios! Hoy en día no me gusta ir a la Iglesia, tampoco creo que sea necesario, todas te enseñan algo diferente. Creo que, en realidad, hay un solo Dios. Prefiero creer a mi manera, cuando estoy mal le pido y cuando estoy bien agradezco, cuando necesito hablar con Dios lo hago y me hace muy bien saber que me escucha»

Hay una etapa en la vida de Carina que es similar a la de tantas mujeres, fue víctima de violencia de género. Ella se permite hablar de esto con mucho valor y entereza, asumiendo que es una parte de su vida que quedó atrás.

A los 16 años se puso de novia con el papá de sus hijo/as y cuando tenía 18 nació su primera hijita, Giuliana, al poco tiempo comenzaron los desencuentros de pareja. Entre esas idas y venidas: un nuevo embarazo. Nace Gonzalo. Y más tarde, entre separación y encuentros, llega Zaira, con un embarazo complicado por una operación de vesícula al mes de gestación. «En ese momento supe que cuando Dios quiere que nazca un niño nace», dice Carina. Nació la niña y ella siguió sola con sus tres hijito/as. «Al principio pensé que sería algo pasajero y volvíamos arreglarnos, un tiempito todo bien y llegaba nuevamente el abandono. Estaba siempre sola con mis hijos, pasábamos semanas comiendo fideos blancos, o simplemente café o un té con leche. Me las tenía que arreglar para pagar el alquiler, los servicios. Ya no tenía amigas, veía muy poco a mi familia, ya no creía en Dios, me enojaba cuando me hablaban de él. Y… nuevamente las promesas de cambio y un embarazo más, ¡Me quería morir, creí morir! Hasta que un día me dije a mi misma: “si puedo con tres podré con cuatro”, el embarazo siguió adelante y nació Génesis. Poco tiempo después me adjudicaron una vivienda, ¡eso fue lo mejor! Aunque no teníamos casi nada para la casa, estábamos juntos y felices»

La vivienda solucionó buena parte de la difícil situación, y como era una constante en su vida, la felicidad duró solo un tiempo hasta que la violencia también alcanzó a sus hijos. Ahí dijo basta y vino la separación definitiva. «Entendí que ni yo ni mis hijos merecíamos vivir así, me separé definitivamente y ahí me empezó a ir mejor. Mi familia me ayudó, mis amistades volvieron acercarse… conseguía changuitas, iba ganándome unos pesos… hasta que me agarró una fuerte depresión. La psicóloga me dijo que viví tan mal durante tantos años que cuando me tranquilicé, el cuerpo y la mente me pasaron factura. Salí de eso también» Me dice con tono alegre, y aprovecho para preguntar: ¿Qué fue lo que más te ayudó a salir de todo esto? Su respuesta fue: «entre las charlas con otra persona que me hizo entender que la vida no termina en un solo hombre, también fue muy importante la ayuda de una chica que sufrió lo mismo que yo. Ella me ayudó a valorarme nuevamente, con ella no tenía vergüenza de contar lo que me pasaba, pues las dos pasábamos por la misma situación; nos apoyábamos una a la otra. Me influía mucho el ‘qué dirán’, ahora eso lo borre de mi vida. Vero me ayudó a levantar mi autoestima, me estimuló a arreglarme para mí; antes siempre andaba desarreglada, y en ese momento empecé a vestirme diferente. Entendí que una pollera corta, una remera con escote no era una provocación como me lo querían hacer ver. Mi vida cambió y seguimos siendo muy amigas» Cuando escuchaba sus palabras, no podía pensar en otra cosa más que un gran ejemplo de empoderamiento mutuo.

A todo esto, viene a mi mente preguntarle ¿Crees que de tanto pedirle a Dios te escuchó? «Creo que sí», me dice. Me intrigó saber cómo se fue transformando ese enojo con Dios en esperanza; y me dice: «No sé bien cuando. Creo que fue con los nenes. Cuando quisieron empezar la Escuelita». Ahí surge un nuevo tema, la participación de su hijo e hijas en la Escuelita Bíblica Valdense; y me cuenta que «les encanta… Les gusta aprender cosas de Dios. A mí me gusta que ellos conozcan a Dios, aunque no los obligo. Dejo que elijan a que Iglesia ir y ellos se sienten bien ahí». Personalmente, puedo decir que es muy lindo tener a Giuli en catecismo y compartir la Escuelita con los demás. ¡Son muy tiernos y respetuosos!

La vida de Carina cambió para bien, gran parte se la debe a su mamá que siempre la acompañó. «Siempre estuvo, siempre me apoyó», me dice. Entre las personas que están para ella, menciona a su nueva pareja. «Juampi es muy sensible y re compañero, muy maduro. Su único vicio es el trabajo. Trata de ayudarme en la educación de mis hijos, de inculcarle cosas buenas… y a mí también me enseñó mucho, me cambió como persona. Puedo decir que tengo paz en mi hogar»

Carina trabaja en un frigorífico de la zona, su hermana se ocupa de los niño/as. Le gusta mucho la lectura, el teatro, caminar, ir al campo y pasear al aire libre, disfrutar en familia y amigos/as.

Agradezco a Carina por compartir su experiencia de vida, este relato intenta reflejar la vida de una joven mujer que se sobrepuso a muchas dificultades y que deposita su confianza en Dios. Es mi deseo que también sirva de inspiración a quienes lean esta historia de vida y puedan comprender que:

«No todo el que te mira puede verte, ni todo el que cree conocerte sabe quién sos»

Stella Maris Chambón

 

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