Leemos en nuestras Biblias: Marcos 10:13-16
Un vistazo panorámico a la historia de la humanidad muestra evidentes avances, progresos y mejoras de todo tipo en numerosas áreas de la vida. Es innegable que la medicina, la tecnología, la legislación, las comunicaciones nos alivian la vida de una manera impensable hace dos milenios, quinientos años o incluso tan solo treinta.
Podemos agradecer por una infinidad de avances de las que podemos disfrutar y de las que nuestros abuelos ni siquiera podían soñar. Pero –es sabido que casi todas las cosas suelen tener algún “pero”– por otra parte, hay cuestiones fundamentales para la vida y la convivencia humanas en las que en lugar de avances, se registran brutales retrocesos. Por ejemplo, en la situación de la niñez. Fue un logro enorme darle visibilidad a la generación “pequeña” y joven luego de milenios de silenciamiento y ocultamiento; y fue Martín Lutero quien con sus escritos pedagógicos inculcó a las autoridades y a los padres la responsabilidad de brindar educación escolar pública y gratuita, que de hecho hoy nos parece tan “natural”.
Pero que siga habiendo explotación de menores es una profunda herida y una mancha innegable para toda la sociedad global y mundial. Explotación de su débil fuerza de trabajo en minas africanas, explotación de sus inocentes cuerpos por el turismo sexual europeo en países asiáticos y latinoamericanos pobres, explotación mediante la pornografía clandestina en todo el mundo, explotación en prostíbulos donde gente “fina” satisface brutalmente sus peores instintos y comete crueldades – ¿cómo se conjuga esto con la idea de tanto progreso en visibilización, atención, respeto, derechos, pedagogía, protección y fomento de menores, que según la legislación son sujetos de derecho?
¿Es tan difícil eliminar esa delincuencia que se comete a plena luz y con conocimiento de tantas autoridades? ¿Por qué nos quedamos en silencio frente a tanto sadismo que arruina a personas indefensas? ¿No nos da vergüenza cuando desaparecen menores y se sospecha que terminaron en algún lúgubre agujero donde se los explota sexualmente? ¿Dónde están las autoridades que deben legislar y aplicar con toda la fuerza la ley, persiguiendo y castigando a quienes cometen semejantes barbaridades?
¿No nos ofende gravemente cuando violadores son liberados de la prisión por “buen comportamiento”, solo para proseguir inmediatamente con su delito “preferido”? Hemos leído y escuchado centenares de veces las palabras de Jesús en Marcos 10:14: Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque el reino de Dios es de quienes son como ellos. Las solemos relacionar con la dimensión religiosa, con una bendición o con el bautismo. ¿Y qué hay de la situación de quienes en plena infancia o adolescencia sufren secuestro, venta, aprovechamiento infame y muerte? ¿Cuándo nos levantaremos como iglesias para manifestarnos públicamente a gritos, con fuerza y con exigencias claras para que las autoridades pongan fin a semejante destrucción humana?
René Krüger
Pastor y Profesor jubilado, Iglesia Evangélica del Río de la Plata
Excelente texto, cpmparto punto de vista
Es verdad! Tal vez no se hace porque se descuenta que la iglesia no está de acuerdo con esto y por eso queda exceptuada de hacer un pronunciamiento al respecto…