Leemos en nuestra Biblia: Marcos 7:1-8, 14-15, 21-23.
Muchas religiones dan un alto valor a la pureza. Lo sagrado no debe ser contaminado con lo impuro, lo profano y mundano no debe manchar lo santo. Esto también se extiende a ritos y prácticas que afectan lo cotidiano, las relaciones personales y étnicas, e incluso a diferentes ámbitos de la naturaleza.
La fe israelita también sostenía estas prácticas, y especialmente ciertos sectores hacían hincapié en ello. Esto se acentuó fuertemente en el judaísmo que retorna del exilio, como lo muestra el libro de Nehemías, que incluso nos cuenta cómo se opuso a la presencia de los samaritanos y “pueblo de la tierra”, castigando a quienes se habían casado con mujeres de otros pueblos. Puso énfasis en los rituales de la antigua Ley, como la distinción entre alimentos puros e impuros, la impureza de los enfermos, la santidad del sábado, la pureza étnica, entre otras exigencias. El fariseísmo posteriormente siguió y endureció esta línea en tiempos de Jesús (y muchos aún persisten).
Por cierto, otros no lo sostenían con la misma rigidez. Así, por ejemplo, Moisés se casa con una mujer extranjera, y cuando Aarón y Myriam lo cuestionan por ello, Dios mismo sale en su defensa (Núm 12). El ambiente galileo, en el cual se cría Jesús, era menos estricto, pues sus propias tareas lo ponían constantemente en situación de “impureza” (trabajo con la tierra, contacto con los peces muertos, comerciar con extranjeros, etc.).
En este episodio el contraste sale a la luz, y Jesús toma ocasión para profundizar sus enseñanzas sobre lo que es realmente significativo: la relación con el prójimo. La ética de Jesús no es una moral de la pureza, sino una búsqueda de justicia: “Busquen primeramente el Reino de Dios y su justicia…”. Por eso lo que contamina al ser humano no está en las cosas o los días, sino que son aquellas conductas que lesionan a mi prójimo, que destruyen la relación comunitaria.
Debemos reconocer que muchas veces nuestras propias iglesias han caído en este “purismo”, sosteniendo tradiciones que nos separan de nuestro medio social, imponiendo normas o conductas, formas doctrinales, hasta prejuicios sobre quienes son diferentes. La voz de Jesús sigue llamándonos a considerar que es en nuestro corazón y en nuestro accionar que conoceremos qué es lo que agrada a Dios y cumple con su voluntad.
Curiosamente, en este tiempo de pandemia, las cosas toman otro sesgo: hoy la higiene de alimentos y utensilios, y el frecuente lavado de manos no tiene que ver con los rituales de la pureza sino con el cuidado de la salud y la vida, mía y de mi prójimo.
Néstor Míguez
Ex-presidente de la Federación Argentina de Iglesias Evangélicas