Leemos en nuestras Biblias: Juan 20: 1-18
Si pensamos en la forma en la que los textos de la Biblia han sido repetidos y transmitidos de generación en generación a lo largo de la historia, seguramente se nos vienen a la mente imágenes de personas de mayor edad que conocían a la perfección algunos textos, y que inclusive, los podían citar de memoria. Textos que también han sido la base de lectura para su alfabetización. Allí, en esos nombres e historias estuvo presente uno de los legados fundamentales de las iglesias provenientes de la Reforma. Si bien podemos asociar esta práctica de estudio de la Biblia a un elemento más dentro del marco de la educación, también podemos trasladarnos más atrás en la historia y ver cómo el testimonio y el relato oral compartido, ha sido fundamental para la supervivencia en las primeras comunidades cristianas. Comunidades que se han visto atravesadas por situaciones cotidianas de miedo e incertidumbre, donde las persecuciones, violencias institucionalizadas por el imperio vigente y la falta de libertad eran parte de un paisaje cotidiano. Estos pequeños grupos que a su vez eran muy diversos, con diferentes maneras de vivenciar la fe, trataban de comprender el momento presente que estaban transcurriendo ¿A qué se podían aferrar? A la fe basada en el testimonio compartido que se resignificaba desde la vivencia cotidiana. Un testimonio particular es el que vemos en este pasaje de Juan.
Un cuerpo que fue robado y del cual no hay rastros, privando a su gente querida de poder realizar el duelo. Palabras que no son comprendidas y que deben ser corroboradas con los propios ojos. Desazón y desconsuelo frente a una situación de injusticia ocurrida y ante lo cual parece no haber respuesta. Una mujer llora en soledad con impotencia. Un rostro que era conocido, pero no se lo pudo distinguir en medio de esta mezcla de sensaciones y contradicciones que se sobrellevan en el cuerpo. Situaciones que nos resuenan conocidas a lo largo de la historia más lejana y más cercana.
María Magdalena una exponente de tantas comunidades que persistieron. Poniendo el cuerpo..insistiendo…contando lo que ocurrió, sin importar que les creyeran o no.
En este relato se destaca (y no es menor) que esta mujer generó movimiento, edificó y en la persistencia fue donde se dio la primera revelación del resucitado.
Hemos leído una y otra vez textos que hacen referencia a la Resurrección, pero éste, en particular, fue releído en clave de esperanza de vida a estas primeras comunidades.
Resurrección en clave de búsqueda y resistencia frente a las inequidades del mundo; como el caso de María, cuyo ejemplo multiplica la fe y representa esas luchas y búsquedas comunitarias compartidas.
¡Que este tiempo de Pascua nos encuentre compartiendo miradas sensibles que amplían encuentros y que multiplican y resignifican la Resurrección en nuestras vidas!
Alfredo Servetti
Bachiller en Teología, Buenos Aires