RELATO DE UN ENCUENTRO – Página Valdense – Edición febrero/marzo 2021

Una vida rioplatense

Llegó una solicitud por parte de Página Valdense que me tomó por sorpresa, pero a pesar de tener la agenda cargada no pude negarme, ya que me pareció, como siempre, sumamente interesante.

En un principio pensé en realizar encuentros con diferentes personas acerca de una misma temática, pero fue en el patio del jardín de infantes -lugar donde ambos trabajamos- que pensé y me decidí a tener este encuentro con él. Muchxs podrán conocerlo, otrxs tantos no, ante la duda se los presento. Él es Jorge Marr Montes de Oca.

La verdad es que, al ser mi compañero de trabajo, supuse que lo del encuentro iba a ser algo sencillo, ya que nos vemos a diario, pero… como decimos hoy en día «pasaron cosas». Primero me enfermé y tuve que hacer reposo. Cuando me reincorporé al trabajo, ¡me informan que Jorge no volvería hasta la próxima semana! Vaya suerte la mía, pensé.

Es por esto que nos dijimos que si algo nos enseñó el confinamiento es a vivir con la virtualidad. Fuimos resolviendo muchas cuestiones de ésta misma forma e incluso en algún punto podríamos decir que estuvimos más conectados que años anteriores. Teniendo en cuenta esto, no dudé y le escribí un WhatsApp consultándole si lo realizábamos por zoom o por teléfono. Decidimos que nuestro encuentro sea vía telefónica, pusimos día y hora y así fue.

Sonó el teléfono y una de las primeras frases que le dije fue «esto va a ser una charla muy descontracturada», del otro lado se escucharon risas seguidas de «más bien, como debe ser». Esto me dio la clara señal de que iba a ser un momento de disfrute para ambxs.

Jorge comenzó contándome sus inicios en el camino valdense: «vengo de una familia católica. Mis padres son católicos y yo participé en la iglesia católica hasta los 12 o 13 años», esas fueron sus primeras palabras al hablar del tema. Enseguida me contó que su vínculo con la iglesia comenzó en Ombúes de Lavalle, Uruguay. La puerta de entrada fueron los campamentos, un espacio que excede a la comunidad valdense y es, más bien, parte del pueblo. Participó de los campamentos hasta los 15 años aproximadamente, después decidió hacer talleres de capacitación de líderes en el Parque de Campamentos del Oeste de Conchillas.

«Comencé con los talleres, un poco por la necesidad de devolver lo que yo había vivido en todos los campamentos, la había pasado tan bien gracias a esos líderes que sentía que tenía la posibilidad de devolverle eso a otros niños; además empecé a hacer amistad con algunos adolescentes», dice Jorge, quien como no quiere la cosa terminó formando parte del grupo de jóvenes.

Con mezcla de nostalgia y orgullo, me dice que fue el pastor Carlos Delmonte quién verdaderamente hizo que él tenga sentido de pertenencia con la comunidad, o mejor dicho con sus propias palabras: «Carlitos caló hondo en mi cuestión de fe»; tanto, que hizo catecismo y decidió confirmarse en la iglesia Valdense. Recuerda, además, el gesto tan lindo que tuvo en su confirmación: me regalaron la Biblia con los textos deuterocanónicos; «para mí fue un gesto de total respeto».

Jorge participó de numerosas actividades en la comunidad de Ombués: talleres de capacitación de líderes de campamento, celebraciones, picnics, encuentros; pero fue al asistir a una Asamblea Juvenil Rioplatense cuando comprendió que, valga la redundancia, el movimiento de la Iglesia era a nivel rioplatense. Mientras hablábamos sobre esto, vinieron a mi mente un montón de recuerdos de aquella época: todxs reunidxs al calor de alguna fogata y cantando -o al menos haciendo el intento-, sin importar de donde veníamos, sabiendo que, en aquel encuentro, como dice la canción: éramos unx.

Seguimos charlando bastante y llega el momento en que me cuenta que formó parte de la Coordinadora de Actividades Juveniles; me dijo que ahí fue cuando no sólo comprendió las realidades de otras comunidades, sino que también nos vimos por primera vez. Como integrante de CAJ viajó a un encuentro en Colonia Iris, más precisamente en Jacinto Arauz, y fue allí mismo donde conoció a quien hoy en día es su compañera de vida, Emiliana. Al principio, tuvieron una relación a distancia, ya que en aquel momento él estaba en Montevideo y ella en Argentina. Hasta que en 2012 tomaron la decisión de instalarse en Bahía Blanca. Ciudad en la cual vivimos actualmente.

A medida que va pasando el encuentro y al compartirme tantas experiencias, Jorge me transmite algo muy lindo que es la empatía. Entre charla y charla me dice: «yo creo que tenemos que trabajar siempre en la cuestión de ponernos en el lugar del otro, y no me refiero a darle la razón, pero por lo menos tratar de comprender y así posicionarnos desde otro lugar». Y pienso en mi interior: es cierto que muchas veces pensamos de forma individualista o con referencia a lo local, olvidándonos que como iglesia somos un todo. Mientras tanto, continuó diciendo: «muchas veces necesitamos experimentar cuestiones en carne propia para poder dimensionar la situación o ponernos en el lugar del otro».

Cuando dijo esto, casi de manera automática pensé en la labor realizada durante el aislamiento social preventivo y obligatorio en la comunidad de Bahía Blanca con el merendero «Todos Unidos»; y a eso hacía referencia: «vos mejor que yo, sabrás lo que es la experiencia del merendero, porque estuviste encargada de hacer la colecta», me dice. Sin darme cuenta me puse a pensar en el camino recorrido durante este tiempo, lo lindo de hacer esa ‘pasadita’ casa por casa llevando no sólo la colecta del merendero, sino también para transmitir saludos y mensajes de un lugar a otro; lo importante de quedarte 20 o 30 minutos en la vereda de cada hogar visitado, que sin duda podrían ser de una hora o sin querer transformarse en cuatro. También pensé en todas las veces que volvía a casa y en lugar de sentirme cansada, se me dibujaba una sonrisa porque había podido ver cómo estaban todxs a pesar de la distancia.

Mientras en mi cabeza pasaban estos recuerdos como imágenes recientes, pensaba que al principio de la pandemia -cuando todo era incertidumbre- no sabíamos como íbamos a encarar algunas situaciones; y ni bien surgió la propuesta de colaborar con el merendero nos dimos cuenta que no es necesario tener todo definido y planificado, teníamos lo que hacía falta: empatía, solidaridad y muchas ganas de hacer algo entre todxs. Ese fue el motor para realizar tan linda tarea, que además nos hace bien y, al mismo tiempo, nos hizo sentir comunidad.

Al hablar acerca de esto Jorge me dice: «para mí, todo lo que se concrete es donde más vivencio la fe, ya que en las acciones es donde digo: “acá está Dios” o “eso es un acto de fe”; además de determinados encuentros o momentos donde nos tomamos de la mano, es allí donde sentí que había algo más».

Al escuchar eso, no pude evitar pensar en mi primera reunión formando parte del consistorio de Bahía Blanca. Ahí también estaba Jorge y nos hizo realizar un ejercicio muy lindo antes de comenzar con los temas que debíamos tratar. Nos preguntó a cada unx por turnos cómo estábamos y cómo había estado nuestra semana. Recuerdo que ese día sentí que allí estaba Dios, en ese gesto tan simple de un hermano de la comunidad, pero al mismo tiempo en un momento muy preciso. Creo que no lo esperaba, quizá por el perjuicio de pensar que las reuniones de este tipo deben ser solo administrativas.

Con este ejemplo me voy despidiendo, esperando que hayan conocido un poco más de él, de su vida de fe, de su accionar cálido, entre otras cosas. No me queda más que agradecer por la convocatoria a esta linda experiencia de escribir el «relato de un encuentro».
¡Les dejo un hasta pronto!

Ma. Cristina Servetto Dalmás

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