Confesión de Fe

Confesión de fe de la Iglesia Evangélica Valdense (Llamada del año 1655)

Confesión de fe de las Iglesias Reformadas, Católicas y Apostólicas del Piamonte, confirmada por testimonio explícito de la Sagrada Escritura.

Entendiendo que nuestros adversarios, no conformes con habernos perseguido cruelmente y despojado de nuestros bienes, para hacernos cada vez más odiosos, están aún sembrando falsos rumores tendientes, no sólo a echar una mancha sobre nuestras personas, sino principalmente a denigrar con infames calumnias la santa y sana doctrina, la cual profesamos estamos obligados, a fin de iluminar el espíritu de los que podrán estar preocupados por tan siniestros pensamientos, a hacer una breve declaración de nuestra fe, tal como la hemos recibido del pasado, y hoy la consideramos todavía conforme a la Palabra de Dios, a fin de que cada uno vea la falsedad de tales calumnias y con cuánta injusticia somos odiados y perseguidos a causa de una tan inocente doctrina. Por lo tanto,

CREEMOS:

Artículo I. Que hay un solo Dios, que es esencia espiritual, eterna, infinita, del todo sabia, misericordiosa, justa, en fin, absolutamente perfecta; y que hay tres Personas en esa única y simple esencia: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

PRUEBAS: Deuteronomio 4:39; Isaías 42:8 y 45:5; Éxodo 20:2; Isaías 40:18, 25; Romanos 1:23; Juan 4:24; Job 11:7; Romanos 11:33; Lucas 1:37; 1 Timoteo 1:17; 1 Reyes 8:39; Hechos 15:8; Salmo 106:1; Éxodo 34:6; Salmo 103:13; Isaías 55:7; Ezequiel 33:11; 2 Corintios 1:3; Mateo 28:19; 2 Corintios 13:13; 1 Juan 5:7.

Artículo II. Que Dios se ha manifestado a los hombres en las obras de la Creación y de la Providencia, y en su Palabra revelada desde el principio por medio de oráculos en distintas formas, luego puesta por escrito en los libros llamados la Sagrada Escritura.

PRUEBAS: Romanos 1:20; Salmo 19:1, 8; Salmo 119:105; Hebreos 1:1; 2 Pedro 1:20; 2 Timoteo 3:15, 16.

Artículo III. Que debemos aceptar, como la aceptamos, esta Sagrada Escritura como divina y canónica, es decir, como regla de nuestra fe y de nuestra vida, y que toda ella está contenida en los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento; que en el Antiguo Testamento deben estar comprendidos únicamente los libros que Dios confió a la Iglesia Judaica, y que ella siempre los ha aprobado y reconocido por divinos, es decir, los cinco libros de Moisés (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio), Josué, Jueces, Ruth, 1 y 2 Samuel, 1 y 2 de los Reyes, 1 y 2 de las Crónicas (o Paralipómenon), 1 Esdras, Nehemías, Esther, Job, Salmos, Proverbios de Salomón, Eclesiastés, Cantar de los Cantares, los cuatro grandes Profetas (Isaías, Jeremías y Lamentaciones, Ezequiel, Daniel) y los doce Menores (Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahúm, Habacuc, Sofonías, Hageo, Zacarías y Malaquías); y en el Nuevo Testamento los cuatro Evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan), los Hechos de los Apóstoles, las Epístolas de San Pablo: una a los Romanos, dos a los Corintios, una a los Gálatas, una a los Efesios, una a los Filipenses, una a los Colosenses, dos a los Tesalonicenses, dos a Timoteo, una a Tito, una a Filemón, la Epístola a los Hebreos, una de Santiago, dos de San Pedro, tres de San Juan, una de San Judas y el Apocalipsis.

PRUEBAS: Éxodo 24:4 y 34:27; 2 Pedro 1:21; Romanos 3:2 y 15:4, 2 Timoteo 3:16; 1 Tesalonicenses 4:8; Deuteronomio 12:32; Romanos 1:1 y 2; Juan 5:39 y 45; Hechos 17:11; Lucas 16:29 y 24:44; Isaías 8:20; 1 Corintios 4:6; Gálatas 6:16, 3:15, 1:8; Apocalipsis 22:18.

Artículo IV. Que reconocemos la divinidad de estos libros sagrados, no sólo por el testimonio de la Iglesia, sino principalmente por la eterna e indubitable verdad de la doctrina contenida en los mismos; por la excelencia, sublimidad y majestad totalmente divina que en ellos se demuestra, y por la operación del Espíritu Santo que nos hace recibir con reverencia el testimonio que nos da la Iglesia, y que abre nuestros ojos para descubrir los rayos de luz celestial, que resplandecen en la Escritura, y corrige nuestro gusto para discernir este alimento con su sabor divino.

PRUEBAS: Juan 4:42, 3:31; Lucas 24:32; Hebreos 4:12; Salmo 12:6, 19:9; 1 Corintios 2:11, 2:14; Romanos 8:9; 1 Corintios 10:15; 2 Corintios 1:13: 1 Tesalonicenses 5:19-21; 1 Juan 4:1.

Artículo V. Que Dios creó todas las cosas de la nada, con su voluntad, del todo libre, y con el poder infinito de su Palabra.

PRUEBAS: Génesis 1:1; Éxodo 10:11; Salmo 33:6; Hebreos 11:3; Colosenses 1:16.

Artículo VI. Que Él las conduce y las gobierna a todas con su Providencia, ordenando y dirigiendo todo lo que en el mundo acontece, sin que por ello sea El ni el autor ni la causa del mal que hacen las criaturas, ni que se le pueda o deba inculpar de ello en alguna manera.

PRUEBAS: Deuteronomio 32:4; Salmo 135:6; Efesios 1:11; Hechos 17:24, 25, 28; Mateo 10:29; Lamentaciones 3:38; Isaías 45:6 y 7; Amós 3:6; Salmo 5:5 y 45:7; Santiago 1:13; Juan 8:44; 1 Juan 3:8 y 2:16; Génesis 45:5 y 50:20; Hechos 2:23 y 4:28.

Artículo VII. Que los ángeles, habiendo sido todos ellos creados puros y santos, algunos cayeron en corrupción y perdición irreparable; pero que los otros perseveraron por la bondad de Dios que los sostuvo y los confirmó.

PRUEBAS: Colosenses 1:16; Judas 6; 2 Pedro 2:4; 1 Timoteo 5:21; Mateo 16:27 y 25:31; Hebreos 1:14.

Artículo VIII. Que el hombre, que había sido creado puro y santo a la imagen de Dios, por su culpa, se privó de aquel estado feliz, asintiendo a las conversaciones engañosas del Diablo.

PRUEBAS: Eclesiastés 7:29; Génesis 1:26, 27; Efesios 4:24; Colosenses3:10; 2 Corintios 11:3; 1 Timoteo 2:14; Romanos 5:12.

Artículo IX. Que el hombre, en su transgresión, perdió la justicia y la santidad que había recibido, incurriendo así en la indignación de Dios, en la muerte y en la cautividad bajo la potencia de aquel que tiene el imperio de la muerte, es decir, el Diablo, a tal punto que su libre albedrío se ha vuelto siervo y esclavo del pecado; de modo que por naturaleza, todos los hombres, tanto judíos como Gentiles, son hijos de ira, muertos todos en sus errores y pecados, y por consiguiente, incapaces de tener algún buen movimiento hacia la salvación y también de tener un pensamiento bueno sin la gracia, no siendo sino malos en todo tiempo todas sus imaginaciones y pensamientos.

PRUEBAS: Romanos 3:9, 5:12; Juan 8:34; Romanos 6:17; Efesios 2:1; Romanos 8:7; 1 Corintios 2:14; Génesis 6:5 y 8:21; Jeremías 17:9; Mateo 7:18; Juan 6:44, 15:5, 3:5 y 27; 1 Corintios 12:3; 2 Corintios 3:5.

Artículo X. Que toda la posteridad de Adán es culpable en él y con él por su desobediencia; infectada por su corrupción, y ha caído en la misma calamidad, aún los niñitos desde el vientre de su madre; de donde viene el nombre de pecado original.

PRUEBAS: Romanos 5:12, 19; Job 14:4, 15:14; Salmos 51:5; 1 Reyes 8:46; Proverbios 20:9; Eclesiastés 7:20; Mateo 15:19; Efesios 2:1-3; 1 Corintios 15:22.

Artículo XI. Que Dios aparta de esa corrupción y condenación a las personas que El Eligió antes de la fundación del mundo; no porque previese en ellos alguna buena disposición hacia la fe o la santidad, sino por Su misericordia en Cristo Jesús su Hijo, dejando en ella a los demás según la soberana e irreprensible razón de su libertad y justicia.

PRUEBAS: 1 Corintios 4:7; Efesios 2:3-9; Efesios 1:3-6; Tito 3:3 y 5; Romanos 3:9; 9:11-24; 2 Timoteo 1:9; 2 Timoteo 2:19; Romanos 8:29-30; Juan 17:6 y 9; Romanos 11:5 y 33-36.

Artículo XII. Que Jesucristo, habiendo sido ordenado por Dios en su eterno decreto para ser el único Salvador, la única cabeza de su Cuerpo que es la Iglesia, la rescató con su propia sangre, en el cumplimiento de los tiempos, y le comunica a todos sus beneficios por medio del Evangelio.

PRUEBAS: Romanos 3:25; 1 Pedro 1:18-20; Gálatas 1:4; Mateo 1:21; Juan 3:16; Timoteo 1:9; Efesios 1:4, 6, 7, 21.23; Efesios 5:23-26; Hechos 20:28 y 4:12; Juan 14:6; 1 Timoteo 2:5-6; Tito 2:14; 1 Juan 1:7.

Artículo XIII. Que hay dos naturalezas en Jesucristo, la divina y la humana, verdaderamente unidas en una misma persona, sin confusión, sin separación, sin división, sin cambio, conservando la una y la otra naturaleza sus distintas propiedades, y que Jesucristo es, al mismo tiempo, verdadero Dios y verdadero hombre.

PRUEBAS: Mateo 1:22-23; Isaías 7:14; Lucas 1:35; Romanos 1:3-4; Romanos 9:5; Juan 1:14; 1 Timoteo 3:16; Hebreos 1:3; Colosenses 2:9; 1 Corintios 1:30.

Artículo XIV. Que Dios amó al mundo de tal manera que dio a su Hijo para salvarnos por su perfectísima obediencia, la que demostró, especialmente sufriendo la muerte maldita de la cruz, y con las victorias que Él obtuvo sobre el Diablo, el pecado y la muerte.

PRUEBAS: Juan 3:16; Romanos 5:8; Juan 17:9; Romanos 8:3 y 32; 1 Juan 4:9 y 10; 1 Juan 2:2; 1 Juan 1:7; Romanos 5:19; Filipenses 2:7 y 8; Gálatas 4:4; Gálatas 3:13; Hebreos 10:8-10; Hebreos 2:14 y 15; 1 Corintios 15:56 y 57; Apocalipsis 12:10 y 11.

Artículo XV. Que Jesucristo, habiendo hecho la completa expiación de nuestros pecados con su perfectísimo sacrificio ofrecido una vez en la cruz, éste no puede ni debe ser reiterado bajo ningún pretexto.

PRUEBAS: Romanos 3:24 y 25; 1 Timoteo 2:6; Hebreos 9:14; 1 Pedro 1:18; 1 Pedro 2:24; 1 Juan 1:7; 1 Juan 2:2; Hebreos 7:24 y 27; Hebreos 9:12, 22, 25, 26, 27 y 28; Hebreos 10:10 y 14.

Artículo XVI. Que, el Señor Jesús, habiéndonos reconciliado plenamente con Dios por la sangre de su cruz somos absueltos y justificados ante El únicamente en virtud de su mérito y no de nuestras obras.

PRUEBAS: Jeremías 23:6; Isaías 53:5, 6 y 11; 2 Corintios 5:20 y 21; Romanos 5:19; Romanos 3_24, 25 y 28; Romanos 4:25; Romanos 5:9 y 10; Efesios 1:7; Efesios 2:8 y 9; Colosenses 1:19 y 20; Tito 3:5; 1 Juan 1:7; 1 Corintios 1:30; Romanos 8:1.

Artículo XVII. Que tenemos unión con Jesucristo y comunión con sus beneficios, por la fe, la cual se apoya en las promesas de vida que nos son hechas en el Evangelio.

PRUEBAS: Romanos 10:17, 1:16; Efesios 3:16, 17; Habacuc 2:4; Gálatas 2:20; Juan 1:12; 3:36; 6:35; Romanos 5:1.

Artículo XVIII. Que esta fe es producida por la operación gratuita y eficaz del Espíritu Santo, que ilumina nuestras almas y las lleva a apoyarse en la misericordia de Dios, para apropiarse los méritos de Jesucristo.

PRUEBAS: Efesios 1:16 y 18; Efesios 2:1 y 8; Mateo 11:25 y 26; Mateo 16:17; 1 Corintios 2:9 y 10; 1 Corintios 12:9; Gálatas 5:22; Juan 6:44; Hechos 16:14; Romanos 12:3; Filipenses 1:29; Filipenses 2:13; 2 Corintios 1:21 y 22; Efesios 1:13 y 14; Romanos 8:14 y 17.

Artículo XIX. Que Jesucristo es nuestro verdadero y único mediador no sólo en cuanto a la redención, sino también en cuanto a la intercesión; y que, por sus méritos y su intercesión, tenemos entrada al Padre para invocarle con la santa confianza de ser oídos sin que sea necesario recurrir a ningún otro intercesor fuera de él.

PRUEBAS: 1 Timoteo 2:5 y 6; Hebreos 12:22-24; 1 Juan 2:1 y 2; Mateo 11:28; Juan 14:6; Efesios 2:18; Efesios 3:12; Hebreos 4:14 y 16; Juan 14:13; Juan 16:23.

Artículo XX. Que, como Dios nos promete la regeneración en Jesucristo, los que son unidos a él por una fe viva, deben aplicarse y realmente se aplican a buenas obras.

PRUEBAS: 1 Pedro 1:3; Juan 15:5; Filipenses 1:11; Efesios 2:5 y 10; 2 Corintios 5:15 y 17; Romanos 6:4; Gálatas 2:20; Tito 2:11-14; Juan 3:3-6; Tito 3:3-8; Romanos 6:11-13; Efesios 4:21-24; Mateo 3:8-10; Mateo 7:17-20; Gálatas 5:6; Santiago 2:17; 1 Juan 5:18.

Artículo XXI. Que las buenas obras son tan necesarias a los fieles que no pueden entrar en el reino de los cielos sin realizarlas, puesto que Dios las ha preparado para que caminemos en ellas; que, por consiguiente, debemos huir de los vicios y aplicarnos a las virtudes cristianas, utilizando a tal fin los ayunos y todo acto que pueda ayudarnos en tan santos propósitos.

PRUEBAS: Efesios 2:10; 1 Tesalonicenses 4:3; Hebreos 12:14; Apocalipsis 21:27; 1 Corintios 6:9-11; Romanos 8:13; Colosenses 3:5 y 6; 1 Corintios 9:27; Tito 2:12; Isaías 58:6; 1 Timoteo 4:8.

Artículo XXII. Que, si bien nuestras obras no pueden ser meritorias, el Señor no dejará de recompensarlas con la vida eterna, por una continuación misericordiosa de su gracia en virtud de la constancia inmutable de las promesas que Él nos ha hecho.

PRUEBAS: Job 9:2 y 3; Salmo 143:1 y 2; Romanos 3:20; Lucas 17:10; Job 22:2; Salmo 16:2; Efesios 2:8 y 9; 2 Timoteo 1:9; Tito 3:5; Colosenses 3:23 y 24. Téngase en cuenta que el premio y la recompensa prometidos por Dios a los fieles es herencia de hijos, y no salario que se les deba en calidad de siervos mercenarios. Mateo 25:34. Ellos, por lo tanto, no lo pretenden por sus méritos, sino por la gracia y misericordia del Padre, que los adoptó como hijos suyos, bendiciéndolos y haciéndolos sus herederos. Ro. 8:15-18. Nótese que tampoco los sufrimientos de los santos mártires pueden merecer la herencia de la gloria celestial, ni serle igualados. Romanos 6:22-23. Así el apóstol nos enseña que el hombre por sus pecados merece la muerte, como verdadero salario de sus maldades y suplicio por sus crímenes; pero los fieles no pueden pretender la vida eterna como salario merecido por sus obras buenas, al contrario: la consiguen como un don gratuito de Dios por los méritos de Jesucristo nuestro Salvador, y para hacérnoslo ver más claramente, el Apóstol habiendo dicho el salario del pecado es la muerte, aunque la contraposición parece pedirlo, no añade el salario de las buenas obras es la vida, sino escribe que la vida eterna es don de Dios.

Artículo XXIII. Que los que poseen la vida eterna, como consecuencia de su fe y de sus buenas obras, deben ser considerados como santos y glorificados, loados por sus virtudes, imitados en todas las bellas acciones de su vida, pero no adorados ni invocados, porque no se debe orar sino a un solo Dios por Jesucristo.

PRUEBAS: Salmo 116:15; Apocalipsis 14:13; Isaías 57:1 y 2; Hebreos 13:7; 1 Corintios 11:1; Juan 8:39; Mateo 4:10; Isaías 42:8, Isaías 48:11; Joel 2:32; Romanos 10:13 y 14; Jeremías 17:5; Salmo 50:15; Mateo 11:28; Lucas 11:1 y siguientes: Jueces 13:16; 1 Reyes 8:39; Eclesiastés 9:5 y 6; cotéjese Job 14:21; 2 Reyes 22:20; Isaías 63:16.

Artículo XXIV. Que Dios reunió para sí una Iglesia en el mundo, en vista de la salvación de los hombres, y que ella no tiene más que un solo jefe y fundamento, es a saber, Jesucristo.

PRUEBAS: Isaías 4:3; Juan 10:14-16; Juan 11:51-52; Deuteronomio 7:6; Salmos 33:12; Salmo 46:6; Salmos 87:1-3; Salmos 100:3; Salmos 147:2; Salmos 118:22-23; Hechos 4:11; Mateo 16:18; Efesios 1:22-23; 1 Corintios 3:11; Efesios 2:20 y 21; Efesios 5:23.

Artículo XXV. Que esa Iglesia es la compañía de los fieles que, habiendo sido elegidos por Dios antes de la fundación del mundo y llamados por una vocación santa, se unen para seguir la Palabra de Dios, creyendo lo que en ella Él nos enseña y viviendo en su temor.

PRUEBAS: Efesios 4:11-13; Romanos 8:29-30; Mateo 22:14; 1 Juan 2:18-19; 1 Tesalonicenses 4:7; Judas 1; 1 Corintios 1:2; Juan 8:47; Juan 10:3-4; Juan 17:6, 9, 17-21 y 24; 2 Timoteo 2:19; 1 Juan 2:3-4; 1 Juan 3:3.

Artículo XXVI. Que esa Iglesia no puede dejar de existir ni ser reducida a la nada, sino que debe ser perpetua, por ser todos los elegidos, cada uno a su tiempo, llamados por Dios a la Comunión de los Santos, de tal manera sostenidos y conservados, por la virtud del Espíritu Santo, en la fe, que, perseverando en ella, obtienen la salvación eterna.

PRUEBAS: Jeremías 31:3, 33, 35 y 36; Jeremías 32:38-40; Salmos 46:5; Malaquías 3:6; Salmos 102:28; Oseas 2:19; Juan 14:16; Romanos 11:29; Salmos 37:28; Salmos 48:14; Juan 6:37 y 47; Juan 10:27-28; Romanos 8:29-32; Romanos 8:38-39; Mateo 24:24; Lucas 22:31-32; Juan 17:11, 20 y 21; 1 Corintios 1:7-8; Filipenses 1:6; Filipenses 2:13; 1 Juan 2:19; 1 Juan 3:9.

Artículo XXVII. Que todos deben unirse a la Iglesia y mantenerse en su comunión.

PRUEBAS: Isaías 4:3; Isaías 44:5; Joel 2:32; Hechos 2:47; Gálatas 4:26; Hebreos 12:22-23; Mateo 18:17; 2 Corintios 6:14-18; Juan 5:21; 1 Juan 4:1; 2 Juan 10; Apocalipsis 18:4; Salmos 27:4; Efesios 4:11.13; Mateo 10:14; Hebreos 10:25; Hebreos 13:7 y 17; Hechos 5:29; Juan 8:47.

Artículo XXVIII. Que Dios nos enseña no sólo con su Palabra, sino que junto con ella, ha ordenado Sacramentos, como medios para unirnos a Cristo y participar de sus beneficios; y que no hay más que dos, comunes a todos los miembros de la Iglesia, según el Nuevo Testamento, es a saber, el Bautismo y la Santa Cena.

PRUEBAS: Romanos 1:16; Romanos 10:17; Romanos 4:11-13; Mateo 28:19-20; Marcos 1:1-4; Romanos 6:3-5; 1 Corintios 10:16; 1 Corintios 11:23 y 26; 1 Corintios 12:12-13.

Artículo XXIX. Que Él ha establecido el Sacramento del Bautismo como un testimonio de nuestra adopción, y que en él somos lavados de nuestros pecados por la sangre de Jesucristo y renovados en santidad de vida.

PRUEBAS: Lucas 3:2-3; Marcos 16:15-16; Hechos 2:38; Gálatas 3:27; Romanos 6:3-4; Efesios 5:25-26; Colosenses 2:11-12; 1 Pedro 3:21; Hebreos 10:22.

Artículo XXX. Que Él ha establecido el Sacramento de la Santa Cena o Eucaristía para nutrir nuestras almas, a fin de que, con una viva y verdadera fe, por la virtud incomprensible del Espíritu Santo comiendo efectivamente su carne y bebiendo su sangre, y uniéndonos estrecha e inseparablemente a Cristo, en Él y por Él tengamos la vida espiritual y eterna.

Nota: Y para que todos vean claramente lo que creemos sobre este punto, agregamos aquí las mismas expresiones que se encuentran en la oración que hacemos antes de la comunión en nuestra Liturgia, o forma de celebrar la Santa Cena, y en nuestro catecismo público, los que se encuentran al final de nuestros Salmos. Estas son las palabras de la oración: "Puesto que nuestro Señor no solamente ofreció una vez su cuerpo y su sangre para la remisión de nuestros pecados, sino que también quiere comunicárnoslo como alimento de vida eterna, haznos aún esta gracia de que con verdadera sinceridad de corazón y con celo ardiente recibamos de él tan grande beneficio, es decir, que con fe segura gocemos de su cuerpo y de su sangre y aún de él en su plenitud". Y a las palabras de la Liturgia: "Ante todo pues creemos en las promesas de Jesucristo, el cual es la verdad infalible, ha pronunciado con su boca, es decir que él nos quiere hacer partícipes de su cuerpo y de su sangre a fin de que lo poseamos enteramente de manera que él viva en nosotros y nosotros en él". Las de nuestro catecismo son las mismas en la sección 53.

Esta nota se encuentra en el texto de la Confesión de fe publicado por Juan Léger en "Histoire générale des Églises Évangéliques des Vallées du Piémont ou Vaudoises" (1669) y hace referencia la Liturgia, el Catecismo y el Salterio en uso en esa época.

PRUEBAS: Mateo 26:26.29; Lucas 22:19-20; 1 Corintios 11:23 y 26; Juan 6:35; 54 y 63. Acentuamos la interpretación simbólica y excluimos con energía la interpretación material. Por lo tanto la manducación del cuerpo de Cristo no ha de entenderse carnalmente, sino espiritualmente por medio de la fe por la que nosotros vivimos en Cristo y Cristo vive y habita en nosotros (Gálatas 2; Efesios 2 y 3).

Artículo XXXI. Que es necesario que la Iglesia tenga Pastores considerados como bien instruidos y de buena conducta por aquellos a quienes esto incumbe, tanto para predicar la palabra de Dios como para administrar los Sacramentos, y para velar sobre la grey de Cristo, según las reglas de una buena y santa disciplina, juntamente con los Ancianos y Diáconos, conforme a la usanza de la iglesia antigua.

PRUEBAS: Números 27:17; Hebreos 5:4 y 5; Jeremías 3:15; Jeremías 29:8 y 9; Jeremías 23:21 y 22; 1 Corintios 12:4, 5 y 28; Efesios 4:11-13; Juan 20:21; Marcos 16:15; Mateo 28:19-20; 1 Timoteo 3:1-5; 1 Timoteo 5:17; Tito 1:5-7; Hechos 20:17 y 28; 1 Pedro 5:1-3; 1 Timoteo 3:8-10; Hebreos 13:17; Gálatas 1:8 y 9; Hechos 17:11; cotéjese Isaías 8 y Deuteronomio 13; Isaías 8:20; Mateo 7:15; Mateo 16:6; 1 Timoteo 4:1-3; 2 Tesalonicenses 2:3-12; 1 Tesalonicenses 5:20 y 21; 1 Juan 4:1-3; 2 Juan 10; Apocalipsis 2:2; 1 Pedro 4:11; 1 Corintios 4:6; 1 Timoteo 4:13-16; 2 Timoteo 4:1-4; Jeremías 23:16-29; Tito 2:2:15; 1 Timoteo 5:20; Isaías 58:1; Ezequiel 3:17.21; Mateo 18:15.17.

Artículo XXXII. Que Dios ha establecido a los reyes, los príncipes y los magistrados para el gobierno de los pueblos; que los pueblos deben serles sujetos y obedientes en virtud de esta ordenación, no sólo por la ira, sino también por la conciencia, conforme a todas las cosas con la Palabra de Dios, que es el Rey de Reyes y el Señor de Señores.

PRUEBAS: Proverbios 8:15 y 16; Daniel 2:20 y 21; Job 12:18; 2 Crónicas 19:5-7; Romanos 13:1-7; Mateo 22:21; 1 Pedro 2:13-17; 1 Timoteo 2:1-2.

Artículo XXXIII. Finalmente, que conviene aceptar el SÍMBOLO (CREDO) DE LOS APOSTOLES, LA ORACIÓN DOMINICAL Y EL DECÁLOGO, como escritos fundamentales de nuestra fe y de nuestras devociones.

PRUEBAS: Romanos 1:16, 10:8 y 9:2; 2 Timoteo 1:13.

ACTO DECLARATORIO, APROBADO POR EL SÍNODO DEL AÑO 1894

Considerando útil aclarar mejor algunas expresiones de la confesión de fe en vigor, que pueden prestarse a interpretaciones que no corresponden a lo que la Iglesia entiende profesar, el Sínodo declara:

Al afirmar, como en los artículos 8 y 10, la corrupción del género humano, no se entiende que haya sido borrado del hombre todo rastro de aquella imagen de Dios según la cual fue creado, sino que perdura en él algún conocimiento de Dios, y que lleva impresa en él la ley moral que lo hace responsable del mal que comete.

Al afirmar como cosa revelada la misericordiosa elección de Dios (Art. 11), la Iglesia reconoce como verdad no menos claramente enseñada en las Sagradas Escrituras, que Dios quiere la salvación de todos los hombres en Cristo.

Al confesar, como lo hacemos en el artículo 13, que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre, no queremos insistir en la definición de cosas misteriosas, sino más bien sobre los testimonios bíblicos acerca de la divinidad y la humanidad del Salvador.

Al afirmar (como en el artículo 29) que en el bautismo "somos lavados de nuestros pecados por la sangre de Cristo y renovados en santidad de vida", no entendemos sancionar doctrina alguna de regeneración bautismal, debiendo el bautismo de agua ser considerado más bien como el testimonio exterior y el símbolo de la obra, única eficaz, de la gracia de Dios.

Al confesar (como en el artículo 30) que en la Santa Cena comemos efectivamente la carne de Cristo y bebemos su sangre, la Iglesia no entiende profesar su fe en alguna especie de comida material del cuerpo de Cristo, sino que entiende que el alma se alimenta de Cristo, solo espiritualmente, gozando por la fe, de los beneficios del sacrificio por El ofrecido una vez para siempre.