Lee en tu Biblia: Lucas 20:27-38
Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven.
Si tomáramos la producción teológica de estos 20 primeros siglos de cristianismo, veríamos cuántas páginas especulan sobre la resurrección, la inmortalidad del alma, la vida eterna y el más allá. En las distintas tradiciones han corrido chorros de tinta para afirmar o negar diversas doctrinas al respecto. Como si nos fuera posible penetrar el misterio que sólo Dios conoce. Lo único cierto es la promesa que, por la resurrección de Jesús, esa dimensión queda abierta para nosotros, los y las mortales.
De esta discusión de Jesús con los saduceos podemos deducir que la vida después de la muerte no es comparable ni asimilable a esta vida presente, y que los cuerpos, como dice Pablo (1 Corintios 15), serán transformados. Pero como el propio Jesús muestra en su afirmación final, lo decisivo no es la muerte y sus secuelas, sino la vida y su plenitud. Eso es lo que también muestra el final de Apocalipsis en sus metáforas de la Nueva Jerusalén.
Jesús afirma la presencia de Dios en la vida de los patriarcas, y señala que esa potencia no se extingue con su vida terrena. Y en esa aserción nos muestra el modo en que nuestro Dios vive y hace vivir en medio de la historia humana. La vida eterna no es un dato disociado, separado, de la vida cotidiana, si bien tampoco es su simple continuidad. Lo que sí permanece es el poder de vida que descansa en Dios.
La misma resurrección de Jesús es el camino. No encontramos ni una palabra del Cristo Resucitado describiendo el más allá. Por el contrario, en sus encuentros con los discípulos sobresalen dos cosas: la necesidad de volver a leer e interpretar las Escrituras a la luz de su ministerio, y la responsabilidad de ser testigos de su amor.
Por eso, más que especular en cómo será la vida resucitada, aquello que se esconde en las palabras de Jesús es la invitación a vivir la resurrección en la vida que hoy tenemos. La promesa de vida no es un dato del más allá, sino la certeza de un Dios que, en su amor, cuida toda vida siempre. Y aún en los avatares de un mundo sembrado de fuerzas y pulsión de muerte, seguimos poniendo nuestra confianza en el Dios que es Dios de vivos.
Néstor Miguez